Cruceros, los gigantes del mar
PRINCIPIOS DE JUNIO de 2017. Un grupo de jubilados apostados en el puente de Europa fotografía la llegada de los cruceros al puerto de Barcelona. No les importa el sol que cae al mediodía sobre sus cabezas. A las 13.30 atraca uno de los grandes. Entonces se apresuran a sacar sus cámaras digitales para retratar esta ciudad flotante llamada MSC Meraviglia. El buque maravilla, que es uno de los barcos más grandes y modernos construidos por un armador europeo (MSC Cruceros), puede albergar hasta 5.714 pasajeros y 1.540 tripulantes. Una vez atracado en el adosado, bajan los primeros turistas. Decenas de autobuses esperan en el aparcamiento para trasladarlos al centro. Stella González, de 19 años, hace cola para montarse en uno de ellos con su madre, su tía, su abuela y el novio de la octogenaria. Son de Le Havre, el puerto de la costa atlántica francesa desde el que partió el Meraviglia, y están ansiosos por conocer Barcelona. Durante los seis días que llevan a bordo, la familia ha podido disfrutar de las actuaciones exclusivas del Cirque du Soleil, de los simuladores de Fórmula 1 o del teatro al estilo de los de Broadway. Porque la nueva joya de la naviera europea MSC Cruceros, un gran hotel que surcará las aguas del Mediterráneo, es sobre todo un colosal parque temático concebido para que los clientes no se aburran en ningún momento. En la fila contraria a la de Stella y sus parientes se encuentra la gente que embarca hoy en la capital catalana. Tres mujeres de unos 40 años se ponen al corriente de toda la ropa que han metido en la maleta. Trabajan en la agencia de viajes Cruceritis y tienen claro que lo primero que van a hacer cuando estén arriba es tomarse una copa de Aperol Spritz. “Típico de MSC; como son italianos, lo hacen buenísimo”, aclara entusiasmada Inmaculada Pardo, dueña de la agencia. “Estos viajes son una adicción, ¿lo ha probado alguna vez?”.
Finales de marzo de 2017. La terraza de la cubierta donde estas señoras saborearán su ansiado cóctel es un auténtico caos. Un enjambre de cables, sacos de cemento, tablas de madera y muebles sin colocar. Miles de operarios trabajan a pleno rendimiento para rematar las obras del Meraviglia. Esta megaconstrucción naval de 315 metros de eslora, 43 metros de manga y 65 de alto se ha levantado en uno de los diques del astillero de Saint-Nazaire, en la Bretaña francesa. Los altavoces del buque repiten la misma frase cada cinco minutos: “Attention: un, deux, trois, quatre”. Las pruebas de sonido no parecen molestar a los pintores, carpinteros, electricistas, ingenieros, operarios de grúa, fontaneros y demás empleados que trabajaban en las obras. En la galería central, que albergará restaurantes, tiendas de lujo y diferentes bares, se escuchan una decena de taladros agujereando al unísono, acompañados por el estruendo de las lijadoras y los gritos del compañero del andamio pidiendo más pintura. Aquí lo único realmente acabado es el techo, cubierto por una pantalla gigante de luz led que recreará un cielo digital. De música de fondo, reguetón. Ritmo bien duro para cumplir con el plazo de entrega: el 31 de mayo. Lo que sí está ya instalado es la escalinata de cristales de Swarovski de la recepción. Cualquier excentricidad es poca en la pugna para proclamarse el auténtico rey de los mares y atraer al mayor número de cruceristas. Un tipo de viajero que demanda mucha diversión a bordo, que quiere visitar diferentes ciudades sin tener que acarrear maletas y pagar precios asequibles.
En la última década, la demanda de cruceros ha crecido un 62% en todo el mundo. En 2015, unos 23 millones de pasajeros se subieron al casi medio millar de buques que surcaron mares, océanos y ríos de todo el planeta. Más de la mitad procedían de Norteamérica y Europa. Las rutas favoritas son la caribeña y la mediterránea. Ese año, la cifra global del negocio ascendió a los 105.000 millones de euros, según la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros, que representa a las principales navieras del mundo. Para 2017 está previsto que el número de cruceristas crezca hasta rozar los 26 millones. La buena salud de la industria ha llevado a las compañías a aumentar sus flotas y embarcarse en proyectos más ambiciosos. Ya hay casi un centenar de nuevos buques encargados de aquí a 2026. Todos ellos pretenden contaminar menos, ofrecer la mayor cantidad de tecnología a bordo y deslumbrar con los diseños más sofisticados.
El MSC Meraviglia entra en el grupo de este tipo de navíos de nueva generación. A finales de marzo, el primer turno del astillero STX France, en Saint-Nazaire, comienza a trabajar a las cinco de la madrugada, cuando el sol aún no ha salido en el estuario del Loira y no hay mono de trabajo por el que no traspase el húmedo frío del Atlántico. Falta poco para la entrega y queda mucho por hacer. “Hay que revisar la instalación eléctrica, acabar el escenario del teatro donde actuará el Cirque du Soleil —no sabe lo difícil que ha sido integrar un espectáculo de estas características en el barco—, colocar la moqueta del suelo…”, explica el arquitecto naval Guillaume Lagrée. Él lleva en el proyecto desde el principio. “Las reuniones con el armador italosuizo MSC Cruceros comenzaron en 2013. Entonces fuimos definiendo cómo serían los espacios públicos y el flujo de personas”, cuenta Lagrée, ataviado con un mono azul, unas enormes gafas de plástico transparente y un casco blanco. En esta fase, los arquitectos se encuentran con el dilema de dar más metros a los camarotes o crear salones y exteriores más grandes. “La sensación de amplitud es vital en un barco, de donde no puedes salir huyendo si te entra el agobio”, recuerda Jaime Oliver, fundador del estudio de arquitectura naval vasco Oliver Design. La programación determina la calidad de un crucero. “Por eso es tan importante concebir zonas multiuso que cambien durante el día”, añade Oliver, que diseñó un yate a Donald Trump en los noventa. En el caso del MSC Meraviglia, la pista de baloncesto se convierte por las noches en una discoteca. Para Lagrée, este proceso en el que “el armador te cuenta cómo imagina el buque” y los arquitectos del astillero proponen diferentes fórmulas es “la parte más divertida”. La cosa cambia después de la firma del contrato. “Desde entonces somos como robots”, bromea.
El pistoletazo de salida para empezar a construir fue en abril de 2015, cuando se realizó el primer corte de acero. Hicieron falta unas 35.000 toneladas para levantar el MSC Meraviglia. Solo el casco tiene más de 300.000 piezas que se fueron ensamblando hasta dar forma al buque. El equipamiento a bordo comenzó con la instalación de las 2.244 cabinas —previamente fabricadas—, que se van encajando con ayuda de varias grúas. “Como si se tratara de un Tetrix”, explica Lagrée. El barco flotó por primera vez en septiembre de 2016. “Es uno de los días más emocionantes”, dice este padre de familia natural de Saint-Nazaire, una ciudad de unos 68.000 habitantes a una hora en coche de Nantes. La localidad, puerto base de los submarinos nazis, fue bombardeada en 1943 por los Aliados y tuvo que ser completamente reconstruida después de la Segunda Guerra Mundial. Aquí la actividad naviera sigue siendo uno de los símbolos del orgullo industrial francés y da trabajo a casi 7.000 personas (entre el personal fijo y el subcontratado). Desde 2008, el astillero ha pertenecido al grupo surcoreano STX, que, después de declararse en bancarrota y despertar el fantasma de la regresión económica en la zona, se ha visto forzado a vender. El pasado abril, la naviera italiana Fincantieri, otro de los grandes constructores de barcos de crucero del mundo (todos ellos afincados en Europa), llegó a un acuerdo de compra. El Gobierno francés, con el 33% de las acciones del astillero, aprobó la operación. Pero Emmanuel Macron pidió después renegociar el trato. Algunas voces apuntan a que el presidente no veía con buenos ojos que una de las joyas de la costa atlántica acabara en manos italianas, y temía por los puestos de trabajo. Una cuestión que debe resolverse cuanto antes porque Saint-Nazaire tiene que cumplir con todos sus encargos.
El arquitecto Lagrée lleva cuatro proyectos a la vez. “La prioridad es el Meraviglia”, dice desde la cubierta de popa, en la Atmosphera Pool, una de las cuatro piscinas del buque, que está aún a medio hacer. “A estas alturas, lo más importante son los trabajos de coordinación y comprobar que todo funciona”, añade. Bien lo sabe el supervisor técnico Giuseppe Maresca, de 30 años. Una de sus funciones es revisar los materiales de cada área. Hoy ha revisado el parque acuático, que cuenta con una atracción bautizada como el Puente del Himalaya, un circuito con tirolina incluida. “He comprobado que el material no resbala y que las estructuras más elevadas son ligeras para aguantar mejor el peso”, cuenta Maresca, natural de Sorrento. De esta localidad de la costa amalfitana también procede la familia de marineros Aponte, dueños de MSC, una de las compañías que más han crecido en estos años. Para la próxima década, la naviera, con sede en Ginebra, tiene previsto un plan de inversión de 9.000 millones de euros para construir 11 nuevos barcos. “Todos contarán con los últimos avances en tecnología y respeto al medio ambiente”, dice Emiliano González, director de MSC Cruceros España.
Al sector le preocupa la mala imagen sobre el impacto medioambiental de estas embarcaciones. Marta García, portavoz de Ecologistas en Acción, señala que estos barcos siguen utilizando fuel como principal combustible. Un residuo del petróleo que contamina 3.500 veces más que el diésel, pero que es más barato. García hace referencia a un estudio publicado por Nabu, una organización ecologista alemana, que asegura que los cruceros más grandes emiten tanto Co2 como 83.678 coches y tanto azufre como 376 millones de vehículos. “La nueva regulación obliga a los barcos a bajar el nivel de azufre (del 3,5% al 0,1%) cuando se acercan a la costa, pero en alta mar contaminan igual”, denuncia García. “Y seguimos sin saber cuánto aire tóxico respiramos en Barcelona por las grandes chimeneas que salen de estos monstruos”. Al llegar al puerto, la mayoría de buques siguen quemando combustible porque no pueden conectarse a la red eléctrica.
El 9 de junio, el MSC Meraviglia atraca en Barcelona. Después de seis días de travesía, echa el ancla en el que será uno de sus puertos base. Sergio Massot, un ventrílocuo de 47 años, espera su turno para embarcar. “Hablo siete idiomas y tengo varios espectáculos de humor contratados con MSC”, cuenta este hombre con aspecto de galán antiguo, pelo engominado y camiseta negra ceñida. La capital catalana recibió el año pasado 2,6 millones de cruceristas que aportaron a la ciudad un rendimiento económico de 875 millones de euros y dieron trabajo a 7.618 personas. Su puerto ocupa el número cuatro del ranking mundial de puertos de crucero, liderado por Miami. Pero cada vez son más los vecinos que no ven con buenos ojos este tipo de turismo. “No sabe lo que es estar paseando por el centro y ver de repente esa descarga masiva de gente”, critica Daniel Pardo, de la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible de Barcelona. “Las encuestas nos dicen que el 86% de los barceloneses encuentran beneficioso el turismo, pero también el 48% piden que se limite”, cuenta Agustí Colom, concejal de Empresa y Turismo de Barcelona. Una difícil ecuación para satisfacer a los vecinos y seguir haciendo negocio. Colom reconoce que el puerto es un “factor de contaminación importante”, pero que los datos de la emisión atmosférica que manejan “no distinguen entre barcos mercantes, mucho más contaminantes, y los cruceros”. “En lo que sí hemos avanzado es en el concepto de puerto base, para que la ciudad no se sature en un espacio de tiempo corto”. Así, los pasajeros llegan antes para embarcar —dejando más dinero en hoteles— y se evitan aglomeraciones.
Barcelona no quiere convertirse en Venecia, abandonada por sus lugareños después de años de afluencia turística masiva. El Fondo Ambiente Italiano, una institución que vela por el patrimonio del país, lleva años advirtiendo sobre el deterioro de los históricos canales por el impacto de los cruceros. “Venecia y su laguna merecen un plan estratégico para la reorganización de su oferta cultural y turística más orientada a la sostenibilidad y protección de sus edificios”, asegura Andrea Carandini, su presidente. Las compañías son muy conscientes de las críticas. “Ha crecido el activismo local con respecto al impacto de los cruceros”, reconoce Kyriakos Anastassiadis, presidente de la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros en Europa. El reportaje de investigación Vacaciones en aguas de nadie, realizado por la cadena Univisión y galardonado con uno de los premios Ortega y Gasset 2017, también denuncia las condiciones de trabajo de los empleados de alta mar y la opacidad fiscal de las tres principales compañías del mundo (Royal Caribbean, Carnival y Norwegian). El sector defiende que cada vez son más los buques como el MSC Meraviglia que integran nuevos sistemas para reducir las emisiones nocivas de aire, tratar las aguas residuales o bajar el consumo de energía. “Las nuevas generaciones funcionarán con gas natural licuado, el combustible más limpio que existe”, asegura Belén Wangüemert, vicepresidenta de Royal Caribbean en Europa.
Hay mucho negocio en juego y es hora de reformular la industria para seguir captando pasajeros. A Carmen Castillo y Javier Jordana ya se los tienen ganados. Esta pareja de jubilados catalanes son clientes oro de MSC. Embarcarán en una semana, pero, como tienen acceso vip, han podido visitar antes el barco. “Creo que hay un bono en el spa de 49,90 euros que te incluye algún tratamiento con ácido hialurónico”, dice ella, que no para de hacer fotos para colgarlas en su cuenta de Facebook y presumir de “superviaje” con los amigos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.