Neochiringuitos, del espeto a la sala VIP
A MEDIADOS DE agosto del año pasado se hizo viral la foto de una cuenta abonada por un cliente en el célebre chiringuito Juan y Andrea en Formentera. El monto rebasaba los 300 euros por un ágape para dos personas en un marco incomparable que además ofrecía la posibilidad de, en un día despejado, poder avistar en una mesa cercana a algún famoso tipo Paris Hilton degustando otro pescado a poco más de 150 euros el kilo. Para muchos, aquello fue una tomadura de pelo de dimensiones galácticas. Para unos pocos, la lógica e inevitable secuela del universo experiencia, un lugar en el que sabes lo que pagas —y casi nunca lo olvidas—, pero jamás sabes exactamente por qué cosas estás pagando.
En cualquier caso, lo que sí puede confirmar el triste acontecimiento es la sospecha de que los chiringuitos hace tiempo que han dejado de ser aquellos espacios casi mitológicos en los que las leyes de la moda y el mercado no valían, lugares típicamente españoles en los que se mantenía la pureza de nuestra idiosincrasia festiva.
El cambio de paradigma ha sucedido lentamente. Un día alguien decidió servir mojitos. Al siguiente, a otro le pareció que poner jaimas le daba un toque de distinción. Luego llegaron las camas balinesas y el tartar de atún, y sin saber cómo ya no estábamos bajando al chiringuito a por unos boquerones y un botellín, sino al beach club a por un cóctel y una bandeja de sashimi. Obviamente, como sucede hoy con todo menos con los teléfonos móviles, este nuevo sistema operativo no dejaba obsoletos a los anteriores. Gracias a Dios, el espeto y el tinto de verano en mesa y silla de plástico siguen siendo la norma en nuestras playas, pero el avance del neochiringuito ha sido rápido y brutal.
Estos locales han dibujado un nuevo mapa de costas. Cada uno de ellos reivindica su propia filosofía de barra de bar.
Un ejemplo claro es que en España existen hoy tres sucursales de Nikki Beach, quizá la marca de beach club más global. Sus espacios en Mallorca, Ibiza y Marbella son un encapsulamiento casi perfecto de las tendencias del ocio de gama alta en todo el mundo. “Se ha hecho mucho hincapié en nuestras fiestas con champán”, nos cuenta el responsable de este local en Mallorca, Sebastian Dolinsky. “Pero aquí ya no las hacemos. No queremos que se nos conozca solo por eso, porque esta es una casa con mucha historia y muchas cosas distintas y nuevas que ofrecer”. Dolinsky se refiere a la infinidad de reportajes que se hicieron sobre la llegada y expansión de la marca en España. Sucedió entonces algo que podríamos calificar como el precedente de la famosa cuenta de 300 euros de Formentera: se acercaba uno a la televisión a ver glamour y alguna cara famosa y terminaba observando a hordas de millonarios orondos rociando champán sobre sus cuerpos y el de sus jóvenes y neumáticas acompañantes. Era exclusivo, sí, pero más que eso, era obsceno y decadente.
Otros locales, como el mítico Café del Mar de Ibiza —pionero entre los clubes a pie de playa en España—, el Salt Beach Club de Barcelona o el recién inaugurado Vavá Playa de Cádiz, han ayudado a dibujar un nuevo mapa de costas donde el ceviche ha sustituido a la tapita de boquerones. Aunque cada uno de ellos reivindica su propia filosofía de barra de bar.
El día de nuestra visita a Nikki Beach Mallorca hay una fiesta centrada en el universo masculino, con exposición de vehículos vintage incluida y gogós en podios vestidas de azafatas de fórmula 1.
“Somos una marca global, por lo que hay elementos que se repiten en todos nuestros locales, pero cada uno tiene margen para adaptar un poco la oferta al sitio en el que se encuentra. Por ejemplo, nuestro menú incluye platos procedentes de casi todos los lugares en los que hay Nikki Beach, desde Marrakech hasta Bodrum”, nos cuenta Dolinsky. La universalización del concepto lujo se palpa a la perfección aquí. De alguna manera, esta homogeneización de la oferta nos coloca en el centro de una tendencia que distingue a los espacios solo por el rango de su clientela y no por el lugar en el que están ubicados.
El cliente de este tipo de negocio —no hace falta que sean marcas globales, pueden ser negocios locales con alma internacional— entra queriendo saber que le van a tocar todos los grandes éxitos de la comodidad y la exclusividad. “Lo que sí es muy nuestro es la ubicación”, continúa Dolinsky respecto a la zona en la que se encuentra Nikki Beach Mallorca, que no es otra que Magaluf, espacio célebre por su desfase veraniego a golpe de dos por uno y pionero entre las zonas costeras que erradicaron lo local de su oferta de ocio para tratar de convertirse en una ciudad alemana o un pueblo inglés con más sol y precios más asequibles. “Estamos en una zona algo complicada, pero la idea es ir ayudando a que esto cambie”. En cierto modo, el beach club es un paso más en esa tendencia por arreglarlo todo. A veces, lo que está roto. A veces, lo que no.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.