Consejos para saber escuchar
ME DEJAS que te cuente algo?
—Sí, claro…
—Ayer salí por la noche a tomar algo…
—Pero ¿cómo se te ocurre salir entre semana?
—Ya, el caso es que lo hice, y me encontré a Laura. Y otra vez discutimos…
—Como siempre, si es que cuando te pones…
—No empecé yo precisamente.
—Es igual. Lo que tienes que hacer es llamarla. Ahora mismo. Y te disculpas.
—No te lo contaba para que me dijeras eso.
—¿Y qué esperabas?
—Tenía bastante con que me escucharas. Y desde luego no necesitaba nada de lo que me has dicho.
Esta es una conversación entre dos amigos que tuve ocasión de escuchar en el AVE hace algunas semanas (me sigue sorprendiendo lo imprudente que es la gente contando su vida y hablando sobre sus negocios a oídos de todo el vagón). Una charla en la que uno de ellos busca ayuda y el otro se la brinda con la mejor de las intenciones, pero con el peor de los resultados.
¿Qué ha fallado?
La respuesta es sencilla: es una conversación plagada de juicios que termina con un consejo que no sienta nada bien. Los dos elementos más peligrosos (y más usuales) del acompañamiento o de la amistad.
Juicios: ¿Y tú qué sabes? Una de las formas más rápidas de crear distancia entre las personas es juzgando sus actos. En el contexto del acompañamiento, podemos opinar sobre un hecho (robar no está bien), pero no deberíamos sentenciar a las personas (eres un ladrón). Porque cuando lo hacemos, dejamos de aceptarlo. Lejos de ayudarle a reflexionar, lo que vamos a provocar es que salga a la defensiva o que deje de estar interesado en lo que le podamos decir.
Juzgar tiene además un riesgo, y es que podemos ser terriblemente injustos. Porque a menudo nos precipitamos con nuestras conclusiones sin saber de la misa la mitad, sin pararnos a pensar (o a descubrir) los motivos por los que alguien ha tenido un determinado comportamiento. Hace unos meses tuve que suspender un curso porque la noche anterior había tenido una cena que terminó tarde, y por la mañana me encontraba fatal. Muchos me tacharon de juerguista o de irresponsable… hasta que se enteraron de que tuvimos una intoxicación alimentaria por unas croquetas de la comida anterior, y que un par acabaron en el hospital.
¿Por qué alguien tendría que pensar por sí mismo sobre lo que tiene que hacer si puede simplemente venir a preguntarnos?.
Consejos: aceptar que mis soluciones no son las tuyas. Cuando alguien nos cuenta un problema, sentimos la necesidad de resolverlo. Es loable, pero cero efectivo. En primer lugar, porque lo que a uno le parece que puede funcionar no tiene por qué venirle bien a otro. Y los consejos generan además fuertes dependencias. ¿Por qué alguien tendría que pensar por sí mismo sobre lo que tiene que hacer si puede simplemente venir a preguntarnos? Si acostumbramos a los amigos a ser asesorados, les privamos de desarrollar sus propios recursos en futuras decisiones. Lo único que logramos es cargarnos con la mochila de sus problemas. Yo tuve un jefe que siempre me aconsejaba. A mí y a todos sus compañeros. No movíamos un dedo sin sus instrucciones o recomendaciones. Su primera baja no se debió a una gripe. La causa fue el estrés.
Entonces… ¿cómo lo hacemos? Acompañar es estar a disposición. Caminar al lado del otro, siguiendo su ritmo y haciéndole de espejo. Sin empujarle ni estirarle. Parando cuando él para y acelerando cuando él acelera. Y esto, en términos de comunicación, significa básicamente escuchar. Escuchar para que el otro ordene sus ideas y encuentre sus soluciones. Ideas que quizás uno ya había intuido, pero cuya comunicación se intenta evitar en forma de consejo. Acompañar es también aceptar el momento en el que se encuentra otra persona. Con sus virtudes y sus defectos. Con sus miedos y vulnerabilidades. Acompañar es un juego en el que la posesión del balón es mayoritariamente del otro. Y si nos lo pasa, se lo vamos a devolver. Porque nosotros no somos el protagonista, somos solo el espejo.
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