Quentin Sannié, el sonido de la emoción
LA CONVERSACIÓN fluctúa entre vatios y decibelios. Materiales, pesos y sistemas de explotación. Tecnicismos de laboratorio acústico y acrónimos abstrusos sacados de la jerga empresarial. Hasta que, de repente, Quentin Sannié recuerda que el sonido es solo una cuestión de emoción. Eso es lo que defiende Devialet, la compañía que preside. “Cuando me enseñaron nuestro primer prototipo y escuché su acústica por primera vez, me puse a llorar”, confiesa de golpe. Eso fue hace 10 años. Entendió que se encontraba ante un invento especial: una tecnología de amplificación híbrida que garantiza un sonido inigualable, mezclando lo mejor del sistema analógico y lo mejor del digital en el mismo circuito integrado.
Junto al ingeniero de sonido Pierre-Emmanuel Calmel, este empresario francés de 54 años fundó esta exitosa start-up especializada en la ingeniería acústica de alta gama. “Nos van los retos imposibles. Nuestro objetivo es obtener el sonido perfecto. Consiste en recrear la emoción que uno puede tener en un concierto, en procurar el sentimiento que experimentas frente al Guernica en el Reina Sofía, pese a haberlo visto mil veces en los libros”, sentencia. Para convencer a los escépticos, aprieta play. Suena un tema del trompetista Ibrahim Maalouf en el que se escucha hasta la respiración de quien sostiene el instrumento. La paradoja es que, aunque su alucinante calidad induzca a la duda, no deja de ser una reproducción. “Para mí, no lo es. Cuando logras sentir esa emoción, deja de serlo”, sostiene Sannié.
El producto estrella de la casa es un altavoz inalámbrico llamado Phantom que ha atraído el interés de inversores como el cantante Jay Z y el todopoderoso Bernard Arnault, presidente del grupo LVMH. Desde el año pasado, las tiendas Apple comercializan este artefacto futurista que parece salido de la morada de Darth Vader. Y así, Sannié ha logrado hacerse un hueco importante en el mercado, algo saturado, de la alta fidelidad de lujo. “No me gusta esa palabra porque resulta excluyente. Yo quiero hacer productos accesibles a todo el mundo, aunque soy consciente de que nuestros precios son altos”, responde. Se sitúan entre los 1.700 y los 2.700 euros. Pese a todo, sus ingresos se han multiplicado por dos en el último año y ha tenido que duplicar su plantilla.
Sannié creció en Versalles, como tantos franceses que terminaron dedicándose a la música. Bromea que no había demasiado que hacer en los alrededores del antiguo Palacio Real. En su familia no hay empresarios. “Solo marineros bretones”, sonríe. “Pero el marinero es alguien que un día reúne el coraje para subirse a su barco y marcharse”. A él le dio por explorar el océano del sonido. A Sannié le animan, además, elevados sentimientos. El nombre de su empresa honra a Vialet, ingeniero y colaborador de Diderot, que participó en la redacción de algunos artículos de L’Encyclopédie. Sannié, defensor del made in France, jura inspirarse en la Ilustración. “El progreso científico es lo que hace que el hombre se vuelva todavía mejor”.
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