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El péndulo emocional

Diego Mir

ES LUNES Y SONIA, una joven en su primer año de universidad, sale de casa a toda prisa dejando la habitación hecha un desastre. Su madre, resignada, decide dejarlo pasar y no le dice nada. Llegado el martes, la hija vuelve a hacer exactamente lo mismo. Su madre piensa que esta vez sí debe decirle algo, pero, como ya se ha marchado, tendrá que esperar a la hora de la cena. Para entonces, Sonia llama diciendo que va a llegar más tarde a casa porque ha quedado con unas amigas. Ya es miércoles y vuelve a irse con igual descuido. Es la tercera vez. A mediodía llega a casa y saluda a su madre:

-Hola mamá. ¿Te ayudo con la comida?

Levantando desmesuradamente la voz, su madre le contesta:

-Te lo puedes ahorrar. ¡Y haz el favor de mirar cómo está tu habitación! ¡Es impresentable que la dejes así cada día!

Esta es una respuesta que Sonia no entiende, y que su madre probablemente no quería dar. Ha sido víctima del péndulo asertivo.

La asertividad representa la habilidad de decir las cosas de forma que lleguen a los demás apropiadamente. Que se exterioricen de forma clara y al mismo tiempo respetuosa, evitando que la otra persona se sienta agredida. Se trata del arte de elegir el momento oportuno, el tono adecuado y el ritmo justo para expresar lo que queremos o necesitamos decir.

Como habilidad, se encuentra en el punto intermedio entre dos actitudes: la pasividad (cuando no nos atrevemos a decir las cosas) y la agresividad (cuando las decimos hiriendo a los demás). Todos tenemos nuestra particular forma de vivir la asertividad entre estos dos extremos. Pero lo verdaderamente relevante es que este sistema se mueve como un péndulo: si nos comportamos de manera pasiva, nos vamos cargando emocionalmente, de manera que, cuando finalmente hablamos, nos vamos al otro extremo y resultamos exageradamente agresivos.

La asertividad representa el punto medio entre dos extremos: la pasividad y la agresividad.

Así funciona el llamado péndulo asertivo, que explica las salidas de tono que algunas veces tienen personas que sabemos razonables y ponderadas, y que un día nos sorprenden con una belicosidad desproporcionada. Si nos callamos las cosas porque no encontramos la manera o el momento de decirlas, estamos inevitablemente cargando el péndulo. Y tarde o temprano se soltará y pasaremos del silencio a la agresividad.

Controlar el efecto péndulo es difícil; una vez lo ­hemos cargado, detenerlo en el centro (entendido como la asertividad pura) supone un ejercicio titánico de ­autocontrol que raras veces seremos capaces de ­llevar a cabo. Si no queremos caer en los extremos, prácticamente solo hay una solución: decir las cosas enseguida en vez de callárnoslas y acumular agravios. Porque, si las soltamos a la primera, todavía no habrá carga emocional y seremos capaces de mantener el tono asertivo. Si por el contrario vamos aguantando y guardándonos dentro disgusto tras disgusto, cuando nos decidamos a manifestarlo probablemente acabaremos siendo víctimas de nuestras emociones.

El péndulo también actúa (aunque es menos evidente) en el sentido contrario: cuando somos sistemáticamente agresivos diciendo las cosas, acabamos provocando el enfado de los otros. Si nos hacen ver esa reacción por nuestra parte, entonces optamos por no decir nada más, callarnos las cosas y mostrarnos pasivos.

A casi nadie nos gusta mostrarnos agresivos y cuando lo ­hacemos somos los primeros en pasarlo mal. Tener en cuenta este efecto péndulo nos puede ayudar a ser más conscientes de la necesidad de decir las cosas a la primera, sin guardárnoslas dentro. Y si la agresividad es nuestra pauta, es importante tomar consciencia del impacto de nuestra comunicación en los demás. Observar cómo sienta lo que decimos nos ayudará a encontrar el tono adecuado.

Haga un test de actitud

— La forma en que decimos las cosas desempeña un papel fundamental. Dependiendo de cómo se exprese, el mismo mensaje puede no llegarnos o hacerlo con sorprendente agresividad. Estas son algunas pautas de observación que pueden ayudarnos a identificar el grado de asertividad.

Desde la pasividad…

— Observamos una mirada desviada, que muchas veces se dirige al suelo, una postura corporal encogida, retraída, gestos inquietos, un tono de voz bajo y una forma de hablar vacilante, insegura. Los mensajes nos llegan difusos y no nos resulta fácil comprender lo que nos quieren decir.

Desde la agresividad…

— Vemos una mirada desafiante, una postura tensa y una expresión fría. Los gestos son eléctricos, a veces con sentido acusador (dedos que señalan o amenazan). El tono de voz es alto y escuchamos ironías o sarcasmos. Los mensajes son tajantes.

Desde la asertividad…

— Nos miramos a los ojos. La postura corporal es cercana y relajada. Los gestos son armónicos, serenos. La voz es firme y los mensajes resultan claros, sin sobreexplicaciones ni rodeos.

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