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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trump, como San Pedro en el patio de Caifás

El presidente de Estados Unidos niega a Rusia y marca involuntariamente el camino a la investigación

Jorge Marirrodriga
Donald Trump, durante su entrevista con el periodista de la NBC Lester Holt.
Donald Trump, durante su entrevista con el periodista de la NBC Lester Holt. Joe Gabriel (AP)

A los presidentes de Estados Unidos normalmente les gusta presumir de la Biblia. No es solo que —por ahora— juren el cargo sobre ella, sino que son habituales las imágenes de los mandatarios acudiendo a servicios religiosos portando un ejemplar en la mano o las referencias a los textos bíblicos en sus intervenciones. Washington, Adams, Jefferson, Madison y Monroe —por nombrar a los cinco primeros— la citaban con frecuencia. Más recientemente Reagan, Bush y Obama —aunque este último se equivocaba a veces— también lo hacían. Clinton iba a la iglesia con una en la mano. Trump también cita las Escrituras, aunque se lía con la numeración.

Pero pasa que no es lo mismo citar que leer. El pasado jueves, tras el escándalo organizado por la destitución del director del FBI, James Comey, el presidente de EE UU concedió una entrevista y fue preguntado directamente sobre si tenía negocios con Rusia. Antes de responder, debería haberse acordado del pasaje de Pedro en el patio de Caifás. Pero parece que no lo hizo. Trump miró al periodista de la NBC a la cara y enfatizó: “No tengo nada que ver con Rusia”. Probablemente no soltó como el pescador galileo refiriéndose a Cristo un despectivo “Mujer, no lo conozco” porque delante no tenía a una criada del sumo sacerdote de Israel sino a Lester Holt, prestigioso periodista con un par de doctorados honoris causa otorgados por universidades de verdad y no por entidades fraudulentas como la Universidad Trump.

El énfasis y la expresión de Trump en su negación recuerdan inevitablemente a Bill Clinton cuando ante las cámaras aseguró: “Nunca tuve sexo con esa mujer”. “Esa mujer” era su becaria, Monica Lewinsky. Y Clinton fue tan sólido, rotundo y contundente como Trump en su aseveración. Luego vino el tío Paco con la rebaja. Y resultó que la veracidad de la afirmación dependía del concepto de relaciones sexuales. Clinton, al contrario que el resto del planeta, sostenía que lo que había hecho con Lewinsky no era sexo. Él era así. Tampoco fumó de joven marihuana porque no se tragó el humo. El primer software corrector de este periódico, entre otras cosas, cambiaba automáticamente “Bill Clinton” por “Bill Calentón”. Fue desechado por estos fallos, aunque algunos sospechamos que fue desconectado al descubrirse que se había vuelto verdaderamente inteligente.

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A Clinton aquella negación casi le cuesta la presidencia. Y no por el sexo sí, sexo no, sino por la mentira en la cara a una nación entera. Al final alguien comprendió que destituir al presidente de EE UU por aquello era ir demasiado lejos. Pero lo de Trump es muy diferente. En Washington comienzan a saltar todas las alarmas porque cada vez que alguien da un paso escudriñando la carrera de Trump aparece un ruso. Y una cosa es jugar con la entrepierna y otra con la seguridad nacional. Los indicios apuntan a que Trump sí tiene algo —que tal vez puede ser perfectamente legal— que ver con Rusia. El presidente debería saber que con su rotunda negativa ha señalado el camino de investigación. Solo faltó que tras sus palabras cantara el gallo.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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