Gabi Martínez y Domingo Escudero, el escritor y el neurólogo ‘loco’
DOMINGO ESCUDERO es neurólogo y en 2006 se volvió literalmente loco. Para él, que cada temblor o tic de un enfermo es un libro abierto en el que buscar un dictamen, de repente “se apagó la luz” y supo lo que era “el sufrimiento extremo, la perplejidad, mirarse al espejo del psiquiátrico y no reconocerse” y ser capaz, en mitad de ese pozo oscuro, de garabatear en un papel un diagnóstico propio –encefalitis límbica– que contradecía la etiqueta de esquizofrenia que encabezaba su historial como paciente.
Eso fue lo que le contó al escritor Gabi Martínez (Barcelona, 1971) en un encuentro casual rodeados de libros el Día de Sant Jordi de hace casi tres años. Y el autor de Sólo para gigantes, Qué leer o Voy picó el anzuelo. “Siempre me ha interesado lo que no está en primer plano”, explica Martínez, “y cuando se me acercó Domingo pensé que, de momento, era alguien con sentido del humor porque enseguida me dijo que veía a George Clooney como prota de su historia”.
No es una historia de médicos, aunque sí lo sea su protagonista y esté narrada en primera persona. Tampoco trata sobre una enfermedad ni sobre el sistema sanitario.
El resultado de este viaje, en el que Martínez confiesa haberse sentido acompañado por primera vez en su trayectoria como escritor, es Las defensas, la novela que acaba de publicar la editorial Seix Barral. No es una historia de médicos, aunque sí lo sea su protagonista y esté narrada en primera persona. Tampoco trata sobre una enfermedad ni sobre el sistema sanitario. Pero todos estos elementos forman parte de ella, como lo hacen las relaciones familiares y las tensiones profesionales, incluso el acoso laboral. Gabi Martínez encontró un argumento casi increíble para narrar una fascinación personal: la intrahistoria de una vida en una gran ciudad del primer mundo, Barcelona, que podía servir para que cualquiera se proyecte en lo que ocurre en la suya y en el país.
“Hace tiempo, cuando España iba bien”, dice socarrón el autor, “lo exótico era calificado de friki. Ahora resulta que este mundo raro es el real y lo exótico era lo anterior. Yo hace mucho tiempo que quería retratar a este país y a su sociedad, y creo que en ese sentido esta historia es poderosísima”. Escudero, por su parte, explica que sentía la necesidad de contar lo que le había ocurrido: “El asombro de un neurólogo a quien le gusta la inmunología, que padece él mismo una enfermedad de este tipo entonces desconocida, que termina siendo descubierta a nivel mundial en 2007 por un colega, y que este hecho cambia la vida de decenas de miles de personas de todo el planeta, incluida la mía”.
Porque en un rizo casi inimaginable, y cuando Escudero ya se había recuperado de su primera caída a los infiernos, asiste a una charla de Josep Dalmau, una eminencia en encefalitis autoinmunes, y ve describir lo que a él le pasó ante la incredulidad de sus colegas. Y cuando sufre una segunda y una tercera crisis de su enfermedad, la ciencia ya sabe que no es una esquizofrenia lo que desajusta su cerebro, sino un anticuerpo que se rebela contra el mismo sistema que supuestamente debe proteger.
Escudero ahora está feliz y algo temeroso. Lo primero, porque colabora como asistente de investigación en el hospital Clínic de Barcelona con un equipo relacionado con los descubridores de su enfermedad. Y algo asustado por el efecto que este libro pueda tener en su entorno.
El autor y su inspiración se miran cómplices y reconocen que el camino hasta aquí ha rozado el lado salvaje y ha habido que sortear miedos y sentimientos de vergüenza. Pero cuando se escribió la última frase del libro hicieron un pacto que sellaron subiendo juntos al Pic de l’Infern, el lugar al que Escudero ascendía como montañero cuando necesitaba soltar presión: “Esto es una novela, y cuando nos pregunten por las dosis de imaginación del relato contestaremos siempre lo mismo: secreto del chef”.
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