Llaüt
La ambición no es el mejor camino para la felicidad, por más que nos lo diga la publicidad
En la mallorquina bahía de Alcudia, a donde llego en ferry desde Menorca, tenía su llaüt el escritor soriano Avelino Hernández, el hombre que mejor supo contar la decadencia de la meseta y la despoblación del mundo rural en el que nació y al que dedicó la mayor parte de sus escritos ¿Qué pensaría viendo las velas blancas de otros veleros y la animación del mar de Mallorca mientras navegaba en su pequeñito llaüt, él, que venía de la tierra adentro? ¿Soñaría como un Ulises castellano en regresar a su Ítaca natal, tan lejana y tan cercana en su memoria al mismo tiempo? El escritor soriano murió aquí finalmente, pero su espíritu vaga por donde van sus libros como les pasa a todos los escritores y a estos pequeños llaüts que todavía surcan las aguas mediterráneas entre los enormes ferrys de pasajeros y los fabulosos yates de los adinerados.
Hay personas que eligen surcar la vida en llaüt pudiendo hacerlo en barcos más grandes. Son esos para los que lo principal de aquélla es la paz, el silencio de una tarde a solas o en compañía de unos pocos amigos, los olores de la naturaleza, el sabor de unas sardinas asadas junto al mar o de una torrada de sobrasada al calor de la parrilla y a la luz de las estrellas. Yo conozco muchos así y tengo para mí que son los que están en el camino cierto, que los equivocados somos los demás, los que nos afanamos en prosperar y en crecer más de lo que deberíamos a costa de dejar nuestro tiempo en ello. Cierto que la descansada vida de los que huyen del mundanal ruido que cantó Fray Luis de León tiene también sus inconvenientes y que la falta de ambición da muchas satisfacciones pero exige también sacrificios, pero lo que parece claro es que la ambición no es el mejor camino para la felicidad por más que nos lo diga la publicidad, esa ideología moderna que consagra la competitividad y la inmediatez por encima de todo. No hay más que ver a toda esa gente que compite de la noche a la mañana por navegar más rápido que los otros y por tener el barco más grande de todos.
Sentado ante la bahía de Alcudia, con una copa de vino y unas aceitunas verdes, miro pasar algunos llaüts entre los grandes ferrys y los cruceros de los turistas, y recuerdo a mi amigo Avelino Hernández, tan alto que a duras penas cabría en el suyo, y recuerdo la frase que puso en su casa de Selva, de Horacio: “Dichoso aquél que vive, lejos de los negocios, como la antigua grey de los mortales”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.