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La incómoda historia de la violencia entre sexos

El mundo animal muestra cómo la evolución no produjo mecanismos para favorecer la cópula y la crianza en beneficio de ambos sexos

En algunas especies de pato, una de cada tres cópulas son violaciones
En algunas especies de pato, una de cada tres cópulas son violacionesKeven Law

En nuestra cultura, se comete con cierta frecuencia el error de identificar lo natural con lo deseable. Esto sucede cuando se habla de la alimentación o los tratamientos médicos, pero también con algo tan delicado como nuestro comportamiento sexual. Este sesgo lleva en ocasiones a buscar en la naturaleza ejemplos que doten de legitimidad a determinadas posturas ideológicas. Es el caso del uso de los chimpancés o los bonobos como referencia sobre lo que debió ser en su origen la sexualidad humana. Estas dos especies animales son las que, evolutivamente, se encuentran más cerca de nosotros. Los primeros viven en sociedades controladas por los machos y son mucho más violentos, también en el sexo. En el caso de los segundos, son las hembras las que se asocian entre sí para controlar los grupos, sus niveles de violencia son mucho menores y el sexo es una herramienta más para reforzar lazos.

En su libro Sex at Dusk, Saxon Lynn trata de desmontar Sex at Dawn, un libro que cargaba contra la monogamia, los celos o el machismo de las sociedades actuales argumentando que, en su estado natural, el ser humano era, como los bonobos, igualitario, pacífico y disfrutaba del sexo sin todos los lastres incorporados por la cultura desde el Neolítico. Lynn hace un amplio repaso desde el punto de vista de la biología evolutiva para explicar por qué los diferentes intereses de los genes de individuos de sexo distinto en las mismas especies han llevado a enfrentamientos despiadados que, aunque no deseables para los humanos, son completamente naturales. “Quizá no es la manera en que preferiríamos pensar en el sexo, la reproducción y las relaciones entre los sexos, pero la evolución va del diferente éxito de diferentes genes y los rasgos que producen, no de algo que existe para complacernos”, afirma Lynn.

El origen de los conflictos entre sexos se encuentra en la aparición del sexo mismo. La existencia de células grandes y caras de producir, como los óvulos, y otras mucho más abundantes y baratas, como los espermatozoides, generó estrategias diferentes entre los sexos. Los individuos que generan el primer tipo de células suelen tener la ventaja de que se reproducen con mayor frecuencia, pero también pueden ser víctimas de las tácticas agresivas de (casi siempre) los machos, que deben superar una competición mucho más intensa si quieren transmitir sus genes.

Hasta el 10% de las muertes de hembras en algunas especies de pato se producen por intentos de cópula

Las muestras de esta guerra de sexos están por todos lados, pero hay algunos casos extremos. Una especie de pato, el zambullidor argentino, es famoso por tener el pene más largo conocido para un ave. Según explica Lynn, aunque la mayor parte de los pájaros no tienen pene, entre los que sí lo tienen, la longitud y su sofisticación están relacionadas con la frecuencia de cópulas forzadas. La violación en algunas especies de pato puede llegar a suponer uno de cada tres encuentros sexuales. Sin embargo, como sucede en el ánade azulón, las hembras también han desarrollado sus mecanismos de defensa. Sus vaginas, tienen forma de tirabuzón, como el órgano masculino, pero con una espiral que avanza en el sentido contrario. Además, cuenta con recovecos que dificultan aún más la fecundación. De esta manera, las hembras pueden decidir quién fertiliza sus huevos. Así, aunque el 30% de las cópulas sean violaciones, solo el 3% de los huevos que ponen están fertilizados por violadores.

Esto no impide, no obstante, que esas violaciones tengan otras consecuencias nefastas para las hembras. Entre el 7% y el 10% de la mortalidad femenina se debe a esos intentos de los machos de copular con las hembras, un fenómeno que también se ha observado en ranas, moscas o nutrias. Para completar la buena imagen de los machos de ánade, Lynn recuerda que estas aves son capaces de permanecer vigilantes para que su pareja no sea violada por otros como él, aunque al mismo tiempo intentará copular por la fuerza con otras hembras.

Otro ejemplo que muestra cómo la evolución no suele producir formas de cópula beneficiosas para ambos sexos es el de las arañas Harpactea sadistica. En lugar de fertilizar los huevos una vez que se han puesto, como sucede en otras especies de arañas, las sadistica macho atrapan a la hembra y le inyecta el semen directamente en los ovarios, realizando varios pinchazos, con una estructura que se parece a una aguja hipodérmica. Así, se aseguran de que fecundan a la hembra y que no lo hará otro macho que llegue después.

No mucho más amorosa es la cópula de algunas serpientes del género Thamnophis. Cuando las hembras abandonan la guarida en la que han pasado el invierno, son perseguidas por muchos machos que intentan copular con cada una de ellas. Una vez que las atrapan, emplean sus músculos para asfixiarlas hasta que no puedan respirar. En esta situación de estrés, abren su cloaca, como boqueando, y permiten la penetración.

El macho de una especie de araña se deja comer por la hembra para prolongar el acto sexual

En algunos casos, son los machos las víctimas de los encuentros sexuales, aunque también por algo que parece desesperación ante sus menores posibilidades de reproducción. En las arañas de Latrodectus hasseltii, una especie muy venenosa que se encuentra en Australia, los machos solo tienen una probabilidad entre cinco de encontrar una hembra. Es posible que por eso, cuando copulan, el macho se dé la vuelta para ofrecerse y dejarse comer por la hembra. De esta manera, logra que permanezca más tiempo con él y pueda transferirle más esperma. Es posible, comenta Lynn, que en algún momento de su historia evolutiva, uno de los ancestros machos de esta especie mostrase este rasgo particular que le permitió prolongar la cópula y transmitir más crías a las generaciones posteriores.

Hay un último ejemplo recogido en Sex at Dusk que, siempre evitando el riesgo de trasladar lo que sucede en unos animales a los humanos, puede parecer esperanzador. Las moscas de la fruta incorporan una sustancia química en el semen que actúa como antiafrodisiaco. Esta táctica de guerra química también logra aumentar la tasa de producción de huevos de la hembra y desactiva el esperma de otros rivales. Como sucede en este y los casos anteriormente comentados, lo que ha evolucionado para beneficiar a un sexo no tiene por qué beneficiar al otro. Esos químicos son como el veneno de araña, tóxicos para la hembra, que puede vivir menos a causa de ellos. Pero eso a él poco le importa porque el futuro reproductivo de ella será ya con otros machos. Un dato curioso, y donde se puede ver esperanza ante la forma en que un cambio “social” puede cambiar la biología, es que en experimentos con moscas a las que se hacen monógamas, reduciendo esa competitividad agresiva, el esperma de los machos se vuelve menos tóxico e incluso el cortejo es menos agresivo. El resultado era beneficioso para ambos individuos, que tenían más descendencia.

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