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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Por qué la XL tiene que ser más grande que la L?

Ha comenzado a circular, con la boca pequeña y entre guiños, la propuesta de adoptar el latín como lengua oficial de Europa

Jorge Marirrodriga
Vista general del Parlamento Europeo.
Vista general del Parlamento Europeo.Vincent Kessler (REUTERS)

Algo ha comenzado a cambiar de manera imperceptible en la cabeza de muchos europeos. La decisión de los británicos de abandonar el proyecto europeo y la de los estadounidenses de optar por un aislacionismo político similar al existente antes de la I Guerra Mundial está haciendo variar la percepción respecto a la lingua franca del siglo XXI. Estamos comenzando a mirar de otra forma al inglés. Claro que una hirundo non facit ver. Una golondrina no hace verano.

Reconozcámoslo, lo nuestro con el inglés nunca ha sido un camino de rosas. Un colega aseguraba —con razón— que el inglés le servía para comunicarse con cualquier persona del mundo, siempre y cuando esta no fuera ni británica, ni australiana, ni norteamericana (salvo con mexicanos, que también son Norteamérica).

Tenemos el récord europeo de primeros ministros incapaces de comunicarse en esa lengua durante el ejercicio de su cargo. Esto otorga una ventaja inestimable en los corrillos de las cumbres en Bruselas a los jefes de Gobierno de Lituania, Malta o Chipre. El de España siempre aparece en las fotos sentado solo y concentradísimo mirando unos papeles mientras los demás comparten risas. Tal vez cuentan chistes de españoles. Pero nuestro representante asegura que estamos en la pomada. Homines libenter quod volunt credunt. Los hombres creen lo que quieren creer.

Ahora, a lomos del éxito de un libro de un profesor italiano, ha comenzado a circular, con la boca pequeña y entre guiños, la propuesta de adoptar el latín como lengua oficial de Europa, en respuesta al plantón anglófono. La cosa tiene su punto gamberro de resistencia al sistema.

Así, por ejemplo, podríamos comenzar por escribir en todos los formularios oficiales la fecha en números romanos, o presionar a las marcas de ropa para que la talla XL no sea mayor que la L, o hacer que los aeropuertos anuncien sus vuelos en latín, o exigir que se renombren las autovías, haciendo además que los GPS hablen latín. Que no es igual ir a Salou por la AP-7 que a Salauris por la Vía Augusta. Y, naturalmente, nuestro representante en Eurovisión debería cantar en latín. El corte de mangas es opcional.

Pero, tomada seriamente, tal vez no sea una buena idea. Y por una cuestión de fondo. El latín, pese a quien pese, en más de XX siglos nunca ha sido una lengua de exclusión, sino de inclusión. Hasta hace muy poco fue la lengua de la ciencia, de la religión y de la ley. Ya los romanos tenían la suficiente seguridad en sí mismos para no preocuparse por quién lo aprendía, y no necesitaban contestar con el arma del idioma a nadie. El latín es mucho más grande que el Brexit y Trump y no merece ser hablado contra nadie. Lo de Britannia es habitual a lo largo de la Historia. Boadicea siempre acaba perdiendo. Roma vincit!

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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