La gente no puede dejar de hablar de estas ocho cosas de la gala de los Goya
Una orquesta haciendo toc-toc, una misteriosa señora de azul, la radiante Ana Belén, los problemas de los españoles con el inglés...
"Pero qué película más bien hecha". Esa valoración tan de madres parece la conclusión que la Academia de Cine quiso transmitir en la gala de los Goya 2017 sobre Un monstruo viene a verme. Nueve premios técnicos y artísticos, incluido un reconocimiento al director Juan Antonio Bayona, quien por tercera vez se acuesta con un Goya, pero no con el de mejor película. Tarde para la ira le remontó en el tiempo de descuento, dejando a la película de Bayona con un cruel récord: es la mayor ganadora de la historia sin el premio gordo.
El presentador, Dani Rovira, no dejaba de informarnos de que "ahí fuera las redes ardían". Seguro que su pestaña de notificaciones también estaba en llamas. En Twitter, en Facebook o en el sofá, millones de españoles comentaron un año más a (sí, se avecina un tópico) la gran fiesta del cine español. Grande, grande, no fue. Fiesta, regular. Pero cine español, mucho, muy bueno y muy visto: 18 millones de espectadores.
A una gala tan nostálgica (hasta Emma Suárez ganó dos veces) le habría sentado fenomenal la irrupción de Las Tacañonas tocando la campana para echar al personal
Y lo sabemos porque el vicepresidente de la Academia, Mariano Barroso, tuvo el detalle de contárnoslo. Aquel fue uno de los múltiples datos que descubrimos: que el gobierno ha recibido 28 millones de euros más (en concepto de IVA) de lo que ha invertido en el cine, que solo el 8 % de los actores españoles viven de ello y que Alexandra Jiménez, Belén Cuesta y Luis Callejo han hecho cinco películas cada uno en 2016, quitándole el trabajo a ese otro 92 %. Solo hubo algo que superó en cantidad a los datos: los miembros de la orquesta sobre el escenario.
Estos son los temas que la gente más está comentando el día después...
La orquesta: gran idea, resultado estrafalario
Atestar el escenario con una orquesta en directo (conducida por un señor vestido como Neo en Matrix) daba la impresión de que constantemente estaban pasando cosas. Muchísimas cosas. No había plano que no estuviese rellenado de fondo con algún trozo de cuerpo humano. Los planos generales del escenario parecían ese concierto de tu colega al que asistes entusiasmado, pero en el que al final te toca quedarte a ayudar a recoger los bártulos.
Ni un solo músico se levantó en toda la noche, y se mantuvieron fieles a su cometido de indicar a los ganadores que tenían que desalojar mediante un simpático tic-toc. La alarma recordaba al Un, dos, tres. A una gala tan nostálgica (hasta Emma Suárez ganó dos veces) le habría sentado fenomenal la irrupción de Las Tacañonas tocando la campana para echar al personal.
La orquesta tuvo tanto protagonismo que hasta en el homenaje a los fallecidos (introducido, Dios sabe por qué, por Antonio De La Torre gritando "arriba España" con un megáfono) la cámara se recreó en ella en vez de en las imágenes de los homenajeados. El único error de cálculo que cometió la orquesta fue preparar introducciones musicales demasiado cortas: todos los presentadores caminaban hacia el atril en silencio, rellenado en un par de ocasiones por los tacones de las chicas, que conseguían que el Madrid Marriot Auditorium Hotel sonase como un hipódromo. Otra decepción fue que la aparición de Emilio Aragón no quedase aderezada por unos compases de Cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma. Pero claro, la Film Symphony Orchestra no se la sabe.
La buena pronunciación, y (especialmente) la mala
El estereotipo, asumido con socarronería cada año, de que los españoles no sabemos hablar inglés daría para una comedia de enredo que no ganaría ningún Goya (porque las comedias nunca ganan). Ana Belén mencionó a "Espencer Traci", Emma Suárez a "Sigurni Huever", y Dani Rovira hizo un chiste a costa de uno de los cuatro idiomas oficiales de España (incapaz de enunciar La propera pell, cuando el catalán alberga palabras bastante más difíciles como "esgarrifança").
Los extranjeros nos dieron un repaso, con la presidenta de la Academia Ivonne Blake (¿oficialmente ningún español quiere meterse en ese marrón?) exclamando en casi perfecto castellano "enséñame tu paquete" a un Rovira vestido de Supermán que se parecía más a Ruiz-Mateos; y Peter Glossop (ganador al mejor sonido) recitando su discurso de forma aceptable. Pero la mayor víctima de la pronunciación distraída fue "monstruo". Paradójicamente, también fue la palabra más pronunciada de la noche. Ninguna de ellas correctamente.
Ana Belén redefine el concepto del amor verdadero
En un país con pocas estrellas de verdad, Ana Belén brilla más que ninguna. Su discurso, un repaso a su vida que también podemos encontrar en su página de Wikipedia, nos recordó que la vida del actor nunca es fácil, y que necesita la colaboración de muchas personas. Su dedicatoria a Víctor Manuel, "sin él mi vida habría sido distinta, e infinitamente peor", redefinió el concepto del amor verdadero.
Quien no lloró, ni sonrió, ni nada fue Almodóvar, parapetado tras unas gafas de sol que le permitirían echar una cabezada si le apetecía. Coronado debió de envidiar esta idea
Y en la voz de Ana Belén todo suena más bonito. Anoche solo la superó Silvia Pérez Cruz, arrancándose con una canción por los desahuciados al recoger su premio, y sin duda un dueto entre ellas dos habría sido más mágico que el de Adrián Lastra y Manuela Vellés (compuesto por Víctor Manuel), que cantaron la misma canción pero en dos realidades alternativas distintas. Ninguna de las dos la nuestra.
Bayona llora, Almodóvar ni sonríe
Tres horas llorando son muchas horas, pero no es para menos. Un monstruo viene a verme no ha sido fácil de hacer, y tanto la Academia como los 4,6 millones de espectadores que han ido al cine se han dado cuenta. El director se emocionó con cada uno de los reconocimientos a su equipo, incluso con frases tan incómodas como la de David Martí: "Este rodaje fue tan complicado como el proceso del cáncer".
Rovira le llevó una tila a Bayona para que dejase de llorar, y por asombroso que resultase no hizo ningún chascarrillo sobre tsunamis. Quien no lloró, ni sonrió, ni nada fue Pedro Almodóvar, parapetado tras unas gafas de sol que le permitirían echar una cabezada si le apetecía. José Coronado debió de envidiar esta idea. Lo más triste para nosotros fue que Bayona no dirigiese también la gala, a la que le sobraron tantos tembleques de cámara como le faltó ritmo.
Quién rayos es la señora de azul
Empieza a resultar tradición que en un evento televisado haya una señora, captada a traición entre el público, cuya cara de aburrimiento represente a los espectadores como la libertad guiando al pueblo. Y si la señora de azul supiera dónde estaba la salida, habría guiado al libro que hojeaba sin parar al primer taxi que se le cruzase.
En este caso, su desdén tiene excusa: la simpar señora de azul es Lesley, la esposa de Ken Loach, quien evidentemente no se estaba enterando de nada. Si le sirve de consuelo, alguien debería aclararle que de haber entendido algo se habría aburrido igual. Ken Loach cubrió la tradicional cuota de guiri al que traemos para no darle nada. Sigourney Weaver pasó de venir, probablemente advertida por Tim Robbins mediante un WhatsApp que solo rezaba "DON'T". Tampoco asistió Adriana Ugarte, como Leonardo DiCaprio cuando no le nominaron por Titanic. En aquella época se decía que él y el iceberg habían sido los únicos ignorados, y en este caso toda la gente de Julieta fue nominada excepto Ugarte, Rossy De Palma y la toalla.
Una de las 'Españas' apagó la tele
Los guionistas de la gala claramente habían hecho una apuesta: cuántos juegos de palabras con los títulos de las películas nominadas se pueden llegar a hacer en tres horas. Y esa apuesta la perdimos nosotros. "No ha venido Romeo, pero sí Julieta" (guiño-guiño) acabó con la paciencia de los espectadores, y solo llevábamos cuatro minutos.
"No encontramos a Roldán ni a Paesa, pero pa esa me voy yo", bramó Dani Rovira mientras se acercaba a Belén Cuesta y todos temimos un chiste de suecas en homenaje a Alfredo Landa. Como nadie comparó los Goya con los Oscar, aquí va un contraste: es altamente improbable que Jimmy Kimmel haga un chiste sobre 100 millones de espectadores y 300 millones de ojos. Y por encima de todos los chascarrillos estuvo este de "a Bayona le han dado las felicitijones", que una vez más separó a las dos Españas: las que se rieron y las que apagaron la tele.
Pero qué macizos están todos
Si algo quedó claro anoche es que ese 8 % de actores en activo lo es, entre otras cosas, porque está muy macizo. Alexandra Jiménez y Alejo Sauras derritieron el corazón a todos aquellos para quienes África y Raúl, de Los Serrano, moldearon sus expectativas en torno a las relaciones sentimentales.
Alex García entró en el escenario con Cristina Castaño y Silvia Alonso flanqueándole a cada brazo y con actitud de "aquí esta noche manda esta". Las piernas de Penélope Cruz (sin duda, lo más valioso que había en ese edificio) se asomaron sin pudor, pidiendo a gritos que Dani Rovira no le cantase La bienpagá, sino Por la raja de tu falda de Estopa (no, mejor no). Álvaro Cervantes nos recordó que los pelirrojos son mejores que nosotros en todo. La sonrisa de Bárbara Lennie podría iluminar ciudades enteras, y tal y como está la factura de la luz ojalá esto no fuera una metáfora. Y luego estaba Manuela Vellés. Si pides un deseo con todas tus fuerzas al cometa Haley, el resultado no sería ni la mitad de hermoso que ella.
Y Arévalo, el humorista, aclaró que Raúl Arévalo no es su hijo
¿Pero a qué temperatura estaba ese salón de actos? Ivonne Blake interrumpió su discurso para pedir una botella de agua. Ana Belén también estaba deshidratada. Lo asombroso de estos dos episodios de sequía es que ambas señoras sabían que iban a salir al escenario. Sabían exactamente cuándo. Y sabían lo que iban a decir. ¿A ninguna se le ocurrió beber antes? Ana Belén miró al director de orquesta, quizá esperando que él tuviera un trago o quizá admirando su sotana de cuello mao, y él permaneció inmóvil. No ha venido aquí a reponer botellas de agua. Las cosas del directo causan estragos en una gala de tres horas sin pausa. Quién nos iba a decir que echaríamos de menos los cortes publicitarios.
Aunque para agua, la que empapó Coruña, donde mientras Emma Suárez cargaba con 6 kilos de prestigio cayó un rayo que dejó sin luz a La Torre Hércules. Arévalo, el humorista, el mito, el tuitero, aclaró en las ardientes redes sociales que Raúl Arévalo no es su hijo, pero que se alegra mucho y que enhorabuena. Ni siquiera él pudo hacer juegos de palabras: se los habían quitado todos.
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