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El clarísimo caso del asesino del vídeo

Lola Beltrán
Íñigo Domínguez

E N OCTUBRE de 2009 un vídeo grabado por una cámara de seguridad en una calle de Nápoles mostró por primera vez en primer plano un asesinato de la Camorra. Las imágenes dieron la vuelta al mundo, tremendas en su simplicidad: un tipo fuma un cigarrillo en la puerta de un bar, sale un individuo, saca una pistola, le dispara tres veces, lo remata en el suelo con un tiro en la nuca y se va. Todo muy rápido, seis segundos. La policía italiana divulgó las imágenes para identificar al asesino, que pasaba ante la cámara solo cubierto con una gorra. Todo el mundo le vio la cara. A los 20 días arrestaron a un sospechoso, se parecía al hombre del vídeo y todo aparentaba estar clarísimo. Bien, deben saber que hoy ese asesino todavía no tiene nombre. Más allá de la impresión que causaba aquel vídeo, lo interesante es lo que ocurrió luego, que ha tenido escasa repercusión.

Costanzo apice, el principal sospechoso, fue absuelto por la justicia. El supremo ha ordenado repetir el juicio.

Lo que pasa justo después del homicidio ya es curioso. El asesino parece hacer el gesto de los cuernos al muerto antes de irse. La señora que está al lado, con una lotería de rasca y gana, se larga sin mirar atrás. Un vendedor de tabaco de contrabando desmonta su mesita y desaparece. Pasa un hombre corriendo con una niña en brazos, una niña que habrá visto su primer asesinato en las calles de Nápoles. Recuerdo que en 2012 remataron a tiros a un hombre en pleno día en el patio de un colegio de preescolar, se había refugiado allí huyendo de sus asesinos. El homicidio de este vídeo fue el número 32 de ese año en la ciudad del Vesubio. No fue un mal año comparado con otros. La faida, guerra de clanes, desatada en 2004 en el barrio de Scampia dejó 209 muertos en tres años. Desde el año pasado hay otra guerra en la misma zona del bar del vídeo, el quartiere Sanità, que es muy céntrico, detrás del museo arqueológico, y de larga tradición mafiosa. Por eso los napolitanos reaccionan como se ve en las imágenes. El camarero echa la persiana del bar. Durante casi dos minutos no se mueve nada, salvo el toldo, por el viento. Luego comienza a acercarse gente, que pasa por encima del cadáver. Un diario aseguró que se ve una mano que aprovecha para robar tabaco. La policía esperaba que el vídeo activara la colaboración ciudadana, pero no apareció nadie.

La víctima era Mariano Bacioterracino, 53 años, con antecedentes. Uno, decisivo para los investigadores: era el último superviviente del comando que, se sospecha, asesinó en 1976 a Gennaro Moccia, un capo de peso. En una guerra de venganzas fueron muriendo los siete que se supone que le acompañaban, aunque los tribunales los absolvieron. Pero la Camorra habría aplicado su propia justicia. Fueron asesinados uno tras otro entre 1978 y 1995, aunque el clan Moccia siempre ha negado la venganza y los tribunales no la han probado. Sería, digamos, una cadena de trágicas casualidades. Al fin y al cabo, a un mafioso le pueden matar por muchas razones. Y a diferencia de los tribunales y su tarea inhumana de dar con la verdad, como en el caso del vídeo, la Camorra no tiene que dar explicaciones. Es más, a veces ha matado a la persona equivocada porque se parecía a otro. Pero es seguro que en los bajos fondos todos sabían, y saben todavía, quién era aquel tipo del vídeo.

Un confidente dio un nombre: Costanzo Apice, 27 años, uno de tantos camellos del sotobosque de la Camorra. Así empiezan muchos chavales en los clanes napolitanos, como llevando cafés: al principio hacen recados, luego vigilan, después venden droga y un día les dan una pistola. Escuchas y testimonios de arrepentidos reforzaron la pista, Apice se parecía bastante al asesino y fue arrestado a los 20 días de la divulgación del vídeo.

Un jefe de policía tuvo el soplo de un capo, Gennaro Sacco, con el que tenía cierta relación por una razón un tanto particular: antes había sido policía. Pero aun así, cuando le dio el nombre de Apice sabía que tenía que darse prisa en encontrarlo. Podía ser un truco del capo para quedar bien con él y que después el propio clan quisiera eliminar al sospechoso para cerrar el asunto, fuera él o no el asesino, y quizá en falso. En cambio, quien fue liquidado a los cinco días del arresto de Apice fue precisamente ese capo. No se sabe si por el soplo o si fue un episodio más de los cambiantes juegos de alianzas entre clanes y coincidió con lo otro. Luego se supo que encima Apice era su sobrino, aunque eso no le impidió venderle. Cinco años después, efectivamente lo mataron sus propios hombres.

El clan ofreció a Apice someterse a una operación de cirugía plástica para cambiarse la cara, pero él lo rechazó.

El juicio a Costanzo Apice estuvo lleno de sorpresas. Su abogado sostuvo que el hombre del vídeo no era él, y se apoyó en tres lunares y una cicatriz del acusado que en las imágenes no se ven. Cuestión de píxeles, dijo el fiscal. El procesado aceptó reconstruir para la policía científica la escena del crimen y fue grabado por la misma cámara haciendo los mismos movimientos del asesino. Los peritos de la defensa aseguraron que el sospechoso era más bajo. Apareció otra pista curiosa que había sido descartada: Bacioterracino había mantenido una relación con la esposa de un miembro de la Camorra encarcelado, algo que se suele pagar con la vida. La cadena de sentencias fue un clásico de la justicia italiana: primera instancia, cadena perpetua, que sí existe en Italia; segundo grado; cadena perpetua; Tribunal Supremo, en 2015, absuelto.

El Supremo no consideró demostrado más allá de toda duda que Apice fuera el hombre del vídeo y observó puntos débiles, entre ellos las declaraciones de los arrepentidos, aunque eran 16, pero es que a veces, y sobre todo con los de la Camorra, no te puedes fiar. Se inventan lo que les conviene para apuntarse tantos o para cargar muertos a otros. Un pentito reveló otro detalle interesante: el clan ofreció a Apice someterse a una operación de cirugía plástica para cambiarse la cara, pero él lo rechazó porque habría sido una admisión de culpabilidad. También, quizá, porque pensaba que podía ser una trampa de sus jefes para eliminarlo.

¿Está entonces este hombre, Costanzo Apice, en libertad? Pues no, ha sido condenado a cadena perpetua… por otro homicidio, ese sin imágenes. En cuanto al asesinato del vídeo, el Supremo ordenó repetir el juicio, que se celebrará en los próximos meses. Esta historia aún dará juego. Al margen de esa sensación tan italiana de que la verdad se escapa por los resquicios de un mundo complejo y de que no te puedes creer ni lo que ves, la gran paradoja del caso es que tener la cara del asesino, el sueño de cualquier investigador, se ha revelado un problema, porque encontrar uno exactamente igual a él parece ser mucho más difícil. Y si realmente no ha sido Costanzo Apice, quiere decir que hay un tipo igual al del vídeo que se ha movido tranquilamente por ahí estos años sin que nadie lo señale. O es que sí aceptó la cirugía plástica. O está muerto.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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