Quiero ser mayordomo
Son las 7.20 y desde el ala occidental de este antiguo monasterio del siglo XIX, en un bucólico pueblecito del sur de Holanda, llega música de los Sex Pistols. La estridencia que sacude el edificio, ahora convertido en una enorme mansión de 135 habitaciones, proviene del despacho donde un hombre trabaja sentado frente a seis pantallas de ordenador. El aficionado al punk es un empresario de 58 años que antes hizo carrera como mayordomo. Se llama Robert Wennekes y ha fundado The International Butler Academy (TIBA), una de las más reputadas escuelas internacionales de mayordomos. Wennekes acaba de llegar de China, donde la academia tiene otra sede desde 2014, ante la creciente demanda de servicio doméstico de lujo por parte de la nueva clase opulenta del gigante asiático. En las próximas semanas no solo será el director de la escuela, sino el señor al que deben servir los 22 estudiantes de la tercera y última promoción del año en la TIBA.
“HE CAMBIADO MI FORMA DE COMER, DE PENSAR, DE HACER, DE MOVERME. EXPERIMENTAS UN CAMBIO INTERNO”, ASEGURA uno de los alumnos.
Estamos en el pueblo de Simpelveld, cerca de Maastricht, y es la cuarta semana del curso, justo su ecuador. El cansancio ya hace mella entre los alumnos. Hay latas vacías de red bull en algunas papeleras. Para desayunar, café –que se repetirá varias veces al día– y suplementos vitamínicos que apenas suben el ánimo. Hasta las ocho de la mañana, los alumnos, 7 mujeres y 15 hombres de cuatro continentes, de entre 18 y 59 años, tienen tiempo para acicalarse y desayunar antes de formar en fila en el salón-comedor. Ordenados por estatura, con la espalda recta, la cabeza erguida y las manos cruzadas sobre el vientre, esperan a que el instructor de turno les dé los buenos días y anuncie la jornada que les espera.
Los estudiantes dicen que en la escuela reina una “disciplina militar”. Alguno va más lejos y lo califica de “terrorismo mental”. “La TIBA es muy parecida al Ejército”, reconoce Flavius Jeican, francés de origen rumano, de 36 años, que habla con conocimiento de causa: en su currículo figura una década en las Fuerzas Armadas francesas. Ahora ha decidido buscarse un futuro en otra actividad bien distinta, pero regida también por normas muy severas. “Me gusta servir y me gusta el mundo del lujo”, explica. Jeican tiene dos hijos y su esposa es gobernanta en una casa en Niza.
“Si alguien llega tarde a la primera formación de la mañana, ese día se queda sin clases”, indica Cornelis Greveling, jefe de estudios y mano derecha de Wennekes. “En la vida real no puedes llegar tarde a los sitios”, añade. La vida real, uno de los argumentos que se repiten para justificar la intensidad y las estrictas normas que rigen durante las ocho semanas de curso.
La fila se rompe, los alumnos se visten un delantal y los manguitos de lana que protegen su atuendo: pantalón o falda y americana negros, camisa blanca, corbata o pañuelo en el cuello. Cada cual pone rumbo a la primera tarea del día, limpiar la casa. Barrer y fregar las estancias de la planta baja y del primer piso, las escaleras, arreglar los baños, controlar la lavandería y atender las necesidades del señor.
pulsa en la fotoLa tarea más delicada para un mayordomo, la que no consiente el menor despiste, es el servicio de mesa; algunas cenas con invitados requieren un día entero de preparativos.Fernando Moleres
TIBA es una de las pocas escuelas para mayordomos en la que los estudiantes se forman y viven como si ya sirvieran a una familia. Rigor, disciplina, discreción, lealtad y exigencia son conceptos básicos. “Ser mayordomo consiste en hacer lo que se te pide”, recuerda Greveling. “En ocho semanas debo enseñarles muchas cosas, por lo tanto debo ser estricto, me tengo que enfadar, ser duro, para que aprendan”. Así describe Wennekes el método que ideó al fundar la escuela en 1999, cuando su agencia de contratación se veía en dificultades para encontrar profesionales. “Aquí los estudiantes no solo aprenden todo lo relacionado con ser mayordomo, sino que también crecen como personas. Deben olvidar todo lo que saben y lo que son y estar dispuestos a aprender otras formas”.
EN LAS MONARQUÍAS DEL GOLFO PÉRSICO SE PUEDEN PAGAR HASTA 300. 000 DÓLARES AL AÑO POR LOS PUESTOS MÁS EXCLUSIVOS.
Syed Toqeer Akram Shah, británico de 28 años que fue taxista en Birmingham hasta ahorrar los 13.750 euros que cuesta el curso para dar un giro a su vida, admite: “He cambiado mi forma de comer, de pensar, de hacer, de moverme. Experimentas un cambio interno”. Adone Hofer, un florentino de 20 años, jugador profesional de golf e hijo de una familia acomodada, asegura: “Te sacan de tu zona de confort”. La mayoría de los estudiantes cultiva el placer por la perfección, el orden y el deseo de hacer sentir bien a los demás. Alguno descubrió muy pronto la vocación. “Desde los 13 años, sé que quiero ser mayordomo”, afirma Laurens Lievens, belga, de 20 años, chef, sumiller y uno de los alumnos más aplicados de la promoción. “Sé que me estoy perdiendo cosas que hace la gente de 20 años, pero como mayordomo tienes la oportunidad de viajar y cada día puede ser distinto. Mi idea es trabajar para una familia y pasar 10 años en el servicio privado. Luego, con 30, aún seré joven para hacer otras cosas”, explica. Algo parecido expresa la más joven del grupo, Nina Morrone, una suiza de 18 años. “Pero los jóvenes no saben todo lo que conlleva este trabajo, la carga y la soledad”, les advierte Kolja Quintanar, suizomexicano de 48 años, ya curtido en hoteles y restaurantes.
Mayordomo, gestor doméstico o secretario personal son los rangos más elevados del servicio contemporáneo. Tradicionalmente, el oficio se transmitía de padres a hijos o se aprendía desde el peldaño más bajo de la escala profesional. Así se forjó James Stevens, el mayordomo paradigmático que interpretó Anthony Hopkins en Lo que queda del día. Los multimillonarios se han multiplicado en los últimos 10 años. Las monarquías del golfo Pérsico y Arabia Saudí; los nuevos magnates chinos e indios; los emprendedores tecnológicos de Silicon Valley; las estrellas del cine, la música y el deporte; las familias acaudaladas de toda la vida o los resorts, hoteles y cruceros de lujo son los destinos habituales para los mayordomos de esta época. Personal entrenado para dirigir a 200 empleados, administrar propiedades, gestionar un avión privado, organizar cenas multitudinarias o cuidar hasta sus últimos días a un rico moribundo. “La demanda no para de crecer”, asegura Wennekes. Pero, al mismo tiempo, la proliferación de escuelas ha propiciado que cada año salgan centenares de profesionales nuevos al mercado laboral. “Actualmente, incluso para alguien como yo, no es fácil encontrar trabajo”, sostiene Melchior van der Meulen, uno de los profesores de la TIBA y exquisito mayordomo, con más de 20 años al servicio de familias.
Muchos ven las monarquías del golfo Pérsico, donde el trabajo no da tregua y la vida personal no existe, como un destino para crecer en la profesión y enriquecerse en poco tiempo. En esos países hay trabajos exclusivos por los que se pagan hasta 300.000 dólares al año (unos 290.000 euros). En el mercado también se han abierto posibilidades para las mujeres, que ya no aspiran a ser solo amas de llaves. Sobre todo en países donde pervive la férrea distinción entre los mundos femenino y masculino. Amanda Stalford, una neozelandesa de 53 años, ha pasado los últimos cuatro sin vacaciones, trabajando en el mar a cargo de yates de lujo. Empezó como cocinera, se enamoró del patrón de una de las embarcaciones y ahora completa su aprendizaje de mayordoma: “Me di cuenta de que me encanta llevar una casa, limpiar los baños, arreglar las flores, hacer maletas. Me gusta cuidar de los otros, que las cosas salgan bien y la gente se sienta a gusto”.
Con la casa limpia, a las nueve de la mañana empiezan las clases. Hay lecciones de protocolo, de plancha, de preparar una maleta, de pulir la plata, de organización doméstica, de lenguaje corporal, de cocina, de decoración floral, de trato con mascotas, de cómo ser un buen chófer o de historia de la mayordomía. Pero donde más empeño pone Wennekes es en el servicio de mesa. En la escuela bastan 10 minutos para dejarla lista. Pero en cenas con invitados, a veces se requiere un día entero. Hay que ensayar los movimientos, asignar responsabilidades, repasar cada detalle, no romper la cadencia del conjunto y, sobre todo, mantener una sonrisa natural. Es el ballet del servicio, la coreografía que embelesa a los comensales.
Detrás de los buenos modales y del trabajo en equipo, más de uno confiesa rivalidades: falta de cooperación en algunos momentos o actitudes para poner en evidencia al compañero. El examen decisivo llega en la última semana. Pese a que los estudiantes son adultos, han entrado con experiencia en algunos casos y han pagado una matrícula cara, hay quien suspende y abandona la escuela con certificado pero sin diploma. Y hay quien consigue el cum laude, el mejor pasaporte para acceder al círculo exclusivo que atiende las necesidades domésticas de las personas más ricas del planeta.
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