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CLAVES
Columna
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Sucesos extraordinarios

En dos meses y algún día, Rajoy II desanda buena parte de las más polémicas actuaciones desarrolladas en los cuatro años (y uno de propina) de Rajoy I

Xavier Vidal-Folch
Mariano Rajoy, y los ministros de defensa e Interior, Maria Dolores de Cospedal y Juan Ignacio Zoido, en el Palacio Real en la Pascua Militar.
Mariano Rajoy, y los ministros de defensa e Interior, Maria Dolores de Cospedal y Juan Ignacio Zoido, en el Palacio Real en la Pascua Militar.Samuel Sánchez

Desde que hace dos meses y algún día tomó posesión el Gobierno Rajoy II se han concatenado una serie de sucesos políticos extraordinarios, por insólitos, imprevistos y trascendentales. No ya para la política, sino para la vida corriente de los ciudadanos, de los trabajadores, de los consumidores.

El salario mínimo se incrementó en un notable 8%. La Ley de Educación, con sus reválidas, fue desmochada. Las comunidades autónomas obtuvieron un respiro financiero. Se inició un ajuste presupuestario sin recortar gasto social y aumentando la recaudación del impuesto de sociedades. Se firmó la prohibición de los cortes de luz ocasionados por falta de pago —pobreza energética—. Se retrotrae la normativa del Tribunal Constitucional al estadio anterior de cuando el Rajoy I lo quiso convertir en seudo fiscalía contra separatistas. Se reconsideran elementos clave de la reforma laboral.

En dos meses y algún día, Rajoy II desanda buena parte de las más polémicas actuaciones desarrolladas en los cuatro años (y uno de propina) de Rajoy I. Forzado, claro, por el instinto de supervivencia. Y por la más hábil negociación política desarrollada por un partido, el PSOE (flanqueado por otros opositores), justo cuando atravesaba su peor estallido orgánico desde los años treinta. Sin liderazgo, sin secretaría general y sin un futuro perfecto.

Eso es parte sustancial de lo insólito: el brutal contraste entre la agonía orgánica y el éxtasis político-programático. Indica que la política puede alcanzar, en coyuntura inhóspita, logros tangibles para el personal de a pie. Aunque sean inapreciables o despreciables para algunos. Para algunos telepredicadores, columnistas de ocasión oportuna o filósofos del fin de la democracia, la socialdemocracia y, ya de paso, de Europa y Occidente.

Al mismo tiempo, ciertos auspiciosos emergentes olvidaban sus promesas progresistas, renegaban en la práctica de haber colocado en la agenda política (para bien) a los perjudicados de la crisis, destituían sin explicación a cargos institucionales propios, se enzarzaban en rencillas intestinas, trazaban campañas caudillistas, amenazaban a sus discrepantes: imitaban a la casta. Todo eso les ponía más —otro suceso imprevisto— que aumentar el salario mínimo, esa vulgaridad. Cosas veredes, decía Quijote.

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