Incertidumbre global
La UE no puede bajar la guardia ante la magnitud de los riesgos económicos
La economía mundial aborda el nuevo año con más factores de incertidumbre, o al menos más relevantes, que los que había al empezar 2016. También lo hace con un ritmo de crecimiento relativamente reducido, tanto entre las economías emergentes como las más anémicas avanzadas. El promedio de las previsiones de crecimiento de la economía mundial supera ligeramente el 3% para este año.
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Camino de cumplirse un decenio desde la emergencia en julio de 2007 de la crisis financiera en EE UU, la sensación de convalecencia es la menos adversa que proyectan los analistas. La más inquietante es la que concede virtualidad a una situación próxima a un estancamiento duradero. La insuficiente reacción de la inversión empresarial a las políticas económicas expansivas, en especial las monetarias, y el bajo crecimiento del volumen de comercio internacional, son señales inquietantes en casi todas las economías avanzadas. A esas evidencias se añaden presunciones razonables acerca del impacto potencialmente adverso de episodios más directamente políticos en economías centrales, como la concreción de las promesas electorales del nuevo presidente estadounidense, la transición a la exclusión de Reino Unido de la UE o los desenlaces electorales en países de la eurozona, Francia, Alemania y Holanda de forma destacada.
En el descenso del volumen de comercio internacional concurren explicaciones de carácter estructural, asociadas a la composición del crecimiento de las economías, pero también a la emergencia de decisiones proteccionistas. La Organización Mundial de Comercio lleva tiempo advirtiendo del aumento de restricciones al comercio en un número creciente de países, que pueden verse agravadas si en EE UU se aplican parte de las promesas que Donald Trump enunció durante la campaña electoral. La aplicación de aranceles del 35% y 45% respectivamente a las importaciones de México y China, o la revisión del acuerdo NAFTA, tendrían consecuencias adversas inmediatas para el conjunto de la economía global y para la propia estadounidense. El riesgo de guerras comerciales, cuando no de retroceso en la dinámica de globalización, vuelve a estar entre los principales condicionantes del crecimiento en 2017. Un daño que apenas quedaría compensado por esas decisiones de expansión fiscal —reducciones impositivas, gastos en defensa e infraestructuras— igualmente prometidas por Trump. La apreciación del dólar en las últimas semanas tampoco favorecerá a aquellas economías emergentes con elevado endeudamiento o a las importadoras de materias primas que pagan en moneda estadounidense, el petróleo sin ir más lejos.
El giro proteccionista que prometió Trump puede afectar gravemente al comercio internacional
La economía china, en el centro de atención de algunos de los nombramientos de Trump, no está en la mejor posición para intensificar contenciosos que amenacen la continuidad de su más moderada expansión y su cada día más precaria estabilidad financiera. El nivel de endeudamiento ha crecido a un ritmo excesivo en los últimos años, difícil de asimilar si falta un crecimiento suficiente. Y la dependencia del resto del mundo de lo que ocurra en las dos mayores economías es muy significativa. Para los países emergentes, pero también para Europa.
La concreción del Brexit habrá de hacerse con ritmos bajos de crecimiento tanto en Reino Unido como en la mayoría de las economías de la UE, especialmente las de la eurozona. Los pormenores de esa negociación es probable que impacten más en aquellas economías más vinculadas comercial y financieramente a la británica. Es el caso de la española, con un volumen de intercambios comerciales y de servicios que hacen del Reino Unido uno de los principales socios comerciales.
El clima inversor no se verá favorecido por las convocatorias electorales en Francia y Alemania
El clima inversor tampoco se verá favorecido por las elecciones en Francia y Alemania. Las expectativas de apoyo electoral a Marine Le Pen, defensora del abandono del euro, podrían generar tensiones financieras, especialmente en los mercados de deuda pública. Como podrían producirse si no emergiera de las elecciones alemanas un Gobierno lo suficientemente fuerte como para empujar a las instituciones comunitarias a que abandonen la pausa en la que se encuentran.
A todos esos factores de incertidumbre no podrá sustraerse la economía española. A pesar de su mayor crecimiento, la tracción exterior la hace más vulnerable a perturbaciones externas. Desde luego a eventuales retrocesos en los flujos de comercio de bienes y servicios, o a las negociaciones con Reino Unido. Pero también a los posibles focos de inestabilidad financiera, incluidos los derivados de la cuestionable gestión de la crisis bancaria italiana.
La cobertura de esas amenazas debería ser objeto de atención preferente de unas instituciones europeas que, con la excepción del BCE, parecen dispuestas a transitar de puntillas hasta que las convocatorias electorales en Francia y Alemania señalen nuevos interlocutores. Demasiado tiempo para riesgos tan cercanos.
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