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Retrato de la maternidad subrogada en México

Dary. “Yo doy felicidad a unas personas y ellos también a mí”, explica tras alumbrar a gemelos. Tiene 27 años y con el dinero va a arreglar su casa desvencijada. Quiere comprar dos camas para que sus dos hijas duerman en una y sus dos hijos en otra.
Dary. “Yo doy felicidad a unas personas y ellos también a mí”, explica tras alumbrar a gemelos. Tiene 27 años y con el dinero va a arreglar su casa desvencijada. Quiere comprar dos camas para que sus dos hijas duerman en una y sus dos hijos en otra.BEGOÑA RIVAS

PATY AGUARDA a la vera de un camino polvoriento para hacer de guía hasta su casa, una vivienda como las que se multiplican a las afueras de Villahermosa, capital de Tabasco: paredes de cemento y un inverosímil tejado de zinc que vuelven asfixiantes los 40 grados del exterior. Presume de haberla construido, para su marido y sus tres hijos, con el dinero que ha ganado como gestante sustituta. Sonríe y le brillan los ojos cuando cuenta su trayectoria: está de cinco meses y este es su tercer embarazo subrogado. Será el sexto parto en sus 34 años.

“Es como un trabajo”, dice Paty. No siente que se hayan aprovechado de ella: “Si Diosito me dejó para esto, le vamos a ayudar”.

Cuando conoció la existencia de la gestación sustituta, su marido estaba desempleado y ella tenía un modesto trabajo de promotora. Le pareció una buena opción para saldar deudas que tenían y despreocuparse del fin de mes. Por los tres embarazos que llevó a término ganó en total 510.000 pesos (unos 23.000 euros), sin contar los regalos personales de los padres contratantes. Los primeros, gais canadienses, le pagaron la fiesta de 15 años de su hija mayor y compraron para su nueva casa una lavadora, un equipo de música y una televisión que enseña con orgullo. La segunda, una madre soltera también canadiense, le dio, fuera de lo acordado, 10 billetes en dólares que resultaron ser 25.000 pesos (alrededor de 1.200 euros). Espera que con los padres actuales, homosexuales franceses, le vaya igual. Los anteriores le siguen mandando fotos y vídeos de los niños que ella dio a luz.

La maternidad subrogada es objeto de debate internacional. Entre los países que la permiten, con distintos tipos de restricciones, destacan Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Tailandia, Rusia, Ucrania, India y México. El caso de Tabasco, al sur de México, fue durante 18 años único en el mundo. Sin figurar en una ley de salud o de reproducción asistida, se permitió esta práctica a través de una modificación en el Código Civil de 1997 por decreto. Ahí se indicaba que la filiación era la de los contratantes, que ellos serían los padres legales.

La casa de Paty (32 años). Con el dinero obtenido de tres embarazos para parejas extranjeras ha logrado levantar su casa de cemento y tejado de zinc en un barrio de Villahermosa, en Tabasco, donde vive con sus tres hijos y su marido. Paty ha tenido seis partos en total y le gustaría repetir la experiencia de gestar para otros: “Son familias que pueden ocuparse de los niños y que quieren muchísimo un bebé”, afirma. Se involucró tanto en la actividad que incluso ha ayudado a reclutar a otras mujeres interesadas.

Pero hasta 2008 no se registró el primer nacimiento por gestación sustituta, una práctica que tomó vuelo a partir de 2012. El Registro Civil permitía inscribir el bebé como hijo de los padres contratantes tan solo con una copia certificada del contrato de maternidad subrogada. Ante la demanda internacional de parejas cuyos países no permiten esta práctica, comenzaron a proliferar en Tabasco agencias intermediarias a la caza de beneficios. La norma ni prohibía ni permitía el intercambio comercial. Una gestante mexicana podía cobrar entre 13.000 y 15.000 dólares (entre 11.700 y 13.500 euros) por un embarazo; los padres contratantes podían pagar por todo el proceso entre 50.000 y 70.000 dólares –entre 45.000 y 63.000 euros–, la mitad de lo que cuesta en Estados Unidos, donde la práctica está regulada con mayor o menor grado de restricciones solo en algunos territorios.

El negocio de las agencias da los últimos coletazos. La reforma al Código Civil de Tabasco de diciembre del año pasado prohíbe cualquier tipo de intermediario. A partir de enero, solo se permite la maternidad sustituta a parejas mexicanas y por motivos de salud que afecten a la fertilidad, lo cual excluye a los homosexuales. El Congreso mexicano debate ahora extender a todo el país esas restricciones. En el caso de Tabasco, siguen vigentes los contratos firmados antes de la entrada en vigor de la norma, por eso aún hay decenas de mujeres embarazadas para extranjeros.

“Sí, se me hace mala onda que hayan quitado el programa [de gestación], ¡porque quiero otro y ya no voy a poder!”, dice riendo Paty. Admite que el motivo para ser madre sustituta fue económico, pero asegura que hay algo más: “Son familias que pueden ocuparse de los niños y que quieren muchísimo un bebé. Cuando nació el primero, ay, ¡con qué alegría ellos gritaban, lloraban, me abrazaban! Todo eso también llena de felicidad”. “Es como un trabajo”, contesta cuando se le pregunta si no siente que haya vendido su cuerpo o se hayan aprovechado de ella por su situación. “Si Diosito me dejó para esto –le digo a mi marido– le vamos a ayudar”.

Las hermanas Mirna (35) y Nohemí (32). Huyeron de casa de su padre porque las maltrataba. Luego rehicieron su vida en este pueblo cerca de Villahermosa. Solo en su calle, aseguran, todas las vecinas han sido gestantes. Nohemí ha dado a luz a cinco bebés, tres de ellos propios.

Su manera de ayudar ha llegado hasta reclutar a chicas para las agencias. Su hermana, sus cuñadas y todas las vecinas del viejo barrio donde vivían. “Es una cadena; se corre la voz”.

En el barrio de las hermanas Mirna y Nohemí todas las vecinas de la calle, aseguran, han sido gestantes sustitutas. La madre de ambas recuerda cuando las vecinas hablaban a sus espaldas y ella las defendía: “Que están vendiendo a los hijos, que no sé qué… El hijo de uno es de su sangre, y ellos no son de su sangre. Ellas solo están prestando la casita”.

Mirna, de 35 años y con tres hijos propios, está recién “transferida”, por primera vez. Así llama al procedimiento por el que le implantan el embrión de la pareja contratante. Para ello, debe someterse a una preparación endometrial, que consiste en tomar hormonas. Antes que ella, se prestó como gestante sustituta Nohemí, de 32 años, con marido y dos hijos propios. Las normas para aceptarlas de las agencias serias incluían un límite de edad de 35 años y haber tenido hijos previamente. Descubrió la agencia de subrogación a través de una página de Facebook que captaba a mujeres. Desde entonces, se multiplicaron las empresas intermediarias. Y aún hoy, con la norma modificada, es posible rastrearlas con una búsqueda simple.

El año pasado, Nohemí entregó unos gemelos a una pareja de gais australianos y, apenas dos meses después, se quedó embarazada por tercera vez de su marido. Cinco criaturas han salido de este cuerpo, delgado a pesar de haber parido hace apenas dos semanas. El caldo de cultivo de esta proliferación de gestantes sustitutas han sido la ley y las circunstancias. Ninguna de las dos hermanas pasó de secundaria. Confiesan que su padre, con el que vivieron desde que su madre se fue de casa con otro hombre, las maltrataba. “Yo opté por irme a los 18 años”, relata Mirna señalando la minúscula casa de la matriarca, donde viven ahora las hermanas con todos los niños.

Los temores de Guadalupe (33 años). Está embarazada para una pareja de EE UU. Una amiga suya, también gestante, tuvo una complicación y perdió el útero. Ahora Guadalupe teme por su propia salud.

En estos años de descontrol, cuando han salido a la luz casos de gestantes subrogadas ha sido porque algo salió mal: clínicas clausuradas por operar sin licencia, supuestos médicos sin título, agencias que cerraron intempestivamente y dejaron tirados a sus clientes en pleno embarazo… “Hubo el caso de una muchacha a la que se le murió el bebé dentro y casi se muere ella también”, recuerda Selene.

Selene se escapó de la casa donde la tenían cautiva la dueña de la agencia que la había contratado y su marido. Había llegado un mes antes con sus dos hijos, de uno y cinco años, para ser gestante. Le habían prometido hogar, alimentación y colegio para sus niños mientras durara todo el proceso, hasta parir en Tabasco. Pero el escenario que encontró fue muy distinto: una vivienda compartida con nueve mujeres y sus respectivos hijos, donde no había qué comer y ellas mismas tenían que limpiar. “Estaba lleno de cucarachas, el agua verde, no había luz, no había muebles, era horrible”, dice Selene, de 29 años, que no quiere dar su nombre verdadero ni mostrar su cara por temor a represalias. Las tenían encerradas con candado. A la semana, ya quería regresar a su casa: “El maltrato psicológico era grande”. La amenazaron con que, si se iba, debía pagar “todo lo que habían gastado” en ella hasta ese momento. Con la excusa de ir al supermercado y la ayuda de una amiga, huyó con su prole, pero los dueños de la agencia denunciaron a la amiga por robo.

A pesar de su odisea, Selene lo volvió a intentar. Su marido estaba sin trabajo. “Ahorita la situación está muy difícil. Vas a pedir prestado al banco y te exigen muchos intereses”, se justifica. “Haces esto, ayudas a una persona, recibes tu dinero y no le debes nada a nadie”. Hace un año dio a luz a una niña para una pareja de homosexuales israelíes, con otra agencia, y ahora quiere ser la gestante del segundo hijo que buscan. “Porque yo soy buena para tener bebés”, enfatiza. La ley, en teoría, ya no ampara a los extranjeros. “Ahorita ya es directo con los papás, porque hicimos una bonita amistad”. Por esa niña que salió de sus entrañas, ¿qué siente? “Cariño, pero no de madre; un cariño como si fuera una sobrina”.

La barriada de ­Cuautitlán Izcalli donde vive, en el Estado de México.

En Tabasco no solo han parido mujeres de este Estado. La ley se aplicaba siempre que se diera a luz aquí, sin importar dónde transcurriera el embarazo. Es el caso de Isabel, de 27 años, madre soltera de una niña de seis, que vive en una modestísima casa baja encaramada a una de las barrancas urbanas que se alternan al oeste de Ciudad de México. Ella dice que no lo hizo por dinero, sino por razones médicas. Antes de prestarse a la gestación sustituta, confiesa, había “abusado” de la donación de óvulos. “Está permitida cinco o seis veces. Cada seis meses. Eso es normal y puede no afectar. Yo donaba cada tres meses”. Lo llama donación, y así figura en las páginas de todas las clínicas que ofrecen este servicio. Pero también es a cambio de dinero: a ella, por cada extracción le pagaban 10.000 pesos (unos 500 euros). Que en México no exista una ley de reproducción asistida no solo deja con vacíos legales la maternidad subrogada, sino también la donación de células reproductoras o, por ejemplo, la inédita fecundación de un embrión con “tres padres”, que dio a conocer la revista New Scientist el pasado septiembre.

Isabel asevera que el doctor le dijo que su salud corría riesgo debido al abuso en la extracción de óvulos y, para evitarlo, le recomendaba embarazarse. Según la literatura médica, uno de los posibles efectos secundarios de la donación de óvulos, para los que se toma un medicamento similar al tratamiento de fertilidad, es la hiperestimulación ovárica. Sus casos más graves pueden llegar a coágulos de sangre e insuficiencia renal, pero en ningún caso se recomienda médicamente embarazarse. Al contrario: el síndrome puede empeorar en ese estado.

Isabel (27 años). Quería darle una vida mejor a su hija de seis años y vio en la subrogación una oportunidad. Con el bebé ya entregado, dice que está “feliz” y que le gustaría ser policía federal.

Pero Isabel insiste en que si no hubiera habido dinero de por medio, lo habría hecho igual, “por darle a mi hija una mamá con mejor salud”. Ahora, con el niño ya entregado, se encuentra “feliz y satisfecha”. Le gustaría estudiar una carrera y ser policía federal.

Quien pasó preocupada el final de su embarazo es Guadalupe, de 33 años, que dio a luz este diciembre a una niña para una pareja gay estadounidense. Al principio se encontraba tranquila, como se mostró en la sesión de fotos para la que abrió su casa, una estrecha vivienda confundida en el mosaico de un desarrollo de protección oficial en Cuautitlán Izcalli, en el Estado de México. Las vacaciones escolares permitieron a sus tres hijos estar presentes en la sesión, al igual que su marido, que trabaja de noche en un almacén.

Una agencia dedicada a este negocio tuvo a selene encerrada con otras mujeres y sus niños hasta que diera a luz. No había qué comer.

Entonces explicó, despreocupada, cómo fue el proceso, por el que dejó su trabajo de conserje en una guardería, con el que ganaba 2.000 pesos (unos 91 euros) al mes: “Te hacen una entrevista y, si pasas todo, te quedas y te dan un cliente”. La transferencia, cuenta, resultó rápida: “Como unos 15 o 20 minutos”. Y fue desgranando cómo le iban a ir pagando por sus servicios: en la firma de contrato, 3.500 pesos (160 euros); en la transferencia, 3.000 pesos (140 euros); el primer día de ultrasonido, 5.000 (230 euros), y, a partir de las 12 semanas, se desembolsan 10.000 (unos 460 euros) en cada revisión médica. Completarían el monto 75.000 pesos (3.500 euros) en el momento del parto, 30.000 (1.370 euros) más si fueran gemelos. En total, 150.000 pesos (6.700 euros).

Pero transcurridas varias semanas escribe inquieta: “Me da miedo todo esto”. Una amiga suya, también gestante sustituta, casi perdió la vida por una hemorragia que sufrió durante la cesárea. Resultó tener placenta previa, circunstancia que ocurre en uno de cada 200 embarazos, y tuvieron que extraerle el útero. No hay compensación extra en caso de histerectomía. Los padres se comprometieron en el contrato a pagar los gastos médicos de la gestante hasta que se le dé de alta, pero las embarazadas firmaron que son conscientes de los riesgos de la preñez y del parto. Ninguna ley las libra de la posibilidad de padecerlos.

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