Los que juegan son los padres
E S VIERNES por la tarde y a Michael Sullivan se le ha llenado la tienda de peterpanes. Hace seis años que sustituyó a su tío al mando de la juguetería madrileña Cuarto de Juegos y además es uno de ellos. Por eso también se sienta alrededor de la mesa de madera negra que ocupa casi por completo la segunda planta de su local y cuya superficie cubre un tablero con un pedacito de mundo. Se disponen a jugar media docena, todos con el torso cubierto por una prenda azul marino. La coincidencia y el barullo que arman los asemeja a una clase revoltosa ante la ausencia del profesor. Solo que la media de edad de estos colegiales alcanza los 40 años. El lote incluye delegado, que intenta poner orden sin éxito.
–A ver, chicos, que hablo en serio. Movimiento y batalla. Cuando conquistáis un territorio podéis saquearlo…
–¡Hala! ¡Cómo mola eso!
–Si tiene un templo…, te da… una ciudad…, o sea, una moneda…, un recurso, y… espérate que no me acuerdo.
Francisco, de 42 años, administrador de fincas enjuto y alto, se levanta para consultar el manual y la clase estalla en una carcajada. No parece importarle. Compró el juego hace pocos días. Se empolló las normas y se ha pedido la tarde del viernes libre para poder probarlo con un grupo de amigos a los que conoció a través de las redes sociales gracias a que todos comparten pasión por los juegos de mesa. Esta escena es habitual en la tienda de Sullivan desde hace año y medio. Cuando empezó a organizar las partidas tenía que pedir como favor a sus colegas que fueran a hacer bulto. Ya no lo necesita. “El sector ha crecido muchísimo. Ahora tengo unos cinco grupos que me piden la tienda para echar una partida y cada vez viene más gente. Las redes sociales han incrementado la afición entre adultos, y las editoriales, desde hace dos años, se han puesto las pilas y no paran de sacar novedades”.
José Antonio Pastor, presidente de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes, añade un factor más: “La crisis propició que saliéramos menos. Aumentaron las reuniones de amigos en casa, por aquello de no gastar. Reuniones en las que, para pasar un rato divertido, se recurría a los juegos de mesa. Además, es evidente que, frente a la individualidad de los juegos virtuales, cada vez tenemos más necesidad de compartir, de tener relaciones reales”. Pero no solo hay un boom de tableros. El sector juguetero ha experimentado este año un aumento de ventas en temporada baja y, a cierre de octubre, prevé un incremento del 7% para la campaña de Navidad, según datos del Grupo NPD, empresa especializada en estudios de mercado. La industria ha alcanzado niveles anteriores a la crisis y las buenas noticias vienen de la mano del juguete tradicional. Fernando Pérez, director general de NPD en España, canta el top 15 de ventas en lo que va de año y parece que ha cogido una lista de los años ochenta en vez de la de 2016. El Cocodrilo Sacamuelas, Twister, el cubo de Rubik, Quién es Quién, el Tragabolas… Y apunta: “La categoría de juguetes electrónicos ha caído cerca de un 7%. Hay una vuelta a lo clásico”.
En el Hospital del Juguete, en el barrio madrileño de Pacífico, se oyen de fondo y en bucle las bandas sonoras de El Padrino y El guardaespaldas. Sus versiones a la trompeta suenan en una radio vieja y sirven de hilo musical a Antonio Martínez mientras “cura enfermos”. Lleva más de 30 años reparando muñecos, peluches, trenes…, y acaba de despachar a una mujer que ha dejado en su taller un cochecito teledirigido y unos walkies que le regalaron a su hijo en los setenta. Quiere quitarles el polvo y los años para que su nieto juegue con ellos. Serán su regalo de Reyes. Desde hace ya algún tiempo, este es el cliente tipo de la tienda de Martínez. Padres y abuelos que buscan despegar a sus hijos o nietos de la pantalla del móvil a golpe de nostalgia. El artesano nota que el volumen de encargos va en aumento, pero él se muestra escéptico. “Hay una pequeña vuelta a lo tradicional, pero no porque el niño lo pida, sino porque los padres intentan sacar a la luz el juguete que había antiguamente. Aunque es complicado que los pequeños lo quieran porque ahora están acostumbrados a otro tipo de ocio”. Martínez ha visto en su taller la ilusión en el rostro adulto al ver funcionar de nuevo un coche dirigido de más de 20 años, y la decepción en las facciones del crío al constatar que un rudimentario cable une el mando al automóvil.
“¡Pues claro que los niños se divierten con lo que les ofrecen sus padres! Si no hay nada más interesante que jugar con un adulto”. María Costa, socióloga del Instituto Tecnológico del Juguete, sostiene el argumento opuesto a Martínez. Y además pone nombre al fenómeno que está resucitando el juguete tradicional: retromanía. “Los niños de los años setenta y ochenta son las primeras generaciones lúdicas, tuvieron más espacio para elegir las actividades de ocio. Estos adultos tienen ahora hijos y quieren compartir con ellos los juegos de su infancia. Pero nos encontramos con que también buscan ocupar su tiempo de ocio jugando entre ellos porque tienen la necesidad de experimentar lo lúdico más allá de lo virtual”.
Por mucho que avance la tecnología, la esencia del juego no cambia. Los cochecitos siguen saltando y volando en las habitaciones de los niños porque con ellos pueden replicar una y otra vez aquello que ven en el mundo real, apunta José Luis Jiménez, propietario de la juguetería Macchinine, especializada en vehículos a escala. Y sentencia: “El juguete tradicional va a seguir existiendo. Dentro de 30 años, los niños aún harán girar peonzas en el patio del colegio mientras que los smartphones o las tabletas ya no existirán. Serán tecnológicamente otra cosa”.
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