Gulliver en la isla
Los políticos se valoran por las acciones que adoptan y las que no dejan adoptar
Sólo Dios puede juzgar a los hombres. Los mortales no podemos ponderar la obra de una persona en su conjunto, poniendo a un lado de la balanza sus “luces” y al otro sus “sombras”, como estamos haciendo con Fidel Castro.
La mano del Comandante está efectivamente detrás de todo lo que metemos en esa báscula. El sentimiento de emancipación nacional, la sanidad, la educación o demás políticas de igualdad en un plato; y las ejecuciones, el exilio, el desprecio por los derechos humanos o la ineficiencia económica en el otro.
Pero, aunque es todo lo que está, no está todo lo que es. Porque es difícil calcular todas las consecuencias del castrismo. La experiencia de otros países nos dice que los legados de una economía comunista son intrigantes. Un sistema intenso y extenso en el tiempo genera traumas intensos y extensos en la fibra moral del país. Fomenta ciudadanías desconfiadas y escépticas. Excepcionalmente, algunos países viven lo que los psicólogos llamarían un crecimiento postraumático. Como Estonia. Pero muchos otros se estancan como regímenes “híbridos”, con lo peor del comunismo y lo peor del capitalismo: Estados policiales con oligarquías económicas.
De Fidel valoramos sus intenciones (¿quería una sociedad más justa o una tiranía?) o los resultados sociales del régimen (por ejemplo, la posición de Cuba en las comparativas internacionales de sanidad y educación o en derechos humanos). Pero los líderes no pueden ser evaluados ni por sus intenciones, sujetas siempre a interpretación subjetiva, ni por los logros de sus países, sujetos a muchos factores. Si fuera así, justificaríamos a Franco y a Pinochet por el crecimiento de España y Chile en sus mandatos.
Los políticos se valoran por las acciones que adoptan y las que no dejan adoptar. Y ahí Fidel es imbatible. Nadie en Cuba tomó tantas acciones y tan intrusivas durante tanto tiempo. Salvador para unos, monstruo para otros. Pero, para todos, Fidel fue un ser de una estatura política descomunal. Un Gulliver atando y desatando a los liliputienses de la isla. Erradicando el libre albedrío.
Dejemos que Dios juzgue a quien se creyó más que Dios. @VictorLapuente
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