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Tu cicatriz me pone cachonda

Estigmatofilia, qué bonito nombre tienes

No siempre en la perfección hay deseo. Para muchos, es precisamente en lo contrario en lo que encuentran el delirio.

Estigmatofilia, excitación por las cicatrices
Estigmatofilia, excitación por las cicatrices

A los veinte me enrollé con el que la tenía más grande. Desde el nacimiento del pelo hasta la mandíbula para ser exactos. Se le enganchaba un pellizco en el párpado, un punto mal dado supongo, que hacía que te mirara incluso cuando roncaba después de un polvo. Cinco años después solo me dormía acariciándosela al que dormitaba a mi lado en la cama. También era de las grandes. Lo que corresponde a una operación de cinco horas para limar la cabeza del fémur eliminando un tumor que se extendía peligrosamente. Desde hace doce años concilio el sueño enroscada en el hueco de la axila de uno que la lleva siempre al aire. Por más que lo intente no la puede esconder. Es lo que tiene estampar la cara contra un vaso a los dos años, que ni con pasamontañas eludes la cicatriz de debajo del ojo.

A los tres los deseé, follé o amé por sus heridas. O más bien por sus cicatrices. Súmenle una buena recua de amantes que comparten idénticas mordeduras, amputaciones, miembros desmembrados y llámenmelo con todas las letras: E-S-T-I-G-M-A-T-O-F-Í-L-I-C-A. Si además comprueban que luzco tatuaje y anillo en el ombligo no les quepa la menor duda de que lo soy. La estigmatofilia me acoja en su seno. Me excitan las cicatrices, me gusta la historia que esconden tras ellas, me fascinan los cuerpos imperfectos con costurones, agujereados y tatuados. Yo misma soy así.

Seguramente mi grado de parafilia sea ínfimo por mucho que escandalice a más de uno. Tengo dudas de si en realidad no seré abasiofílica, puesto que, como ya he confesado, algunos de mis amantes no se quedaban en meras cicatrices. Hay quien se excita con personas con algún miembro amputado o incluso con casos agudos de diversidad funcional motora que necesiten prótesis o sillas de ruedas. Ambas parafilias están contempladas en el famosísimo Manual de Diagnóstico Diferencial (DSM5) al que vayan acostumbrándose porque soy muy de referirme a él. Y aunque la Real Academia Española considera que las parafilias son desviaciones sexuales, les aseguro que para la biblia de los psiquiatras no necesitamos tratamiento a menos que seamos incapaces de tener sexo con personas fuera de estos parámetros. Gracias wikipedia por ser más benévola a la hora de definir nuestros gustos sexuales. Dejémoslo en perversiones si quieren. Me gusta. Deseamos la imperfección y la ponderamos cuando se cruza en nuestra vida.

Reportaje de Netnoticias.mx

A Vince Vaugh le falta medio dedo de la mano derecha y dudo mucho que para Jennifer Aniston supusiera un problema. Fijo que le dejaba hacer incursiones entre sus piernas, máxime si reconocemos que tiene los dedos PERFECTOS (muñón incluido) para hacer precisamente eso: dedos. No se sabe si la cicatriz en el labio superior de Joaquín Phoenix se debe a una operación por labio leporino. Lo que tengo claro es que deben de ser muy pocos los que, llegado el caso, no quisieran besarlos. Harrison Ford cometió la imprudencia de intentar ponerse el cinturón con el coche en marcha y terminó estampándose contra el parabrisas. Es probable que, desde entonces, la cicatriz de debajo de su boca le recuerde abrochárselo sin arrancar siquiera, pero también apuesto que esa misma marca habrá provocado más de una paja solitaria. No quiero ni imaginar lo que debió de suponer la película Crash (1996) para más de uno.

La historia que contó David Cronenberg se basa en una obra homónima de J.G.Ballard, el mismo de Rascacielos y a punto estuvo de no poder estrenarse en Reino Unido por obscena. Crash recrea otra perversión más: la excitación por ser testigo de accidentes automovilísticos. O aún más retorcido: por vivirlos. Por supuesto, esto también tiene nombre: sinforofilia. Con las consiguientes heridas, cicatrices y hasta amputaciones que esto pudiera ocasionar. Una mezcla perfecta de perversiones varias. ¡Slurp!

Estigmatología, abasofilia y sinforofilia en una misma película.

Como casi todo en esta vida, el deseo es algo personal en intransferible. No existe un único parámetro y muchos menos es normativo. El origen de las parafilias por los amputados (abasiofilia) y por los cicatrizados (estigmatofilia) se sitúa en la primera mitad del siglo XX. El sexólogo John Money fue el primero en plantearlas cuando las dos grandes guerras y la polio dejaron diezmada a gran parte de la población. Muchos soldados regresaron del frente hechos un asco e infinidad de hombres y mujeres creció con los signos evidentes de la polio. Era algo normal y habitual y como tal, ayudó a normalizar la sexualidad con ellos. Primero se acostumbraron, después los desearon y con toda probabilidad hasta los amaron.

¿No les parece algo precioso?

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