Dubái, el emirato del diseño
DUBÁI HA surgido en el desierto y eso es algo que la arena que rodea los icónicos rascacielos recuerda a cualquier visitante. Que se levantó en dos décadas lo confirma su continuo aspecto inacabado. El trajín de las obras, retomadas tras la última crisis, invita a preguntarse si esta ciudad está obligada a vivir en permanente construcción. También ha empujado a la dinastía Al Maktoum a tratar de convertir su metrópolis en referente de diseño para Oriente Próximo.
Con su apuesta por el diseño, dubái pretende ir más allá de los récords guinness que son sus activos turísticos.
Los mandatarios que dirigen tanto el país como sus principales empresas constructoras quieren dotar de contenido a su ciudad. Con muchos temas sociales todavía por resolver –de la accesibilidad a la inclusión–, la apuesta por el diseño revela una voluntad de ir más allá de la colección de récord Guinness que representan sus principales activos turísticos: el edificio más alto del mundo, el acuario más grande o el mayor centro comercial. Por eso, con un flamante nuevo distrito dedicado al diseño y con el anuncio del inminente Dubai Institute of Design and Innovation (DIDI), una universidad asesorada por el Pratt Institute de Nueva York y por el Massachusetts Institute of Technology, esta disciplina se ha convertido en una de las prioridades del emirato, que aspira a ser referencia antes de 2020, el año de su exposición universal. La Dubai Design Week invitó a un centenar de periodistas internacionales. Esto es lo que vimos.
Cuando las semanas del diseño se cuentan por docenas en el mundo, es clave diferenciarse. Sobre todo en un momento en el que la propia disciplina se debate entre ser herramienta para aumentar las ventas o intentar solucionar los grandes problemas del mundo. En Dubái han querido cubrir todos los frentes: de las grandes marcas a los proyectos idealistas. Ha sido este segundo grupo –la aportación del talento joven y la artesanía– el que ha centrado la muestra. Ambos diseños combinan las mayores aspiraciones con el respeto por la lógica de las materias primas y las tradiciones locales.
pulsa en la fotoSolari: olla alimentada por energía solar de Bodin Hon, del Istituto Europeo di Design de Milán.Vanessa Montero
Así, en la exposición que reunió propuestas de los mejores recién graduados de diseño del mundo sobresalen productos para un mercado con necesidades reales: lavadoras que requieren poca agua y nada de electricidad –como la ideada por Balungile Mahlangu, de la Universidad Tecnológica de Tshwane, en Sudáfrica– o dispositivos que limpian las compresas reutilizables, ideados por Mariko Higaki Iwai, del Art Center College of Design, en Pasadena (California). Esta diseñadora estudió el tratamiento de la menstruación en los países pobres y descubrió que el periodo impide a miles de niñas ir al colegio durante una semana al mes.
Si la mayoría de los jóvenes equiparan diseño al deseo de un mundo mejor, en países con lazos con Dubái, como India, Argelia o Irak, la falta de industria hace que el diseño dé la mano a la artesanía, la gran olvidada en las naciones industrializadas. Así, las pieles de fruta reconvertidas en materia prima por la libanesa Muriel Kaib comparten idioma con las cerámicas tradicionales de Baréin, rediseñadas ahora a la carta a partir de un programa informático.
Las ideas por encima de las formas, la investigación antes que el capricho y la tradición como patrimonio han sido los platos fuertes de esta semana del diseño en Dubái. Queda por ver si esas inquietudes consiguen trasladarse al imparable urbanismo de la ciudad.
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