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Tribuna
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‘Backlash’: la revancha ‘wasp’

En EE UU ha habido una reacción de los blancos que sentían que perdían su hegemonía cultural

Enrique Gil Calvo
Protestas en Los Ángeles contra la elección de Donald Trump.
Protestas en Los Ángeles contra la elección de Donald Trump.Reed Saxon (AP)

La victoria del antipolítico Trump ha sorprendido tanto como la llegada de un negro a la Casa Blanca hace ocho años. Lo que permite intuir que ambos acontecimientos están vinculados, como si este nuevo shock hubiera servido para revertir el anterior. Los perdedores de 2008 se han tomado ahora la revancha, a fin de restaurar el american way of life liderado por los wasp (hombres blancos anglosajones y protestantes) que se vio sobrepasado por la coalición arcoíris (de jóvenes, mujeres, migrantes, latinos y afros) construida por Obama. Y con este vaivén pendular se restablece el alternante equilibrio entre las presidencias republicana y demócrata que teorizó Arthur Schlesinger en su libro de 1986 Los ciclos de la historia americana.

¿Cómo es posible que con la misma correlación de fuerzas el resultado actual haya sido opuesto al anterior? La explicación técnica es la diferente participación electoral de uno y otro bando, pues si Obama supo movilizar en 2008 a toda su base social multicolor, ahora Clinton no ha sabido lograrlo; mientras que Trump supo estimular con su agit-prop el decisivo voto wasp de los Estados oscilantes. Contaba para ello con gran ventaja diferencial en términos de marketing, dada su potente imagen de candidato imposible que le confería una extraordinaria visibilidad mediática. Lo que se vio reforzado por el estilo provocador de su retórica antisistema, pues, como sabemos por Ansolabehere & Iyengar (Going Negative, 1996), el negativismo permite reactivar y movilizar el voto de los afines a la vez que desanima y desmoviliza a los moderados. Y frente a eso Clinton solo ofertaba redundancia progresista pero sin el carisma de Obama.

Pero si bien la contabilidad electoral está clara, no sucede lo mismo con su interpretación. Algunos hacen una lectura economicista sosteniendo que todo se debe al declive relativo de los trabajadores industriales y los propietarios rurales. Y es verdad que se está abriendo una grave fractura entre las viejas clases medias analógicas, enclavadas en sus redes locales al ser incapaces de competir en la globalización, y las nuevas clases medias digitales, conectadas en abierto a las redes cosmopolitas. Pero esta divisoria no hay que leerla en términos de clase, al modo de Marx, sino en términos de estatus al modo de Weber. Así que no es la economía, estúpido, sino la batalla por la hegemonía cultural y el conflicto de estatus.

Se está abriendo una grave fractura entre las viejas clases medias analógicas y las nuevas clases medias digitales

Es la perspectiva que explica el ascenso del populismo como una rebelión contra el establishment de los grupos de estatus socialmente excluidos. Una interpretación verosímil en el caso del Brexit, pues Reino Unido está históricamente dividido entre la élite educada en colegios privados frente a quienes salen de la escuela pública. Pero no parece aplicable a Estados Unidos, una sociedad con altos niveles de movilidad social donde no hay lugar para los conflictos de clase, y de ahí la ausencia histórica de socialismo. Lo que deja amplio espacio para los conflictos de estatus, destacando el conflicto racial. La herida histórica del esclavismo, agravada por la memoria de la guerra civil, explica la pervivencia de un conflicto irresoluble entre la etnia dominante, los wasp, y los afroamericanos descendientes de esclavos.

Pero aún hay otro conflicto de estatus que se viene a solapar con el anterior, como es el conflicto de género. En Estados Unidos comenzó en los años sesenta el ascenso imparable de las mujeres hacia la conquista de la independencia económica y el éxito profesional. Pero esa revolución igualitaria pronto encontró cumplida respuesta vengativa por parte del resentimiento masculino. Fue lo que una conocida feminista, Susan Faludi, bautizó en 1991 con el término de Backlash (“culatazo”), para denominar a la nueva misoginia generada por el supremacismo masculino que se resistía a reconocer el derecho de las mujeres a adquirir un estatus igualitario. Pues bien, este concepto de backlash, entendido como la reacción de resentimiento que experimentan quienes se sienten desposeídos de su estatus dominante, y que aspiran a tomarse la revancha para restablecer la jerarquía del anterior statu quo, es el que mejor describe el clima de opinión que ha llevado a Trump a la Casa Blanca, con objeto de restablecer el supremacismo wasp ante un doble sorpasso racial y de género que amenazaba con desposeerles de su hegemónica posición heredada.

Enrique Gil Calvo es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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