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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

'Trumpismo' parlamentario

El sarcasmo de la candidatura de Jorge Fernández Díaz a presidir la Comisión de Exteriores

Gonzalo Fanjul
El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz.
El exministro del Interior Jorge Fernández Díaz.Ballesteros (EFE)

En el intrincado mundo de la alta política y las estrategias parlamentarias, algunas cosas resultan bastante fáciles de comprender. Una de ellas es que no pones a un matón alérgico a las leyes  internacionales al frente de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso. Sin embargo, eso es exactamente lo que podría haber ocurrido esta semana, gracias a la colaboración más o menos vergonzante entre el Partido Popular, el Partido Socialista y Ciudadanos.

El exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, fue reprobado en su momento por los diputados debido al escándalo del espionaje de Estado a sus contrincantes políticos. Siendo grave, este asunto es un pecadillo de juventud en comparación con el rosario de abusos, irregularidades y omisiones de su departamento a lo largo de cinco años de la peor política migratoria que ha conocido este país. La lista incluye la muerte de quince inmigrantes en el puerto ceutí del Tarajal (con medalla incluida a los guardias civiles implicados), la deplorable gestión de los centros de detención de extranjeros, los controles racistas, la desprotección de menores no acompañados y la devolución automática de potenciales solicitantes de asilo en las fronteras españolas, por citar solo algunas perlas. Por encima de todas ellas está la responsabilidad directa en la crisis de refugiados, donde el Sr. Fernández-Díaz y su equipo han sido determinantes en la respuesta cobarde y aislacionista -cuando no ilegal- de España a la mayor emergencia humanitaria en suelo europeo desde los años 40.

Conviene no perder de vista el sarcasmo de este asunto. Mientras medio planeta se echa las manos a la cabeza ante la elección de un xenófobo populista como líder de los Estados Unidos, a buena parte de nuestros representantes les ha parecido muy buena idea que en una legislatura esencialmente parlamentaria la estrategia exterior de España esté liderada por una versión castiza del presidente electo. Porque, a diferencia de lo que hemos escuchado estos días, la presidencia de una comisión es mucho más que un aumento de sueldo y un coche oficial. Los presidentes pueden influir en los asuntos que se discuten y en cómo se hace, marcar de cerca la posición del gobierno e impulsar o ralentizar la agenda legislativa en cuatro años donde España y Europa van a enfrentarse a más de una encrucijada vital.

El papel del PSOE y Ciudadanos en este asunto es poco edificante, por decirlo de forma suave. Tras el ritual cruce de reproches entre los grupos de la oposición y las referencias a un opaco acuerdo de reparto de las comisiones, lo único que ha quedado claro es que ambos partidos solo decidieron plantarse cuando la presión externa fue intolerable.

Definitivamente, vamos a necesitar algo más. Esta anécdota lamentable ilustra el modo en que los partidos europeos de la izquierda, el centro y la derecha moderada están cediendo posiciones lentamente hasta convertir en aceptable lo que hace solo unos años nos parecía una aberración. Si queremos revertir la tendencia autodestructiva que ha dado lugar al Brexit, a Trump y a la miríada de movimientos de ultraderecha que determinan sin dominarlo el clima político de sus respectivos países, debemos empezar por establecer con claridad las líneas rojas. Una de las más urgentes es aceptar que la crisis de refugiados es una tragedia humanitaria que Europa puede gestionar razonablemente sobre la base de la responsabilidad compartida y el respeto a las normas internacionales por las que los propios europeos tanto trabajaron en el pasado. Si un individuo decide saltárselas a la torera, su lugar no está en el sillón de presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores, sino en un banquillo.

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