Qué gente
Mira que las encuestas le daban perdedor por los pelos hasta el último minuto
El último domingo de octubre hizo un día fantástico. Treinta grados al sol, 25 a la sombra y alguna decimilla más de 36 y medio en la sangre de la gente que se tiró al campo presa de la fiebre por disfrutar aquí y ahora del cambio climático, y los que vengan detrás que arreen. El resultado estaba escrito. Broncas por aparcar hasta en las cunetas, bofetadas por una mesa hasta en el rancho más infecto y blasfemias de excomunión inmediata en el atascazo de vuelta a casa. La gente es que se vuelve loca en cuanto ve el solazo. La gente es que es tonta, pensaba la que suscribe entre acelerón y frenazo. Y es que para la gente, menos para Podemos, que considera gente solo a los suyos y no a todos, la gente son los otros. Nosotros, no. Nosotros somos otra cosa.
La gente ha querido que Donald Trump sea presidente de Estados Unidos. Mira que les hemos advertido. Mira que le hemos sacado los trapos sucios. Mira que las encuestas le daban perdedor por los pelos hasta el último minuto. Pues nada. Ha ido la gente y ha votado lo que le ha dado la gana. Por joder. Por llevar la contraria. Porque sí, porque no, por activa, por pasiva. Por salvar su blanco o su negro culo. La gente es que es tonta, ya te digo. Nosotros, no. Nosotros somos otra cosa. Pero, visto lo visto, igual nos convenía dejar de confundir nuestros deseos con la realidad y empezar a contarle a la gente lo que le pasa a la gente, que se supone que es nuestro oficio. A toda la gente, no solo a los nuestros. Y aquí viene a huevo el refrán de las moscas y la, con perdón de la mesa, mierda. Vale que nos repugne, pero algo tendrán las heces para resultar tan irresistibles a según qué masas. Igual es que la gente, toda la gente, no está en Facebook ni en Twitter ni en los despachos ni en los oráculos de la demoscopia, ni siquiera en nuestro bar de referencia. Igual, no sé, de ahora en adelante habrá que ir y preguntar a la gente por qué vota lo que vota.
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