Un sí a Clinton
La candidata demócrata acumula sobrados méritos para ganar
Hillary Clinton merece por sus propios méritos ser elegida hoy por los estadounidenses como la nueva presidenta de EE UU.
La candidata demócrata no solo tiene un sólido pasado político sino que además encarna una visión de su propio país y del mundo basada en un optimismo realista y en la sensatez proporcionada por la experiencia. Estas dos circunstancias ya hacen de la exsenadora y exsecretaria de Estado una candidata muy difícil de igualar, independientemente de quien fuera su rival. La actriz Susan Sarandon afirmó que no votaría por Clinton por el mero hecho de ser mujer y que por tanto prefería a un candidato independiente ecologista. Se equivoca Sarandon, porque efectivamente Clinton merece ocupar la Casa Blanca no en razón de su sexo, sino por su sobrada preparación respecto a los demás candidatos en liza para ocupar el cargo.
Pero además ha coincidido que en estas elecciones la aspirante demócrata tiene enfrente no a alguien que representa un proyecto serio del que se pueda discrepar —con todo el enconamiento que sea necesario— ideológicamente, sino a un candidato que se ha aprovechado del descontento popular y el desconcierto existente entre las filas republicanas para optar a la Casa Blanca con un destructivo mensaje que en el nombre de los valores americanos desprecia profundamente los valores en los que la sociedad estadounidense está basada y que forman parte de su exitosa historia como nación: la integración, la apertura, la igualdad de oportunidades y el respeto a la diversidad.
No puede extrañar, pues, que Clinton haya recibido apoyos no solo desde el espectro progresista de la política estadounidense. Políticos, medios de comunicación y personalidades conservadoras estadounidenses también han hecho pública su preferencia por la candidata demócrata. Lejos de verlo como una traición a sus propios principios, estos republicanos interpretan —acertadamente— que la democracia estadounidense no puede permitirse el lujo de caer en manos de un demagogo que ha mostrado reiteradamente su desprecio por ella. Para estos conservadores lo que se dirime hoy en las urnas no son dos visiones diferentes, pero profundamente estadounidenses, sobre su país, sino la opción de votar al histórico rival por lealtad antes que colocar el Gobierno en manos de un aventurero indigno de figurar en las mismas filas que, por ejemplo, Abraham Lincoln.
Hillary Clinton ha convertido su carrera política en décadas de lucha constante contra montajes, conspiraciones y críticas disparatadas ante las que ha colocado su trabajo tenaz, sacrificado y eficaz. Los votantes estadounidenses lo saben pero falta que lo ratifiquen en las urnas, que son quienes de verdad mandan en EE UU.
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