La maleta climática: de París a Marrakech
La sostenibilidad global vuelve a la mesa de negociación. Los gobiernos ya no tienen más excusas
La Cumbre de Cambio Climático de París fue histórica, pero no suficiente. El mundo se la juega en Marrakech
Superar la resaca de la foto-finish sonriente en París y acelerar las acciones reales contra el cambio climático más allá de las mesas de negociación. Ése es el reto fundamental de la cumbre del clima que arranca hoy en Marrakech. Durante los últimos doce meses, el Acuerdo de París ha sido ampliamente celebrado (por algunos con matices, aquí la valoración de Oxfam).
En un contexto internacional de exacerbación de conflictos y de escepticismo generalizado sobre las virtudes del multilateralismo, la cumbre de París será recordada como un momento excepcional donde, en el marco de las Naciones Unidas, los líderes del mundo se pusieron de acuerdo en algo bueno. No es poca cosa.
Pero no alcanza. Bajo la premisa –probablemente acertada- de mejor un acuerdo imperfecto que un no-acuerdo, París se dejó en el tintero varios asuntos de calado. Algunos de ellos son críticos para los países en desarrollo donde se concentra la población menos responsable de las emisiones de gases y al mismo tiempo –paradoja injusta, no casual- la que de manera más dramática está padeciendo la crisis climática. Sólo este año, los efectos combinados del cambio climático y el Niño han dejado a sesenta millones de personas en riesgo de inseguridad alimentaria.
Al contrario que París, Marrakech no está concebida como una cumbre para la pompa diplomática y las grandes decisiones sino como un encuentro para concretar medidas, una cumbre para la acción. Más allá de la agenda oficial de negociación (que sigue pareciéndose más a un monumento burocrático del Barroco tardío que a un documento de trabajo para acordar acciones urgentes en pleno siglo de la inmediatez), en Marrakech hay sobre la mesa varios pendientes en los que el proceso se juega la credibilidad.
Urge acelerar el apoyo financiero a los más vulnerables. No se trata de gestos dadivosos ante el infortunio y el desamparo de unos pocos. Bajo el principio de “quien contamina paga”, los países que históricamente más gases de efecto invernadero han emitido a la atmósfera tienen la responsabilidad de asumir la factura de los impactos del cambio climático. Naciones Unidas estima que los costes de adaptación en países en desarrollo ascenderán hasta los trescientos mil millones de dólares en 2030. La asistencia financiera neta destinada a medidas de adaptación no superaba los siete mil millones de dólares en 2014, según cálculos de Oxfam. Del total de los fondos climáticos sólo el 16% se invierte en adaptación, sólo el 18% en los Países Menos Adelantados (entre los más vulnerables). Es evidente que a los países en desarrollo les están dando mal el cambio. Los Ministros de Finanzas que se reúnen el 16 de Noviembre en Marrakech deben honrar sus compromisos y revertir esta tendencia.
Urge multiplicar la ambición en la reducción de emisiones. El Acuerdo de París asume el objetivo formal de contener el incremento de temperatura global en 1,5ºC. Sin embargo, la suma de los anuncios nacionales de reducción de emisiones registrados en París nos coloca en una trayectoria de incremento de temperatura de 3ºC. Eso, suponiendo que todos los países efectivamente ejecutan al completo sus planes de mitigación; que no compromisos cuyo incumplimiento significase sanciones. Para los menos cándidos que se pregunten qué pasaría en caso contrario, el Banco Mundial describió hace algunos años un mundo donde la temperatura global incrementase en 4ºC: olas de calor de una magnitud y duración sin precedentes, incremento del número e intensidad de ciclones tropicales, sequías devastadoras y hambrunas, incremento de la temperatura y el nivel del mar con la desaparición de ecosistemas, inundación de ciudades costeras...
Todo ello es evitable. Existen soluciones y tecnologías económicamente viables que nos alejan de ese escenario. Es necesario apostar por ellas: invirtiendo hoy en la transición energética y desincentivando el uso de combustibles fósiles. Demasiados países están haciendo exactamente lo contrario. Se trata de una decisión política. Al alcance de los políticos que se supone responden al interés común y no a los intereses de un lobby. En mano de los Gobiernos que se reúnen en Marrakech. De quienes esperamos que nos permitan seguir sonriendo. O como mínimo seguir respirando.
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