De celda histórica a ‘bed and breakfast’
Portugal privatiza monumentos históricos para explotarlos comercialmente
Portugal tiene castillos en cada montaña, monasterios en cada aldea y un fuerte en cada esquina; algunos maravillosos, otros no, muchos en penoso estado de conservación. Antes de que se caigan por abandono, el Gobierno ha decidido alquilar durante 50 años una serie de edificios históricos y decrépitos a cambio de que el inquilino rehabilite el monumento y le dé el uso que quiera.
La iniciativa ni es original ni es nueva. Cualquiera puede montar su fiestorro en la torre de Belén o en el monasterio de los Jerónimos, por citar dos monumentos nacionales y de la humanidad. El Gobierno socialista ha decidido continuar en esa política de rentabilizar el patrimonio nacional antes de que desaparezca por abandono y la falta de recursos públicos para mantenerlos. Pese a su nula novedad, la medida ha tenido una respuesta furibunda de su socio parlamentario, el PC, que la califica de “inaceptable”. “No se puede transformar el patrimonio en un negocio donde quien se lucra son los grupos privados a costa de la memoria y de la historia colectiva del país”, ha señalado en un comunicado oficial. “El argumento de que más vale alquilar que dejar caer representa una forma de huir de las responsabilidades del Estado frente al patrimonio cultural de Portugal”.
La tajante oposición del socio gubernamental, que nunca antes se había dado con el alquiler de otros de edificios históricos, coincide con la inclusión en esta lista de futuros bed and breakfast o similares, del fuerte de Peniche que, en los años sesenta, encerraba a los opositores a la dictadura de Salazar, principalmente comunistas. En una de sus celdas estuvo Álvaro Cunhal, como recuerda una placa de metacrilato, el líder comunista que, con la misma determinación, luchó contra Salazar y amó a Stalin. En sus 500 años de historia, el fuerte recluyó no solo a comunistas, sino antes a absolutistas y liberales, a nazis y antinazis, y hasta a bóers, aunque el PC se interesa, concretamente, por sus últimos 50 años de historia y su alquiler, “una manifestación de desprecio a la lucha antifascista en Portugal”.
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