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Tribuna
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¿Una gestión económica mitificada?

Al calar el mensaje triunfalista del PP, muchos piensan que no es necesario cambiar de rumbo, pero, sin dejar de reconocer los logros, es urgente abrir nuevas vías de regeneración de la Economía

Agustín del Valle
EVA VÁZQUEZ

Todos parecen coincidir en la necesidad de regenerar la vida política española. ¿Y la economía? No está tan claro. Porque ha calado en nuestro país el mensaje triunfalista del PP sobre su gestión económica y muchos piensan que no es necesario cambiar de rumbo, sobre todo cuando una desdibujada socialdemocracia ha sido incapaz de hacernos llegar otras alternativas. Ante esta sociedad desinformada, creo oportuno, desde el rigor profesional, desmontar algunos mitos sobre la excelencia de la política económica del pasado Gobierno, sin ignorar sus logros. Pueden abrirse vías a la regeneración.

El mensaje del PP se resumiría así: cuando llegó al poder encontró, como herencia del Gobierno socialista, una economía en caída libre, al borde de la intervención y con graves desequilibrios; posteriormente, la política económica de Rajoy convirtió la recesión en crecimiento y empleo, evitó el rescate y redujo los desequilibrios; en la actualidad, aunque queda mucho por hacer, avanzamos en la dirección correcta y cualquier cambio de orientación sería una marcha atrás.

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Los economistas sabemos que la catastrófica situación de 2011 proviene del nefasto modelo de crecimiento de la década anterior a la crisis, iniciado por el PP y continuado por el PSOE, basado en el endeudamiento y en la burbuja inmobiliaria que generaron graves desequilibrios. Las crisis internacional de 2008 explosionó la burbuja inmobiliaria y arruinó crecimiento, empleo y solvencia financiera. La inadecuada gestión socialista de la crisis agudizó los problemas. El resultado fue la primera recesión: 5,5 puntos menos de PIB, 2,5 millones de empleos destruidos, aumento del paro hasta el 22% y un déficit público del 10%.

Durante el mandato de Rajoy cambió la situación: se recuperaron economía y empleo y se redujeron ciertos desequilibrios. ¿Es esto suficiente para valorar positivamente toda la gestión económica popular?. No, si no se responden algunas cuestiones relevantes: ¿fue la política económica del Gobierno el principal y cuasi-exclusivo artífice de este cambio? ¿dicha política era básicamente acertada? ¿de qué calidad fueron sus resultados? ¿cuáles fueron sus costes? ¿no había alternativa?

Primera cuestión: ¿el Gobierno artífice de la recuperación? Agotado el ciclo recesivo, diversos factores ajenos a políticas gubernamentales impulsaron la recuperación de 2013: incremento de la demanda europea, flexibilizaciones en la reducción del déficit y las fuertes devaluaciones salariales que sufrieron los trabajadores para aumentar la competitividad. Posteriormente, políticas del Gobierno, como la reforma laboral y los ajustes presupuestarios, reforzaron las reducciones salariales, impulsaron aumentos de empleo y mejoraron las expectativas, fortaleciendo la demanda interior y la recuperación.

Han quedado sin hacerse reformas significativas como la reforma fiscal o la unidad de mercado

Pero la elevada velocidad de crucero de nuestro crecimiento reciente proviene principalmente de los vientos de cola (bajada de precios del petróleo, expansión monetaria y devaluación del euro) y de la expansión fiscal electoralista de 2015. Además, todavía no hemos alcanzado el nivel del PIB de 2008 (Alemania lo hizo en 2011 y la eurozona en 2014). Por otro lado, no fue el Gobierno quien evitó el rescate de nuestra economía sino el contundente apoyo de Draghi al euro en julio de 2012 y la resistencia de los socios europeos a intervenirnos por su coste inasumible. El mérito de Rajoy, como siempre, esperar.

Segundo tema: ¿fue correcta la política económica del Gobierno? Fue la dictada por Bruselas, consolidación fiscal y reformas estructurales, con todas las incertidumbres respecto al acierto de su enfoque y con notables errores y carencias en la aplicación española. En los primeros años, nuestra excesiva contracción presupuestaria en un período de fuerte caída del PIB provocó una segunda recesión de más dos años (5 puntos menos de PIB, más destrucción de empleo y aumento del paro hasta el 27%), redujo fuertemente la inversión y dañó gravemente nuestro estado de bienestar con importantes recortes en educación, sanidad, desempleo y dependencia. Recientemente, la desviación al alza del déficit público de 2015 obligará a reducirlo significativamente en los dos próximos años, desacelerando nuestro crecimiento. Además, la deuda pública creció fuertemente en la legislatura alcanzando la desorbitada cifra del 100% del PIB.

De la reforma laboral, cabe aplaudir la flexibilización del mercado y, con reservas, de los salarios, pero criticar el mayor desequilibrio en las relaciones empresario/trabajador, la inadecuada solución al problema de la temporalidad y la falta de políticas activas de empleo. El rescate bancario saneó básicamente el sistema financiero pero con enormes costes para los ciudadanos (53.000 millones, en su mayoría irrecuperables). La reforma de pensiones supuso un avance respecto a las anteriores, aunque no resolvió el problema. Finalmente, quedaron sin hacerse reformas significativas como la educativa, la reforma fiscal o la unidad de mercado.

Tercer problema: ¿la calidad de los resultados? Se crea empleo a buen ritmo pero de una extrema precariedad: salarios muy bajos, tasas elevadas de temporalidad y creciente trabajo a tiempo parcial involuntario. Disminuye el paro, pero el 35% de su reducción son personas que abandonan el mercado laboral; además, los parados actuales son todavía muchos (el 19%), tienen bajísima cobertura y están integrados en importante proporción por colectivos difíciles de colocar: mayores de 45 años, personas sin estudios y parados de larga duración.

El mito no se sostiene: el balance es dudoso y no está claro que avancemos en la dirección correcta

Finalmente, ¿los costes? Un aumento de la desigualdad sin precedentes, el más alto de la eurozona, consecuencia del desempleo derivado de la crisis pero intensificado por las políticas aplicadas. Las rentas de la mayoría de la población han caído, a veces hasta niveles de pobreza, por el paro derivado de la elevada contracción fiscal, por la reducción salarial y por los recortes del gasto público. Simultáneamente, han mejorado rentas del capital, sueldos de ejecutivos y número de millonarios porque el elevado crecimiento con bajos salarios ha impulsado márgenes empresariales y cotizaciones bursátiles. Este proceso ha degradado la cohesión social e impulsado los populismos.

En definitiva, el mito de la excelente gestión económica del PP no se sostiene: pese a sus logros, el balance conjunto es dudoso y no está claro que avancemos en la dirección correcta. Hay mucho que cambiar y existen alternativas viables, que tampoco son las de la izquierda radical como se nos ha intentado persuadir. El futuro Gobierno, en el nuevo escenario de consensos pluripartidistas sobre todo con la socialdemocracia, ha de abrirse hacia otra economía: la del crecimiento inclusivo, la que compite en productividad y no en salarios, la que reforma profundamente la fiscalidad y no recorta el bienestar.

Agustín del Valle es profesor de Economía en EOI Escuela de Negocios y exdirector del Servicio de Estudios del Banco Central-Hispano.

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