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MIRADOR
Columna
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Viajar

Ahora que los días se acortan y el frío y las noches largas invitan al recogimiento, es el momento de viajar a través de las páginas de esos libros que otros han escrito para nosotros

Julio Llamazares
Unos viajeros judíos sentados fuera de su caravana.
Unos viajeros judíos sentados fuera de su caravana.Nir Elias (REUTERS)

Un libro, Letras viajeras, de Manuel Rico, publicado por la editorial Gadir, me ha devuelto a la memoria aquellos letreros de las pensiones españolas que dividían a sus clientes en dos categorías: viajeros y estables. Los primeros eran los que pernoctaban en ellas unos pocos días y los segundos, los que lo hacían durante meses o años, incluso permanentemente como Perico Beltrán, el guionista de cine cartagenero asiduo de los cafés y de la noche madrileña, que vivió en pensiones toda su vida. La distinción entre ambos grupos de personas vale también para la vida misma: el mundo se divide entre quienes adoran viajar y quienes, al revés, prefieren no moverse de su sitio salvo por necesidad.

De los primeros trata el libro de Manuel Rico, de esos hombres y mujeres que han dado la vuelta al mundo o han recorrido simplemente los caminos más cercanos a su casa para descubrir que a veces son los más desconocidos para ellos, pero va dirigido a esas personas que en lugar de viajar prefieren que otros les cuenten sus experiencias siguiendo una tradición, la de la literatura de viajes, que es tan antigua como la humanidad ¿O qué son sino libros de viaje el Éxodo de la Biblia, la Anábasis, la Odisea, el Viaje de Marco Polo a la China, el Cantar del Mío Cid y otras canciones de gesta, las crónicas de Indias, las de los exploradores por África y Oceanía o las novelas de la conquista del Oeste? El viaje, como metáfora de la vida, ha inspirado muchas obras literarias, algunas de las cuales se cuentan entre las más hermosas.

Ahora que llega el otoño, ahora que los días se acortan y el frío y las noches largas invitan al recogimiento, es el momento de viajar a través de las páginas de esos libros que otros han escrito para nosotros, que no podemos o no queremos hacer su viaje. El que lee mucho y viaja mucho sabe mucho y vive mucho, dice Cervantes en el Quijote y uno lo suscribe al pie, como suscribe esa frase de Baudelaire que dice que viajero es el que parte por partir. Se puede hacer con los pies o con la imaginación y las dos formas de viajar pueden ser igual de satisfactorias; todo depende del ánimo y de las circunstancias de cada cual y de las ganas que tenga de evadirse de su realidad diaria, esa que últimamente parece descansar sólo sobre las idas y las venidas de los políticos, las declaraciones de los futbolistas y las series de televisión. Viajar leyendo o viajar sin más puede ser hasta un escape en estos tiempos de mediocridad.

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