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Columna
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El hombre (casi) más rico del mundo

Manuel Rivas

A MANCIO ORTEGA fue el hombre más rico del mundo durante unas horas, según la revista Forbes. Fundada en el año 1917, Forbes todavía no ha conseguido publicar la esperada exclusiva de identificar a la persona más pobre del planeta. Ser el más rico es difícil, pero ser el más pobre supone enfrentarse a una durísima competencia. Es posible que Amancio Ortega, por su parte, se alegrase de ceder el liderazgo de riqueza. Desde luego no pagaría para salir en la portada de Forbes, pero tal vez lo haría para no salir.

Esto de los rankings tiene sus sobresaltos y su envés. El escritor Jorge Amado contaba el impacto que le había causado, en su primer viaje a Europa, descubrir en el escaparate de una librería en Roma donde figuraba la traducción de su obra Capitanes de arena con una rotunda leyenda: El mejor escritor de Brasil. Hasta que se encontró con otro escaparate dedicado a João Ubaldo Ribeiro y con el rótulo: ¡El mejor escritor de Brasil! Concluía Amado: “Durante unos metros, fui el mejor escritor de Brasil”.

De chavales, seguíamos con pasión el Tour en la televisión de la taberna. Aquellas escaladas triunfales de Ocaña o Fuente. Un vecino, Chao, que con su humor desequilibraba todo lo establecido, nos convenció de que lo más difícil en el Tour era llegar penúltimo. No último, sino penúltimo. Muy serio, aseguraba que nadie había conseguido con tanta precisión ese título como Delio Rodríguez. Y él mismo, Chao, cuando jugaba al tute y ganaba, remarcaba su victoriosa insatisfacción: “¡Estoy cansado de subir al pódium!”.

"Tal vez la invisibilidad y los silencios de Ortega tengan que ver en parte con la perplejidad de ser al tiempo testigo y protagonista de un mundo, el de esta globalización, que a la vez fascina y avergüenza".

Amancio Ortega ha conseguido que cualquier adjetivo, salvo “normal”, resulte excesivo. En su mundo, es un personaje legendario sin leyenda. No se le conoce ninguna frase memorable, pero se habla de su silencio como si fuera el de un ser mítico. Solo en una ocasión aceptó lo que podría haber sido una entrevista, y el periodista murmuró al final: “He llenado un cuaderno con sus silencios”. Como hombre poderoso, pensará que el poder se mueve mejor en la sombra. Pero esa reticencia a la celebridad, a contracorriente de la lucha feroz por los minutos de fama, no puede deberse solo a una estrategia. Es una manera de ser, ese rumiar las palabras. Y también es la marca de una época y una educación sentimental para la gente humilde en la que la composición del aire era oxígeno, miedo y silencio.

Ortega, Amancio, no pasará a la historia por sus dichos. Pero la retranca popular también se expresa por gestos. Cuando su hija Marta se casó con un conocido jinete, el magnate de Zara le regaló a su yerno un caballo de competición, valorado en 12 millones de euros. Se llamaba Carlo273, un nombre propio de agente secreto de la “guerra fría”. La sorpresa del jinete fue comprobar que el corcel era un regalo, sí, pero propiedad de la hija.

Hay muchos estudios y cursos mundo adelante sobre el impar éxito comercial de Inditex. Ignoro si le prestan atención a ciertos detalles. De muchacho, como repartidor de la camisería coruñesa Gala, el fundador llevaba las prendas con iniciales bordadas a autoridades y prebostes de la ciudad. Que se sepa, nunca ha asistido a ningún acto oficial y jamás se le ha visto con traje y corbata. El primer gran acierto de Zara fue lanzar una prenda necesaria. La bata de boatiné, ideal para un país “anfibio”. Otro hallazgo fue hacer del escaparate un escenario pop art.

Galicia es una “periferia céntrica”, con miles de mujeres cualificadas para coser. Esos miles de costureras, sobreexplotadas, son las raíces del milagro de Zara. Como explicó un intermediario a una emigrante gallega con experiencia en la confección francesa: “Las manos, las de Francia, pero los precios, los de aquí”. Ahora son cientos de miles de mujeres en el planeta a las que quizás alguien dice: “Las manos, las de España, pero los precios, los de aquí”.

Tal vez la invisibilidad y los silencios de Ortega, el hombre (casi) más rico del mundo, tengan que ver en parte con la perplejidad de ser al tiempo testigo y protagonista de un mundo, el de esta globalización, que a la vez fascina y avergüenza. No tiene cara de primero ni de segundo, sino la de alguien que camina a solas hablando con su perro.

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