Migrar es el lujo de los pobres
Un niño afgano duerme en la recepción del centro de acogida de refugiados de Giessen, en Alemania, el 7 de septiembre de 2016. /AFP/ Boris Roessler
AUTOR INVITADO: JUAN LEÓN GARCÍA
La migración no es justa; la migración es necesaria. Tres de mis cuatro abuelos son lo que hoy llamaríamos desplazados internos: sus familias se vieron obligadas a dejar atrás mares de olivos, en dos casos, y cordilleras de casas colgantes, en el otro, hasta llegar a Madrid.
No somos de una tierra. La tierra se mueve bajo nuestros pies, por lo que quizá el horizonte sea la utopía, dijo un sabio, pero nos aferramos a la maleta de la esperanza. Sin mirar atrás. Porque la migración no es cíclica. La migración es lineal.
Migrar es, en muchos casos, salir vacío y volver lleno. Migrar es un mosaico: jamás habrá dos migraciones iguales. Migrar es el lujo de los pobres.
Quien migra, lucha en una pelea silenciosa y constante con aromas de honor, responsabilidad, heroicidad incluso. Cada día miles de Ulises en el Mediterráneo, pero también en el Golfo de Bengala y otros lugares, se suben a afrontar sus propias odiseas. Pero no siempre hay Homeros que las cuenten.
La partida del hogar y el durante del trayecto son constantes preguntas para quien migra. La respuesta es el destino. En ocasiones, los espejismos no sólo se dan en travesías por el Sáhara: un sirio me contó que Grecia no era lo que le habían dicho.
Cada año, es cada vez mayor el número de personas que migra de los pueblos a las ciudades y, como mis abuelos, suponen ya más de la mitad de la población mundial urbanizada: un 54% en 2015, según el Departamento de Asuntos Sociales y Económicos de Naciones Unidas (UNDESA son sus siglas en inglés). En migraciones a nivel interno, sin cruzar fronteras, el mismo departamento estima en 763 millones los ciudadanos que se mueven de su lugar de origen, con la certeza de que esa cifra ha aumentado. Por último, en línea con los datos de UNDESA, un total de 244 millones de personas realizaron migraciones internacionales durante el año 2015.
Migramos con la duda y con el miedo migramos dando tumbos pasos borrados por el desierto migramos siempre mirando al horizonte con un ojo sobre el suelo que pisamos.
Migramos donde
nuestro pan sea de cada día
y nuestros sueños sean
también
los de nuestra familia;
migramos uno
retrocedemos dos
añoramos de rutina,
decir 'sí' muchas veces
nos ha salvado la vida.
Pero no,
ya no
migramos,
porque somos más
los que sabemos
que el paraíso
está en casa de nuestros abuelos,
en el té alrededor del fuego,
en los amigos,
nuestros hermanos
y los sueños.
Migramos
y siempre lo haremos
porque el mar no cala hasta los huesos,
porque el miedo es el equipaje
y los deseos,
el mochilero.
Migramos
nunca solos
y nuestro camino será vivir
o morir en este intento.
Juan León García es periodista freelance
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