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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diada, pero menos

La movilización independentista sigue siendo muy relevante, pero decae

Multitudinaria manifestación el domingo en Barcelona con motivo de la Diada.
Multitudinaria manifestación el domingo en Barcelona con motivo de la Diada. Albert Garcia

Miles de personas salieron ayer a las calles de Cataluña, en nutridas manifestaciones. Unos, en pro de la independencia convocados por la Assemblea Nacional Catalana (ANC); otros, a favor de ampliar el autogobierno y contra sus recortes; todos, en protesta por la regresión centralista de los Gobiernos de Mariano Rajoy y en respaldo de su identidad nacional y de las competencias autonómicas. Que ello suceda por quinto año consecutivo y sin haber logrado en este lustro ninguna meta de la que enorgullecerse dice mucho del tesón del movimiento nacionalista y secesionista.

Editoriales anteriores

Pero no puede ignorarse que la Diada de ayer resultó mucho menos concurrida que las precedentes. Este dato debería ser aleccionador, sobre todo para quienes, como sus convocantes, la presencia masiva en las calles resulta más determinante que la mayoría en las urnas.

Los ciudadanos movilizados alcanzaron una cifra entre la mitad y los dos tercios de las ediciones anteriores. Este descenso, bien edulcorado por unas convocatorias descentralizadas, no equivale al final del ímpetu independentista, pero sí marca sus límites y su incapacidad para allegar fuerzas de refresco.

Desde esta óptica, lo más significativo es que la menor asistencia se produce justo cuando el movimiento comunero dirigido por Ada Colau —y no por sus aliados de Iniciativa— se apunta a la convocatoria alegando un soberanismo indefinido y escasamente coherente con las prioridades de la mayoría de sus electores, más motivados por una agenda social que por el nacionalismo.

Cuando alguien se apunta en el último instante a una movilización que, pese a su relevancia, decae justo en el mismo momento, debe interrogarse por su capacidad de movilización, liderazgo y habilidad para encarnar reivindicaciones ajenas. Los secesionistas han experimentado, pese a su entusiasmo mediático y su brillantez en vender fracasos como triunfos, un severo aunque nada definitivo revés; la izquierda radical ha hecho el ridículo.

La lectura política de la jornada corrió a cargo del presidente de la ANC. Jordi Sánchez erró su diagnóstico como un refrendo a la urgencia de un inviable y disparatado referéndum unilateral de independencia, por esencia sectario hacia quienes no comparten sus bases. Lástima, pues a veces acierta, sobre todo al considerar que su movimiento está fatigado y desconcertado.

Y, sobre todo, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Sus tesis resultan ambivalentes. Acierta bastante cuando critica al Gobierno central por ser el primero en desconectar de las preocupaciones catalanas. Confunde, en cambio, cuando sostiene que España es una nación atrasada por su incapacidad de forjar Gobierno (algo achacable a todos quienes, como su partido, participan en las elecciones legislativas y en el Congreso). Y, finalmente, desconcierta al aferrarse a su objetivo secesionista, pero sin aclarar si a través de unas elecciones constituyentes duplicadas o no de referéndum —si bien lo sugiere legal— para el año próximo. Mucha energía política dilapidada.

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