Georgetown repara un capítulo ominoso
La prestigiosa universidad pretende saldar cuentas con su pasado y curar las heridas que provocó su relación con la esclavitud
Situada en la élite mundial, la Universidad de Georgetown goza de una envidiable reputación. Por sus aulas han pasado personajes tan ilustres como Bill Clinton, José Manuel Durao Barroso, el rey jordano Abdalá o Felipe VI. Pero la prestigiosa institución fundada por los jesuitas a finales del siglo XVIII tiene un pasado oscuro que ahora intenta reparar. En los tenebrosos tiempos de la esclavitud, Georgetown, como otros centros, no fue ajena a la segregación racial. Poseía más de un millar de esclavos —la mayoría entregados por familias adineradas— que trabajaban para plantaciones de la región, el mantenimiento del complejo educativo o la atención a empleados y estudiantes.
Georgetown, cuyo campus es sinónimo de excelencia, no ha dudado en hacer un acto de contrición sobre su pasado al tiempo que ha anunciado que facilitará el acceso a sus aulas a los descendientes de los 272 negros vendidos hace casi dos siglos. Una decisión que se enmarca en el afán por resarcir, aunque solo sea moralmente, a las víctimas. Gracias al trabajo de investigación de historiadores y genealogistas de la propia Universidad (con la valiosa ayuda de las pruebas de ADN) se ha podido conocer la identidad de los descendientes.
El anuncio llega pocos meses después de que EE UU adoptara otra simbólica (y revolucionaria) medida: la de estampar en los billetes de 20 dólares la imagen de la esclava Harriet Tubman, nacida en 1822 en el seno de una plantación en Maryland que a los 27 años logró escapar a Pensilvania, uno de los llamados “Estados libres”. A partir de entonces se dedicó a ayudar a muchos compatriotas a huir hacia el norte librándolos así de una obligada y abominable servidumbre.
En pleno debate sobre la brecha racial en Estados Unidos, la más famosa Universidad de Washington ha dado un paso que pretende saldar cuentas con su pasado, curar las heridas y reparar lo que Robert Nozick llamaba “injusticias históricas”. Entre estas víctimas están sin duda los familiares de aquellos 272 hombres, mujeres y niños vendidos ominosamente en 1838 por 115.000 dólares de la época (hoy serían unos 3,3 millones de dólares). Los compradores fueron un miembro de la Cámara de Representantes y un terrateniente de Luisiana y con el dinero obtenido Georgetown liquidó las deudas que amenazaban su existencia y logró sobrevivir hasta nuestros días.
La cuestión es saber si con dar facilidades de acceso, la Universidad salda sus deudas con los tataranietos de los esclavos o si debería afrontar indemnizaciones más ambiciosas. Consciente de que ese es un conflicto abierto en canal, expertos de la ONU creen que EE UU debería crear una comisión nacional de derechos humanos para considerar una reparación a los descendientes afroamericanos de la esclavitud y reconocer públicamente que la venta de esas personas fue un crimen contra la humanidad. Muchos piensan incluso que el legado de la esclavitud y la segregación racial siguen siendo un grave problema.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.