‘Crowdfunding’
Define al sablazo de toda la vida, pero pronunciado en inglés cobra otra dimensión
El inglés lo que tiene es que lo enaltece todo. Tú corres y sudas como un cochino, pero si practicas running vuelves a casa oliendo a rosas y con la camiseta seca. Y lo mismo te pasa si, en vez de plantar la tienda en el campo, haces camping o, en lugar de tirarte de un puente atado por una cuerda, practicas puenting. No digo ya si, en lugar de almorzar, haces un brunch, que te permitirá tomar baconen vez de la vulgar panceta.
La última aportación del idioma de Shakespeare al más pobre y paleto de Cervantes es la palabra crowdfunding, que define al sablazo de toda la vida, que pronunciado en inglés cobra otra dimensión. Si alguien te pide dinero a través de un crowdfunding no sólo tendrás que dárselo si no quieres pasar por insolidario, encima le tendrás que quedar agradecido.
Cada vez que abro el correo electrónico me encuentro media docena de peticiones de colaboración a crowdfundings de lo más diverso. Desde el que recauda fondos contra la desaparición de las aves en la isla de Malta, de la que yo soy responsable al parecer, al que pretende la publicación de un libro cuyo autor ha considerado que es necesario para la felicidad de todos, pasando por las más variadas iniciativas, cualquier idea que se le ocurra a un vecino suyo que no disponga de los medios para llevarla a cabo caerá sobre usted vía Internet o directamente, poniéndole en la tesitura de decir que no o de rascarse el bolsillo para quitarse de encima al crowdfundista cuanto antes. Porque hay que decir que éstos son persistentes y no abandonan así como así su presa. Su táctica consiste, cuando esta se resiste, en apelar a su responsabilidad con la cultura, la ecología, la lucha por tales o cuales derechos y hasta con la necesidad del prójimo, a menudo el propio crowfundista, de cuya situación personal usted es culpable también. O sea, lo de toda la vida sólo que en inglés y con la infinita capacidad de Internet para la repetición.
Alguien podrá decirme y no le faltará razón que hay personas que, de no ser con la ayuda de otras, nunca podrán llevar a cabo sus sueños. La cuestión es si la caridad del prójimo ha de sustituir al Estado, el responsable de poner los medios para que cualquiera con capacidad pueda desarrollar sus ideas, consiguiendo así el efecto perverso de que delegue cada vez más en la sociedad sus obligaciones, como ya sucede con las ONGs. La caridad está para llenar las grietas de la justicia, no los abismos de la injusticia, decía un personaje de Delibes, escritor poco sospechoso de antiliberal.
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