De perros y hombres
TRES ESPELEÓLOGOS aficionados encontraron una cavidad en Ardèche, en el sur de Francia, poco antes de la Navidad de 1998. Cuando entraron y se toparon con las primeras pinturas se dieron cuenta de que habían hallado algo muy importante, aunque todavía no sabían que iba a cambiar el relato de la prehistoria europea. La cueva de Chauvet es mucho más antigua que el resto de las grutas paleolíticas: con 35.000 años, entre sus pinturas y Altamira hay más distancia temporal que entre Altamira y nosotros. Ante la magnitud del descubrimiento, que intuyeron enseguida, trataron de alterar la cueva lo menos posible y solo avanzaron por una pequeña senda. La gruta no ha sido excavada: su suelo está intacto y todavía esconde muchos misterios. Uno de ellos tiene que ver con una de las amistades más antiguas e importantes de la humanidad: la relación del hombre con el perro.
Sea un perro o un lobo, caminase solo o con el niño, las huellas de Chauvet simbolizan la complejidad de una relación que nos define como humanos.
La gruta sirvió de refugio a osos de las cavernas, pero se han encontrado huellas de otros animales. También se han identificado las pisadas de un niño, aunque la presencia humana más allá de las pinturas y de hogueras para conseguir carboncillo es muy escasa: nadie vivió allí y las visitas fueron raras (o muy discretas). Aquel niño de unos ocho o nueve años se aventuró solo (o, por lo menos, fue el único que dejó sus huellas) en la cueva hace unos 26.000 años (las marcas de su antorcha en las paredes permitieron identificar el momento gracias al carbono), miles de años después de la realización de las pinturas. ¿Sabía dónde se metía? ¿Acudía a algún tipo de ceremonia?
El periodista John Homans agranda el alcance de las preguntas sobre aquel niño en su libro What’s a Dog for. The Surprising History, Science, Philosophy and Politics of Man’s Best Friend (para qué sirven los perros. Las sorprendentes historia, ciencia, filosofía y política del mejor amigo del hombre): “¿Ofrecen esas huellas el primer testimonio de nuestra relación con los perros y una de las claves de nuestra evolución, la capacidad para domesticar a los animales?”, escribe. “Las huellas están entrelazadas con las de un lobo o seguramente un perro, si nos atenemos a la longitud de uno de los dígitos de sus patas delanteras. Hasta ahora, las huellas del animal solo han sido encontradas por encima de las del niño, sugiriendo que el lobo –o el perro– pasó después. Si una de las huellas fuese encontrada bajo las del niño, nos proporcionaría una sencilla, elegante, evidencia arqueológica de que los dos caminaron juntos. Es una imagen magnífica, un niño y su mejor amigo abriéndose camino juntos en la oscuridad con una antorcha, pero hasta ahora esa huella no ha sido encontrada”. Todo lo que rodea el paseo por la oscuridad de aquel niño de hace 26.000 años, que dejó las huellas más antiguas que se conservan en Europa, es uno de los muchos misterios que encierra la cueva, con respuestas que siempre dejan más preguntas.
El descubrimiento de que el perro estaba domesticado hace 26.000 años sería una sorpresa tan grande como el hallazgo de Chauvet. Los últimos datos, basados en el mayor estudio del ADN perruno fósil realizado por un equipo internacional de la Universidad de Oxford y publicados en junio en Science, revelan que la domesticación se produjo a la vez en Asia y en Europa hace unos 12.000 años a partir de poblaciones de lobos distintas. Pero, como ocurre siempre que se estudia la prehistoria, un descubrimiento puede alterar en muy poco tiempo nuestra visión del pasado. En cualquier caso, una pregunta sigue en el aire: ¿cómo se produjo la domesticación, la primera de la historia, antes que la de las plantas y el resto de los animales que marcaron la revolución neolítica?
Ray y Lorna Coppinger, una pareja de científicos que llevan toda la vida estudiando a los perros, han adelantado una nueva hipótesis en un libro que han publicado este año y del que se ha escrito mucho, What is a Dog? (¿qué es un perro?). Su trabajo parte de un presupuesto nuevo: hasta ahora se había estudiado a fondo el comportamiento de los perros ya domesticados, no de los perros salvajes, que viven en manadas al margen de los hombres en ciudades y pueblos de América, Asia y África. Tras observar durante décadas a estos animales, su conclusión es que los perros se domesticaron a sí mismos, que se acercaron a los humanos para aprovechar los alimentos que estos malgastaban como estrategia de supervivencia. Sea un perro o un lobo, caminase solo o con el niño, las huellas de Chauvet simbolizan la profundidad y la complejidad de una relación que nos define como humanos.
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