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Últimas noticias sobre la bestia de Gévaudan

Pablo X. de Sandoval
Guillermo Altares

DESDE LA IRRUPCIÓN de los teléfonos inteligentes en nuestras vidas, vivimos en un mundo hiperconectado: recibimos una lluvia de mensajes, consultamos las noticias en cualquier momento y lugar. Sin embargo, las informaciones, de una forma u otra, siempre han viajado a gran velocidad, antes de la era de Internet, de la radio o la televisión. En su libro, 1927. El verano que cambió el mundo (RBA), el siempre ingenioso Bill Bryson cuenta cómo los estadounidenses se mantenían al tanto de la gran pasión nacional: el béisbol. “Para los grandes acontecimientos, como la Serie Mundial, los periódicos de todas las ciudades importantes montaban tableros de resultados gigantes junto a las puertas de las oficinas y atraían a grandes multitudes. En muchas ciudades, los empresarios alquilaban teatros u otros locales de dimensiones considerables (el jardín del Madison Square Garden, por ejemplo) para ofrecer partidos simulados a los espectadores que pagaban por verlos. Un presentador relataba desde el escenario lo que ocurría en un campo de béisbol lejano a partir de información fragmentada que proporcionaban los teletipos”, escribe Bryson.

Grabado de la época que representa a la bestia de Gévaudan.

Pero incluso antes del telégrafo, que en el siglo XIX cambió por completo las comunicaciones (un invento que revolucionó la prensa de una forma bastante similar a lo que a finales del siglo XX ocurrió con Internet), las noticias llegaban a una velocidad increíble. La historia de un lobo terrible, la bestia de Gévaudan, que devoró a decenas de personas en el sur de Francia en el siglo XVIII, puede servir para ilustrar la rapidez de la información en tiempos muy anteriores a la tecnología. Sobre aquellos sucesos que ocurrieron en una región montañosa situada en lo que hoy corresponde a Lozère, que es todavía el departamento menos poblado de Francia, se rodaron dos películas, la mejor de ellas fue El pacto de los lobos, que ofrecía una visión medio fantástica, medio política de la historia con Vincent Cassel y Monica Bellucci. Pero la realidad es mucho más impresionante porque nunca logró aclararse el misterio de la bestia.

En menos de 24 horas, un muerto en el corazón rural y despoblado de francia ocupaba la primera plana en un diario británico.

En 1764, Francia comienza a padecer los asaltos de un extraño animal, parecido a un lobo, pero con mucha más fuerza y más grande, que durante tres años mata a cerca de 100 personas en salvajes ataques, casi siempre niños y mujeres que estaban solos. Era un momento muy delicado para el país porque la nobleza se enfrentaba a un creciente malestar popular por el hambre, la pobreza y la injusticia, que acabaría estallando en la revolución de 1789. Se abatieron varios lobos especialmente imponentes, pero los ataques continuaron hasta que un extraño personaje, Jean Chastel, acabó con una criatura en junio de 1767. Solo entonces las muertes se detuvieron. Sin embargo, Chastel tenía fama de pertenecer a una familia de brujos, acusada a su vez de diferentes crímenes y, sobre todo, de ejercer poderes sobre animales para azuzarlos contra los hombres. ¿Era él en el fondo el responsable de la bestia? Nunca lo sabremos. El animal muerto fue trasladado a París, pero apestaba tanto que el rey mandó que fuese incinerado antes de que Buffon, el naturalista más famoso de su tiempo (y del nuestro), pudiese examinarlo (otras versiones dicen que sí lo hizo, aunque no dejó documento alguno de la autopsia).

Jean Chastel, el hombre que acabó con el feroz animal en 1767. Detalle del hocico de un lobo.

Pero la historia va mucho más allá de la magia. Alcanzó una enorme relevancia política porque la caza de la bestia se convirtió en un asunto de Estado. Luis XV, que reinó durante casi medio siglo, vivía un momento de crisis después de la guerra con Inglaterra por los territorios franceses de ultramar. Los enemigos de Francia, sobre todo Londres, aprovecharon la incapacidad de los ejércitos reales para acabar con la bestia para ilustrar la debilidad del monarca. Por ese motivo, las noticias de cada ataque eran publicadas al día siguiente por diarios europeos: en menos de 24 horas, un muerto en el corazón rural y despoblado de Francia ocupaba la primera plana de un periódico de la capital británica.

“Las noticias viajaban a gran velocidad a través del servicio de correos”, explica el historiador francés Michel Pastoureau. “Se dice muy pocas veces, pero el servicio postal se organizó muy pronto y muy bien a partir del siglo XVI, las noticias circulaban muy rápidamente en Europa, en forma de informes, con periódicos impresos a toda prisa. Hay postas en todas partes. Es lo que más me chocó en esta historia, que en el siglo XVIII ocurriera algo en el corazón de Francia y en Londres se conociera solo 24 horas más tarde”. Nunca sabremos qué había detrás de aquella bestia, salvo que fue la primera historia de terror de un mundo que empezaba a caminar hacia la globalización.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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