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Cartas que tal vez nunca lleguen

Casilleros modernos de la empresa de correos de Bolivia.
Casilleros modernos de la empresa de correos de Bolivia.Reuters

EN SUS más de diez años como cartero, Rubén Manríquez, uno de los funcionarios del servicio boliviano de correos, ha cargado buenas y malas noticias. Manríquez adora la cara de felicidad de los usuarios cuando llega con alguna de las compras que hicieron vía Internet, pero en una ocasión le tocó entregar un vestido de boda con un mes de retraso y tuvo que aguantar la reprimenda de la madre de la novia sin traje. Se salvó de dejar una bomba en un edificio porque quedaba unas calles más allá de la zona que le asignaron sus superiores. Y le alegra la vida a una señora cada vez que toca su puerta con un giro que ella espera como si se tratara de un diamante en bruto. Estas escenas de película de Buñuel, sin embargo, no volverán a repetirse si Evo Morales decide ordenar el cierre de la empresa estatal, tal y como sugirió recientemente en una rueda de prensa.

Hay países sin ejército, como Andorra, y países sin botellas de Coca-Cola, como Corea del Norte. Hay países sin partidos políticos, como Tuvalu, y países sin niños con nombres extravagantes porque los han prohibido, como Nueva Zelanda. Pero es casi inimaginable pensar en un país sin correos, sometido a la dictadura de las compañías de mensajería urgente, que consideran que al cliente no hay que darle la razón casi nunca.

El servicio postal de Bolivia tiene un aire como de bodegón –las estanterías que utilizan los carteros para clasificar correspondencia suelen mostrar lo habitual: paquetes, publicidad, extractos bancarios y sobres livianos, pero también vasos de plástico vacíos, imágenes del papa Francisco y mendrugos de pan– y proporciona un empleo fijo a más de 460 individuos, es decir, con sus trabajadores se podrían armar 42 equipos de fútbol.

Según Rubén Bascopé, secretario de conflictos del sindicato de la empresa, a pesar de que el viceministro de Telecomunicaciones ha reinterpretado las declaraciones del presidente boliviano planteando la posibilidad de un rescate para que correos no quiebre, hay cierta psicosis entre los empleados. Algunos carteros caminan más de ocho kilómetros al día como hacían antes los chasquis –los jóvenes corredores de la época del incario que transmitían los mensajes de las autoridades– y acaban la jornada con dolores intensos en los hombros y en las rodillas. Y otros tienen que aguantar retrasos a la hora de cobrar su sueldo y las quejas de las personas malhumoradas por los extravíos.

Bascopé es consciente de que el intercambio epistolar ya es historia muerta, pero asegura que entre mayo y diciembre se mueven alrededor de 90 toneladas al mes de paquetería y cree que correos podría llegar a alcanzar un punto de equilibrio. A otros compañeros suyos, como Américo Sanjinés, un tipo con bigote de oficinista que dirige el museo de la institución, les gusta recordar los días de gloria: aquí nunca se enviaron 80.000 ladrillos para construir un solo edificio ni niños con las estampillas pegadas en la chaqueta, como en Estados Unidos, pero se exhibe una carta con siete kilómetros de largo enrollada como papel higiénico y hay decenas de casilleros en perfecto estado pero desiertos, que parecen estar ahí como una metáfora del futuro que vislumbra Evo.

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