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La batalla contra el tiempo

Miguel Navia
Xosé Hermida

La lucha de los atletas por conquistar marcas imposibles generó otra competición en los Juegos Olímpicos: la tecnológica. A pocas semanas del arranque de la cita en Río 2016, recorremos los hitos que han jalonado el desafío de los relojeros suizos por medir los grandes récords.

JUNTO A Jesse Owens cuando dejó a Hitler con un palmo de narices en el turbio Berlín de 1936. Enterrado en la arena del estadio de México para corroborar en 1968 que aquel salto alienígena de Bob Beamon hasta los 8,90 metros era real. Encima de la piscina tratando de dirimir el duelo de milímetros entre Michael Phelps y Milorad Cavic hace ocho años en Pekín. En todos esos jalones de la leyenda olímpica, desde un segundo plano, estaba para dar fe del momento el enviado de un relojero suizo.

La lucha de los atletas contra el tiempo empezó siendo cuestión de segundos, descendió luego a una pugna que se decidía por décimas y ha acabado en una batalla microscópica que pende de una centésima. La sucesión de marcas imposibles ha situado el desenlace de muchas competiciones fuera del alcance del ojo humano. Para aclararlo se requiere un sofisticado sistema de cámaras y alertas electrónicas.

“El deporte necesita un campo de juego, unos participantes y un ganador. Nuestro trabajo es ayudar a esto último”, sentencia Alain Zobrist, máximo responsable de Swiss Timing, el área de la histórica firma Omega que en Río de Janeiro cronometrará por 27ª vez desde 1932 unos Juegos Olímpicos. Proclamar un ganador puede resultar más arduo de lo que parece. En Los Ángeles 84 se llegó a arrancar del podio a la francesa Michèle Chardonnet, envuelta en lágrimas, justo cuando iba a recibir la medalla de bronce tras empatar en el tercer puesto de los 100 metros vallas. Meses después le repondrían el premio. Ya en la piscina olímpica de Roma 60, los jueces también habían hecho tablas en su veredicto sobre el vencedor de los 100 metros estilo libre.

En la prehistoria de los Juegos Olímpicos, la complejidad de la lucha contra el tiempo, eterna fuente de controversias, se resolvía a ojo. Cada juez llevaba su cronómetro y, como las marcas no solían coincidir, se hallaba la media entre todas. Fue en 1932 cuando el Comité Olímpico Internacional (COI) unificó la medición. Muy cerca de Lausana (Suiza), la sede del organismo deportivo, se hacían los mejores relojes del mundo. Uno de los fabricantes, Omega, disponía de un cronómetro con dos segunderos, uno de los cuales se podía detener para contabilizar el tiempo intermedio mientras el otro continuaba. Con 30 de esos aparatos se embarcaron los suizos rumbo a Los Ángeles por encargo del COI.

El primer desafío llegó en atletismo, en los 100 metros lisos. Los estadounidenses Metcalfe y Tolan cruzaron juntos la meta. Había mediciones de seis cronómetros: cinco adjudicaban el mismo tiempo a los dos; el otro, un segundo más a Tolan. Pero los jueces se fiaron de una película de cine y proclamaron vencedor a este último. Había empezado la carrera tecnológica en los Juegos Olímpicos.

Lo ocurrido en 1932 se repetiría en 1960 en la piscina de Roma. Desde 15 años antes se disponía de un sistema mucho más preciso en las carreras atléticas, la foto finish, una célula fotoeléctrica sobre la línea de meta conectada a una cámara. En la natación todo era más rudimentario. Y el gran lío llegó en la final de los 100 metros libre. Los cronómetros daban ganador al estadounidense Larson con un segundo menos que el australiano Devitt, pero la mitad de los jueces habían visto lo contrario. Con el jurado dividido, el presidente también hizo caso a su ojo y usó el voto de calidad para conceder el oro a Devitt.

Aquel episodio espoleó la búsqueda de un método más fiable, y los ingenieros de Omega presentaron en 1968 el panel táctil en la piscina con el que los nadadores señalan su llegada. Un gran avance, aunque 32 años después, en Pekín, se necesitarían además las cámaras de alta precisión para zanjar la final de 100 metros mariposa entre Cavic y Phelps, resuelta a favor del estadounidense por una centésima, el margen más pequeño posible. La tecnología, explica el responsable de Swiss Timing, permitiría contar hasta millonésimas de segundo. Pero no serviría de nada: se requerirían instrumentos para medir con la misma precisión hasta lo invisible cada calle de la piscina.

Carl Lewis gana los 100 metros lisos en Los Ángeles 1984.pulsa en la fotoCarl Lewis gana los 100 metros lisos en Los Ángeles 1984.Miguel Navia

En el atletismo, las cámaras de la línea de meta pueden ahora tomar hasta 10.000 imágenes por segundo. Aun así, técnicos y jueces necesitaron 10 minutos para descifrar la foto finish de la final de 100 metros en el Europeo de Atletismo de Barcelona 2010. Cuando se le pregunta si no hay margen de error, Zobrist es tajante: “No lo hay. No podemos cometer ningún error. Por eso nuestra responsabilidad es tan grande”. Una de las últimas innovaciones de la compañía suiza ha sido el pistoletazo de salida que cada atleta recibe con una señal sonora en su talón para garantizar a todos el mismo tiempo de respuesta. En Río –donde los 30 relojes de 1932 se han convertido en dos toneladas de material y 480 profesionales– se homologará un sistema que perfecciona la detección de las salidas en falso. Como los atletas en la pista, los herederos del viejo relojero tienen el empeño de atrapar el tiempo: “Un segundo siempre será un segundo, pero la tecnología no se detiene. Y cada vez será más y más precisa”.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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