Un ligero progreso... quizá

Los planes expuestos ayer por Mariano Rajoy parecen sugerir —seamos muy prudentes en la interpretación de sus movimientos— la aceleración del calendario para disponer de un Gobierno de España en un plazo razonable. Queda mucho por negociar, dado que el presidente del PP trata de corresponsabilizar a otras fuerzas políticas —Ciudadanos y PSOE, sin duda— de que haya la estabilidad suficiente para aprobar el techo de gasto y los Presupuestos del Estado y de las comunidades autónomas, así como una posición común ante Bruselas y acuerdos sobre las políticas exterior, de defensa y antiterrorista. Lo cual no aleja del todo el fantasma de unas terceras elecciones, pero, al menos, existe un compromiso público del PP para gobernar aunque sea en minoría.

En ese contexto habría sido mucho mejor mantener la idea de que la presidencia del Congreso de los Diputados debe recaer en un partido distinto del que nuclea el Gobierno. Ese criterio se ha roto tras el pacto entre el PP y Ciudadanos, lo cual deja las presidencias de las dos cámaras de las Cortes en manos de la misma fuerza política que aspira a dirigir el poder ejecutivo. No es la mejor solución, aunque el perfil de Ana Pastor como candidata a encabezar el Congreso se corresponde con un talante moderado, en principio mucho mejor que cualquier otra opción contemplada.

La gran víctima es el PSOE, que pierde la presidencia del Congreso tras haber dispuesto de ella durante la breve legislatura precedente. Con un PP clavado en 137 diputados, a 39 de la mayoría absoluta, el juego político habría sido más abierto en caso de que los socialistas hubieran conservado la tercera autoridad en el orden institucional de España. Lo sucedido evidencia el bloqueo autoimpuesto del PSOE, incapaz de pactar, lo cual le lleva a una posición poco operativa desde el punto de vista político.