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Serguéi Vólkov / Cosmonauta ruso

“Crecí entre cosmonautas y he visto lo frustrante que es no llegar a serlo”

De niño vivía en el mismo bloque de pisos que los mejores cosmonautas de la URSS sin darle importancia. Hace tres meses que regresó de su última misión en la Estación Espacial

Nuño Domínguez
Serguéi Vólkov, antes de la entrevista
Serguéi Vólkov, antes de la entrevistaRafa Avero

Serguéi Vólkov creció en uno de los lugares más secretos de la Unión Soviética. Vivía en un bloque de pisos y sus vecinos eran los pioneros de la exploración espacial, aunque él apenas reparaba en ellos. Su propio padre, Alexander, era cosmonauta. En el colegio no se sentía muy especial, pues en cada clase había varios niños cuyos padres también se ganaban la vida volando al espacio. Era lo normal en la Ciudad de las Estrellas, donde la URSS seleccionaba y entrenaba al cuerpo de élite de los cosmonautas. Su padre nunca le sentó en sus rodillas para contarle sus aventuras. Y él nunca soñó con imitarle, en parte porque cada día veía “la otra cara de la moneda”. Buena parte de todos los cosmonautas nunca viajan al espacio.

A pesar de todo aquello, Vólkov (Járkov, 1973) acabó alistándose en el ejército, se licenció como piloto y pasó todas las pruebas para ser cosmonauta en 1998, siete años después de la disolución de la URSS. “Quería hacer algo más por mi país, por eso lo hice”, explica en esta entrevista con Materia, ofrecida apenas tres meses tras regresar de su último viaje al espacio. En todo el mundo solo hay otra persona como él: el también cosmonauta ruso Roman Romanenko, hijo del cosmonauta Yuri Romanenko. Ambos participan estos días en el festival Starmus que se celebra en Tenerife.

Pregunta. ¿Su padre le contaba historias de sus viajes al espacio?

Respuesta. Probablemente nunca tuvimos una conversación los dos en la que me dijera "ven, que te voy a contar mis historias de cuando voy al espacio”. Solo por casualidad, cuando tenía una entrevista con un periodista y yo estaba por ahí podía escuchar sus historias, o cuando iba a dar charlas a los campamentos infantiles de Pioneros [una especie de Scouts del Partido Comunista] a los que yo también asistía. Entonces sí podía escuchar las historias que él había preparado para otros. Era muy interesante para mí, pero yo conocía la otra cara de esa historia. Lo duro que era convertirse en cosmonauta, la preparación. Vivíamos en un edificio de 11 plantas en el que vivían el resto de cosmonautas. Allí veías todos los días a Alexei Leonov [el primer humano en hacer un paseo espacial], Valentina Tereshkova [primera mujer en el espacio], todos los cosmonautas que dieron los primeros pasos en la exploración espacial. Pero por otro lado veías a muchos cosmonautas que nunca fueron al espacio. Veías sus historias, les conocías. Veías el éxito y el fracaso en esta profesión. Por eso cuando eres niño solo quieres el éxito y sabías que, aunque llegaras, tenías un 50% de posibilidades de no volar nunca, incluso menos.

El destino final para todas las agencias espaciales es Marte. Lo que varía son los pasos intermedios hasta allí

P. De niño veías esas historias de frustración...

R. Prácticamente todos vivían en Star City, muchos de ellos nunca lo consiguieron. En mi clase, por ejemplo, en 1998, éramos 12 y hemos volado siete. El resto nunca lo hará. Y nuestro grupo es representativo de la media.

P. ¿Hay algo más que recuerde de Star City?

R. Cuando vivíamos allí era parte de nuestra vida normal, no te dabas cuenta a veces de quién era toda esa gente que vivía al lado tuyo. Yo era un chico normal. En la escuela había hijos de astronautas en casi todas las clases, no era nada especial, era lo normal. En ese ambiente era normal vivir entre cosmonautas. Solo para la gente que venía de visita era algo llamativo.

P. ¿Conoce a alguna otra persona que sea astronauta profesional e hijo de astronauta profesional?

R. También Roman Romanenko es hijo de cosmonauta. Somos los dos únicos cosmonautas profesionales hijos de cosmonautas. Luego está Richard Garriott, que fue turista espacial cuyo padre fue astronauta. Por ahora somos los únicos.

P. ¿Qué le sorprendió más de sus viajes al espacio?

R. Yo he viajado tres veces al espacio, del último regresé hace tres meses. En total he estado algo más de 500 días. Cuando lo recuerdas, todo es interesante. Por supuesto las caminatas espaciales son complejas, peligrosas, duras, pero tanto astronautas como cosmonautas deseamos hacerlas. Cuando vives dentro de la Estación [Espacial Internacional] te acostumbras a ello. Es como estar en una casa. Cuando sales fuera, es impresionante, especialmente cuando terminas el trabajo, te das la vuelta y miras a tu alrededor.

P. ¿Cuál será su tarea ahora?

R. Soy un cosmonauta en activo. Depende del programa. Hay muchos compañeros que quieren volar. Haré lo que decidan los jefes del programa. Puedo volar otra vez, dedicarme a formar nuevos astronautas...

P. Conseguir ser cosmonauta es muy duro ¿qué opina del turismo espacial?

R. Hace 100 años igual había 10 o 15 pilotos de avión en todo el mundo. Ahora cada avión comercial lleva unos 300 pasajeros. Lo mismo pasará en el espacio. Y eso espero, porque significará que nuestra habilidad para volar ha aumentado, que podemos lanzar cohetes más grandes que los actuales, posiblemente reutilizables. A mí, como cosmonauta profesional, me parece bien que haya turistas espaciales.

P. ¿Cuáles creen que serán los próximos pasos en nuestra exploración del espacio?

R. El destino final para todas las agencias espaciales es Marte. Lo que varía son los pasos intermedios hasta allí. En Rusia, igual que en EE UU y la Agencia Espacial Europea, queremos construir bases en la Luna. Será el próximo paso que queremos llevar a cabo y espero que lo hagamos juntos, como lo hacemos ahora en la ISS. Después posiblemente viajaremos a asteroides. Y posiblemente construyamos una estación espacial más lejana para que sea el punto de partida a otros destinos.

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Sobre la firma

Nuño Domínguez
Nuño Domínguez es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo Científico por la Universidad de Boston (EE UU). Antes de EL PAÍS trabajó en medios como Público, El Mundo, La Voz de Galicia o la Agencia Efe.

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