Delfina Entrecanales, la gran madrina del arte
Dicen de ella que es la reina madre del arte contemporáneo, pero realmente esta mujer menuda, de pelo blanco y rostro estampado por las manchas del tiempo recuerda más a un terremoto. Con 89 años, mantiene la curiosidad, la obstinación y las ganas de vivir que lleva contagiando desde hace 30 a los artistas que se han beneficiado de su personal estilo de mecenazgo. “Yo no colecciono arte, colecciono artistas”, es la coletilla favorita de esta abuela de vitalidad sorprendente que ha recibido dos veces la Orden del Imperio Británico, la Medalla de Apoyo a las Artes Británicas y, a finales del pasado mes de abril, el Alfiler de Oro de la Asociación Mujer Siglo XXI de Empresarias de Bilbao, el primer premio que le han concedido en España, su país de nacimiento. Su mérito: prestar apoyo desinteresado a más de 600 creadores de todo el mundo –muchos de ellos de Oriente Próximo y el norte de África, algunos finalistas o premios Turner como Mark Wallinger, Martin Creed, Tacita Dean, Jane y Louise Wilson o Shirazeh Houshiary, y españoles como Darío Urzay y Txomin Badiola– que gracias a su protección han contado con un lugar en el que residir, trabajar, exponer y relacionarse en Londres, una ciudad en la que encuentran espacio todas las formas del arte.
Hoy, la ampliada Delfina Foundation, ubicada desde 2014 en un renovado edificio de Londres próximo a Victoria Station, es ya una leyenda, y su creadora, un personaje en el mundo del arte británico, que a pesar de su alergia a la publicidad, se ve obligada a hablar: “Porque no soy eterna y hay que dar a conocer lo que hace la fundación”.
Aaron Cezar es su actual director. “En esta nueva etapa, la fundación está orientada a cómo el arte influye en el modo de pensar de las personas, y lo que ofrece es la posibilidad de tener una experiencia internacional a aquellos creadores que entendemos que lo necesitan y lo van a valorar”, explica. Cada dos semanas organizamos un family lunch, donde ellos guisan para todos nosotros y para gente relacionada con este mundo. Las mejores conversaciones surgen en la cocina, y este espíritu forma parte de la manera de relacionarse de Delfina”.
Por primera vez la fundación se ha abierto a recibir financiación externa. Cezar explica que esta política va más allá de conseguir dinero: “Es un tema de alianzas y colaboración. No solo proporcionamos un techo para vivir y trabajar, también una red para el desarrollo profesional de los creadores. Trabajar con otras fundaciones, museos y galerías es esencial porque así procuramos a los artistas oportunidades, relaciones y mayor visibilidad para su obra”.
Marta Arzak, subdirectora de educación e interpretación en el Museo Guggenheim Bilbao, fue residente de la fundación durante un mes en 2015: “Para empezar me encontré con artistas con quienes intercambias de una forma muy natural impresiones, dudas… Lo fantástico es que la fundación pone a tu disposición todos los medios para los contactos y la educación. Allí hay de todo, habitaciones, cocina, sala de estar, biblioteca, oficinas y espacio para realizar exposiciones y programas públicos. Eso en Londres es un lujo”.
La red está creada y desde la sede de la capital británica ayudan a nuevos socios a desarrollar este modelo en lugares como Oriente Próximo o zonas de Latinoamérica, para que los artistas locales tengan la oportunidad de aprender unos de otros.
Con su currículo y apellidos, Entrecanales Azcárate (pertenece a una de las familias más ricas de España; su padre fue José Entrecanales Ibarra, fundador de la empresa que dio origen a la actual Acciona, y su madre, María de Azcárate, de familia republicana y ligada a la Institución Libre de Enseñanza), uno podría imaginar a una sofisticada anciana de frases contenidas, pero Delfina habla claro, rotundo, con el mismo gracejo, irreverencia e intensidad con los que ha roto reglas a lo largo de su vida. Durante la entrevista a veces mira de reojo a Blanca Leigh, uno de sus cuatro hijos, y a Aaron Cezar. “Es que luego me regañan porque yo charlo de todo y demasiado”, explica.
Lo hace sin tapujos, pero aparentemente también sin llegar a entender por qué despierta tanto interés. “Es verdad que no existe ningún tipo de mecenazgo como el que hago, pero es que yo lo que he ejercido es de madre. Nunca he pedido nada a los artistas, los he apoyado porque me divierte estar rodeada de gente, conversar…”.
Desembarcó en Londres con 19 años enviada por su padre para que estudiara inglés y se alejara una temporada de la España franquista. Ella se enamoró y decidió no volver. “Mi padre debió quedarse muy aburrido porque los demás no se peleaban con él como yo”, afirma sonriendo.
Durante sus primeros años en Reino Unido, Delfina se instaló en Oxford en casa de un canónigo que llegó a ser obispo de Exeter y entonces ejercía en uno de los colegios masculinos más prestigiosos de la ciudad. “Su mujer, que era profesora y listísima, me enseñaba de la mañana a la noche”, explica, “y como yo era la única española, me dejaban ir a todas las conferencias. Se podría decir que he aprendido por ósmosis, a base de hablar con la gente. No tengo ningún título, no sé mucho de arte, siempre he dicho que lo que me ha importado ha sido la conexión con los artistas”.
Se casó con un banquero inglés “guapísimo” con quien tuvo cuatro hijos, uno de los cuales murió en un accidente de tráfico a los 17 años. Se dedicó a cuidar a su familia y cuando se divorció, 20 años después, siguió haciendo lo que mejor sabía en su granja de Wiltshire: reunir a amigos – suyos y de sus hijos–, acogerlos, darles de comer, mimarlos y charlar. Por allí pasaron Robert Wyatt, del grupo Soft Machine, y tras sus pasos los miembros de Pink Floyd, un joven Richard Branson (actual dueño de Virgin) o Mike Oldfield. “Me gustaba tener a mucha gente a mi alrededor. No era nada calculado. Además, cuando das algo y no pides nada, es normal que la gente acuda. Me hubiera gustado hacer música, pero en aquella época había que comprar una cantidad de aparatos carísimos, y yo estaba tan divertida con todo ese ambiente que decidí que era más fácil acoger a artistas. Solo necesitaban un cuarto para vivir y un sitio para ponerse a pintar”.
En 1988 nació el Delfina Studio Trust, con sede en una antigua fábrica de vaqueros que alquiló en Stratford, lo que fue el barrio olímpico de Londres. En aquella época llegaron los españoles Darío Urzay y Txomin Badiola. “Para nosotros significó un antes y un después”, relatan a dúo. “Londres es una ciudad cara y difícil; que te proporcionen una casa donde vivir y un estudio para trabajar no es poco. En nuestro caso, fue la primera puerta abierta para luego dar el salto a Nueva York y poder vivir del arte”.
Delfina recuerda que el éxito de la iniciativa obligó a buscar un sitio más grande, esta vez una fábrica de chocolate. Ya junto a su segundo marido, Digby, 25 años más joven que ella y amigo de su hijo Charles –otro prejuicio que se saltó a la torera–, el inmueble se convirtió en 35 estudios, alojamiento para 10 artistas, restaurante, espacio para exponer y zona de eventos. Se generó tal actividad en torno a este lugar que la hasta entonces anodina Bermondsey Street se convirtió en centro de algunas de las galerías más importantes de la ciudad, incluida la Tate Modern.
Delfina se separó de su segundo marido después de 30 años y paró su actividad. “Todo se había vuelto demasiado grande. Lo dejé hasta que en 2007 apareció Aaron Cezar y creé la Delfina Foundation”.
“Tomamos un té y la encontré fascinante”, relata Cezar. “No había conocido nunca a nadie que fuera tan directo y claro. Además, me interesó muchísimo su idea de ser una especie de familia, muy importante en un mundo donde la mayoría de la gente está obsesionada con el mercado y las ventas”.
“Había viajado a Siria”, dice Entrecanales, “vi que se necesitaba mucho apoyo y me dije: ‘Empiezo otra vez’. Después llegó este hacha”, dice señalando a Cezar, “que casi se contrató él solo. Él es el especialista, quien selecciona y organiza. Yo financio, voy un par de veces a la semana por la fundación. Ahora me canso más, pero me aburre la gente que solo se lamenta y ¡no tiene coraje para ponerse manos a la obra!”.
Su hija sonríe y afirma: “Para ella no hay barreras. Con su ejemplo te está diciendo que se prueba todo y se puede hacer todo a cualquier edad”. Esta suerte de hada madrina cree que ya ha hablado bastante. Está en Bilbao, cuna de parte de su familia, y tiene prisa por visitar el Museo Guggenheim. “Siempre hay que seguir adelante”, sentencia mientras se despide.
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