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Milan Lukic, el otro carnicero de los Balcanes

ILUSTRACIÓN DE Noemí Villamuza

EL TIPO tiene 48 años, aspecto de galán de telenovela turca y vozarrón de Papá Noel. Está enjaulado por crímenes atroces y dice que te quiere ayudar. “¡Bongiorno! ¡Soy Milan Lukic!”. Saluda alegre, contundente, arrasador, a través del teléfono desde una cárcel de máxima seguridad en Estonia. Allí, enviado por el tribunal de La Haya que juzga los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia, purga una sentencia de cadena perpetua por torturas, asesinatos y limpieza étnica.

Rompe un silencio de más de dos décadas porque quiere buena prensa para salir de la cárcel y cree que la puede conseguir anunciando su deseo de radicarse en Argentina, donde fue detenido en 2005 y desde donde fue enviado a La Haya. Dice que quiere asesorar al Gobierno en la recuperación de las Malvinas, que conoce un secreto que puede servir para que los británicos se convenzan de que les conviene devolverlas. Sí. Dice eso y también que nunca mató ni una mosca. Declara solemne:

–Nací en Serbia, pero mi corazón está en Argentina. Si salgo de prisión antes de morir, el único lugar donde quiero ir es Argentina.

–¿Pero usted cree que Argentina va aceptar a un criminal condenado por limpieza étnica?

–¿Por qué no me aceptarían, después de cómo aceptaron a los soldados nazis?

–Pero ellos vinieron en secreto…

–No fueron en secreto. Eran más de 30.000 alemanes. Ante Pavelic, uno de los máximos asesinos, estuvo viviendo en Belgrano [barrio de Buenos Aires]. Así que no veo ningún inconveniente en que yo pueda ir también.

Lukic, en mayo de 1992, cuando dirigía un grupo paramilitar llamado Las Águilas Blancas.

No le asusta la idea de pudrirse en la cárcel el resto de sus días. “¡No, no! ¿Y quién te dijo que va a pasar eso?”, desafía. Al contrario, se ilusiona porque él se considera un gran creyente en los derechos humanos. “La Corte de Estrasburgo y las leyes europeas no permiten condenas de más de 20 años. Menos un tercio por buena conducta, llevo 10 años detenido, en tres o cuatro podemos estar tomando un café en Buenos Aires”.

No le veo la cara. Habla por Skype a través de un número comprado en Estonia para que pueda conectarse haciendo una llamada local. Me acompaña un intérprete que habla serbio sin acento croata para que el entrevistado se sienta tranquilo. En 2005, al enterarme de su captura, intenté entrevistarlo en el penal de Ezeiza. Llegué con una autorización del juez firmada por Lukic, pero en el último momento el preso se arrepintió y se negó a recibirme. Diez años más tarde me contacta a través de su abogado argentino. Quiere hablar.

“Tengo mucha fe en Donald Trump, porque él reconoció que el verdadero eje del mal proviene de los musulmanes. Me parece una persona respetable, un hombre de negocios con buen criterio. Cuando llegue al poder, podrá iniciar nuevas campañas contra los islamistas y podremos ser liberados”, manifiesta. “En La Haya, a los serbios nos condenaron a más de 2.000 años. Los musulmanes, en cambio, no fueron condenados a más de un año. Pero ahora se está descubriendo que al juzgado lo financian Arabia Saudí, Dubái, Malasia y Turquía”, acusa desafiante.

Lukic fue condenado en 2009 por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, creado y financiado por la ONU en La Haya. El fallo, ratificado por un tribunal de apelaciones y otro de revisión de sentencia, dice que Lukic, serbobosnio, mató –fusilando, quemando, ahogando o apaleando– a por lo menos 132 personas solo por ser bosnios musulmanes. Esas muertes se produjeron en un par de meses, a mediados de 1992, antes de que Lukic cumpliese 25 años. El fallo concluye que en dos ocasiones encerró a un grupo de familias musulmanas en una casa y le prendió fuego.

Ataúdes de las víctimas de la masacre de Visegrad.

En el juicio lo acusaron decenas de testigos, desde vecinos y conocidos del colegio hasta un pariente condenado en el mismo tribunal o dos sobrevivientes de una ejecución colectiva. Una docena de mujeres declararon que las violó. “Estoy totalmente en contra de las violaciones,” alega. “No soy capaz de entender a quien lo hace. Nunca maté. Y nadie pudo haber sido testigo de algún secuestro o fusilamiento en los que hubiera podido participar.”

Detrás de la voz de Lukic se escucha el ruido de fondo del receso de la tarde en el pabellón. Cuenta que gasta 400 euros al mes en tarjetas telefónicas y otros 300 en comida que compra en el almacén de la cárcel. Lo mantiene su última esposa, a quien conoció en La Haya. Tiene familia y dos niños, pero pide que no dé detalles por seguridad. Exige que lo trasladen a otro país porque en Estonia nadie lo entiende. Sus abogados presentaron una demanda en la que alegan que su incapacidad para comunicarse con los demás “conlleva un creciente dolor psicológico, que puede ser interpretado como tratamiento cruel e inhumano”. Quiere ir a un lugar más cosmopolita, tipo Francia o España. O por lo menos, dice, a un país donde no haga tanto frío. “¿Cómo cree que se puede sentir un hombre encarcelado pese a ser inocente y que está a 3.000 kilómetros de Belgrado? Nadie puede venir a visitarme. Hace dos años que no veo a mis hijos ni a mis amigos. Me siento como cuando mandaban a los opositores al Gulag en Siberia. Pero aquí me tratan bien”.

Antes del juicio de La Haya, ya tenía antecedentes. En 1994 había sido condenado a 20 años de prisión en Serbia por una masacre en Severin, en octubre de 1992. Según testigos, en una ruta de esa localidad bosnia, una banda armada conducida por Lukic paró un microbús y fusiló a 16 musulmanes, perseguidos por los serbobosnios, de religión ortodoxa. Lukic también fue identificado por sobrevivientes como coautor de otra masacre similar, en una ruta cerca de la localidad bosnia de Strpci, en enero de 1993. Esa vez, 18 musulmanes y un croata fueron asesinados; nunca hubo juicio. Pero eso no es todo.

Cuando se conoció la sentencia de La Haya, Bakira Hasecic, presidenta de la Asociación de Mujeres Víctimas de la Guerra, una ONG con base en Sarajevo, lejos de festejarla, criticó al tribunal por no haber condenado a Lukic por violación. Hasecic dice que la forzó a punta de cuchillo. Un informe de la ONU de 1994 afirma que el hotel de Visegrad que Lukic usaba como cuartel general se convirtió en un centro de violaciones masivas y esclavitud sexual de musulmanas. La acusación de la fiscalía en La Haya lo señala como autor de múltiples crímenes sexuales, pero no lo acusa formalmente. Lukic asegura que las mujeres mienten: “Sé que hay muchas que harían eso por dinero. Si se prostituyen por 10 y 20 euros, como alguien les ofrezca 400 euros o una pensión para el resto de su vida, pueden salir miles que declaren en falso. No tenía ninguna razón para cometer violaciones, porque mi mujer y mis novias son mucho más lindas que las musulmanas”.

Visegrad es una pequeña ciudad bosnia en la ruta entre Belgrado y Sarajevo, cerca de la frontera serbia, en un valle surcado por el río Drina. Allí vivió Lukic en su juventud. Allí, durante la guerra, dirigió un grupo paramilitar que se hacía llamar Las Águilas Blancas o Los Vengadores. Hasta entonces, dos tercios de los 21.000 pobladores de Visegrad eran musulmanes, y los demás, de origen serbio, como Lukic. Cuando finalizó la guerra, en 1995, prácticamente toda la población musulmana había dejado Visegrad por muerte o por exilio. Lukic dice que están todos confundidos. Que Los Vengadores lo echaron porque él no quería maltratar a los musulmanes y que fueron ellos los autores de todas las masacres. “Todo esto fue por culpa de Las Águilas Blancas, que son unos perros de la guerra”, asegura. “Ellos me enviaron a Belgrado, donde había personas muy viles. Cuando me expulsaron de ese grupo, tuve que pagar por ello.”

Lukic en el juicio en La Haya.

–¿Quién ordenó sacar a los musulmanes de Visegrad?

–El gobernador Risto Perisic y el jefe de policía Branimir Savovic. A través de los mercenarios de Las Águilas Blancas, ejecutaron todo tipo de robos y violaciones, además de la limpieza étnica. Juntaron mucho dinero y cuando terminó la guerra pudieron comprar a la gente, con uno o dos millones de dólares, para que no los inculparan ni a ellos ni a sus soldados. ¿Usted está seguro de lo que está diciendo sobre las víctimas musulmanas? Hubo el caso de unos 20 musulmanes de Visegrad que supuestamente habían muerto en la guerra, y lo que hicieron fue cambiarse los nombres e irse a vivir a Austria.

Los problemas de Lukic empezaron inmediatamente después del fin del conflicto. Fue uno de los primeros detenidos por crímenes de guerra. En 1994 le extraditaron desde Bosnia a Serbia para ser juzgado por la masacre de Severin, pero al poco tiempo la Corte Suprema lo absolvió. Volvió a ser arrestado un par de veces por asociación ilícita y acusado de manejar un negocio de drogas para Radovan Karadzic, el líder serbiobosnio durante la guerra, pero no fue acusado. A principios de 2003, Lukic supuestamente se peleó con Karadzic y ya nada fue igual. En abril, policías serbobosnios irrumpieron en la casa de su familia en Visegrad y asesinaron a Novica, un hermano de Milan. Según los abogados de Lukic, los policías que ejecutaron a su hermano a quemarropa fueron absueltos en tiempo récord. Bosnia ya no era un lugar seguro para el exvengador. Pasó por Suiza y Alemania antes de mudarse a Sudamérica, donde vivió cortas temporadas en Venezuela, Colombia, Brasil y Argentina.

Cayó preso en Buenos Aires el 8 de agosto de 2005 en un café del elegante barrio de Recoleta. Un grupo de agentes lo sorprendió en un momento vulnerable, mientras se abrazaba con su entonces esposa y con la hija de ambos, de cuatro años. Las mujeres acababan de llegar de París. Hacía un par de años que la familia no se reunía. Él se había puesto su mejor ropa: pantalón gris, camisa negra, zapatillas plateadas. No ofreció resistencia. Fue enviado a La Haya en agosto de 2006. Su primo Sredoje, otro conspicuo miembro de Los Vengadores, se entregó en Serbia un mes después del arresto de Milan. Juzgado con él en la capital holandesa, fue condenado a 30 años de prisión. En La Haya, Milan escribió una autobiografía donde a ratos es Rambo, a ratos Heidi y a ratos Marcello Mastroianni. Un héroe ingenuo al que las mujeres no pueden resistirse. Karadzic fue detenido en 2008 en Belgrado, al igual que el exjefe del Ejército serbobosnio, Ratko Mladic. En marzo pasado, el tribunal de La Haya condenó al primero a 40 años. Lukic sumó en 2015 otra pena en ausencia de un tribunal bosnio: nueve años por otra masacre de civiles en 1992, esta vez en Kljuc.

Que Lukic diga que no hizo nada no es demasiado sorprendente. Pero uno de los jueces de La Haya defendió su versión. El jurista francés Jean-Claude Antonetti, exvicepresidente de la Cámara de Apelaciones de París y ex consejero legal de Chirac y Sarkozy, votó en disidencia y renunció al tribunal por lo que consideró un proceso injusto. A diferencia de los otros ocho jueces, Antonetti sostuvo que los testigos de Lukic le resultaron creíbles y, en cambio, los acusadores no lo convencieron. “[Lukic] argumentó que no estuvo presente durante la comisión de los delitos y lo probó con testigos de distinto origen”, escribió Antonetti en su fallo-despedida. “El meticuloso trabajo al que me he dedicado me ha permitido tener muy serias dudas acerca de la credibilidad de los testigos de la fiscalía, cuestionándome yo mismo al final sus verdaderas motivaciones. Muchos de esos testimonios me suenan incoherentes, ilógicos y hasta aberrantes”. “Aún tengo fe en la justicia”, dice Lukic. “Parece que, poco a poco, las cosas se van aclarando”.

–Antonetti es muy respetado, pero hay muchos jueces igualmente respetados que dicen lo contrario.

–Que existan tantas acusaciones es muy sospechoso. Yo estaba en La Haya con serbios, croatas, musulmanes y albanokosovares. Estuve reunido con ellos, hablamos sobre el tema, y ellos, amigos croatas y musulmanes, aún no podían creer que me echasen toda la culpa a mí. Hay gente que con poder y dinero puede hacer lo que quiere.

–En su libro dice que los que están presos con usted en La Haya son inocentes, valientes y buenos serbios.

–En la cárcel, mis mejores amigos han sido el musulmán Delic y otro general croata… No solo serbios.

–¿Y usted dice que todos son inocentes?

–Los generales musulmanes y croatas encarcelados fueron valientes y bravos. Lucharon por su pueblo. Pero hubo quien hizo los trabajos sucios, criminales de guerra verdaderos que pusieron el dinero para acusarme a mí y al resto de generales.

–¿Quién ordenó y ejecutó la limpieza étnica?

–Yo no sé nada de eso. De la misma manera pregunto yo: ¿quién es ahora el responsable de las limpiezas étnicas en Siria? ¿Quién lo ordenó?

–Tras su arresto en Argentina, se especuló con que revelaría secretos sobre Mladic y Karadzic. No lo hizo.

–Nunca podría decir nada de ellos, porque no los conocí hasta que nos juntamos en La Haya.

–Pero en su libro relata un encuentro con Mladic.

–Sí, lo vi cuando su grupo se juntó con otros donde estaba yo, pero nunca tuvimos nada en común.

–Lo acusaron de traficar con drogas para Karadzic.

–Eso fue antes del asesinato de mi hermano. Nunca vi la cara de Karadzic en mi vida. Las revistas y diarios hablan mucho, pero deben de estar pagados por el dinero sucio de los criminales que han organizado todo esto.

–¿Existe un pacto de silencio entre usted, Mladic y Karadzic?

–Digo ya por tercera vez que nunca tuve nada con ellos. Me gusta Mladic como persona, porque luchó por su pueblo. Pero yo no tengo nada que ver, son habladurías de las revistas sensacionalistas.

–¿Usted no cree que hubo un genocidio en Srebrenica [donde unos 8.000 bosnios mulsulmanes fueron asesinados en 1995]?

–Nunca me interesó lo de Srebrenica y nunca fui a ver qué ocurrió. En La Haya se comenta que fue todo un montaje. Lo único que creo es que murieron 3.300 serbios a manos del comandante musulmán Naser Oric.

–¿Y qué espera que le digan unos condenados por genocidio? Que son culpables no le van a decir…

–Una cosa es lo ocurrido a los judíos o serbios en la II Guerra Mundial, donde se procuró el exterminio de todo su pueblo, y otra lo de las guerras actuales, con peleas entre soldados y donde todos los bandos salieron perjudicados. A esto no se le puede llamar genocidio.

–¿Se da cuenta de que va a pasar a la historia como el autor de los crímenes por los que fue condenado y como un cobarde que no se hizo cargo de nada?

–¿Crees que decir la verdad después de tantos años es un acto de cobardía? Yo solo quiero que salga a la luz toda la verdad por encima de todo. No pienso en otra cosa y no tengo ningún sentimiento de culpa.

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