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CLAVES
Columna
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Silencio venezolano

En el país con las primeras reservas petrolíferas del mundo escasean hoy la electricidad y el papel higiénico tanto como los derechos humanos, la democracia y las libertades

Grupo de personas haciendo cola para comprar papel higiénico y pañales en Caracas.
Grupo de personas haciendo cola para comprar papel higiénico y pañales en Caracas.Carlos Garcia Rawlins (REUTERS)

Había una vez una bella idea cuya puesta en práctica degeneraba en una pesadilla cada vez que se intentaba. Unos lo achacaban a la inmadurez de las sociedades, otros a un enemigo exterior saboteador, también había quienes mencionaban las debilidades de los líderes. Pero tanto final fatal no podía ser casualidad. Ya en 1950, Herbert Wehner, comunista alemán y fundador de la Brigada Thälmann que combatiera en la Guerra Civil española, llegó a la conclusión de que el “comunismo significa la destrucción de los derechos humanos”. No debe extrañar que observando cómo la Alemania oriental se había convertido en una gigantesca prisión al aire libre, los socialdemócratas alemanes fueran los primeros en entender que el problema no estaba en la ejecución del modelo, sino en la filosofía que lo inspiraba, incompatible con la libertad. Solo tenían que mirar por encima del Muro. Por eso renunciaron en 1959 al marxismo, convencidos de que se trataba de una ideología letal para la libertad.

Algo parecido pasa ahora con el “socialismo del siglo XXI”, como los seguidores de la revolución bolivariana han gustado de describir el proceso vivido en Venezuela. En el país con las primeras reservas petrolíferas del mundo escasean hoy la electricidad y el papel higiénico tanto como los derechos humanos, la democracia y las libertades. Todos ellos, junto ante la igualdad ante la ley, son bienes igualmente escasos para los que la ciudadanía tiene que hacer cola desde primera hora de la mañana. Una vez más, la utopía socialista del paraíso en la tierra, la sociedad sin clases y la fraternidad sin límite ha acabado convertida en un gigantesco fracaso que se desliza hacia el caos y la confrontación civil. Pero la responsabilidad, una vez más, no es del modelo sino, como es habitual, de sus enemigos exteriores e interiores, a los que hay que reprimir. Sorprende que entre todos aquellos que tanto se implicaron allí y que hoy compiten por representar a la ciudadanía aquí no se deslice ni una sola reflexión, ni una sombra de duda, atisbo de aprendizaje o deseo de debatir honestamente sobre aquello. Si ese silencio y ausencia de debate es muestra de la conciencia de un fracaso, bienvenido sea. Algo es algo. @jitorreblanca

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