Manel Esteller, la inteligencia contra el cáncer
MANEL Esteller (Sant Boi, 1968) no le teme al cáncer. No tiene que ver con ser uno de los científicos del mundo más influyentes en los últimos tiempos en la lucha contra esta enfermedad. Tampoco es valentía o temeridad. Se debe solo a la falta de tiempo y a su elevado pragmatismo. “El pico de cáncer empieza a aparecer a los 60-65 años, por lo tanto puedo aplazar esa preocupación. No tengo conductas de riesgo, soy bebedor muy moderado, poca exposición solar, familiarmente no es muy fuerte… Tengo una de tres posibilidades. La otra es una enfermedad cardiovascular y la tercera una demencia. Nuestra sociedad es la que más ha vivido. Ahora la preocupación es vivir mejor”.
Experto en epigenética, premio Nacional de Investigación y reconocido a un lado y otro del Atlántico por su trabajo, Esteller es hoy un tipo directo, rápido y extravertido. Aunque no siempre fue del todo así, confiesa. “Era tímido, muy de casa y salir poco”. Así descubrió los libros de detectives y la pasión por observar. Primero como un juego, luego desde el microscopio. Con un 142 de cociente intelectual, solo al alcance de un 2% de la población mundial, descubrió la pasión por los antibióticos cuando el único Fleming que conocían sus amigos era el autor de James Bond. A los 16 años llegó una señal del futuro con su primer artículo sobre el cáncer en la revista científica que fundó con unos compañeros del colegio Llor, el mismo al que fue años más tarde Pau Gasol.
Varios elementos explican la solidificación de este éxito. Los Esteller eran una familia humilde configurada por la inmigración. El padre de Manel llegó a Sant Boi de Llobregat desde Castellón para trabajar a los 15 años. Su madre iba para peluquera y lo dejó cuando le tuvo a él y a sus dos hermanos. “Mi padre fue agricultor, pastor…, y aquí consiguió entrar en Iberia. Eso nos permitió viajar de pequeños cuando casi nadie podía hacerlo. Y me influyó mucho en todos los sentidos. Hoy, por ejemplo, intento integrar a gente de todo el mundo en el laboratorio”.
El equipo que dirige Esteller en el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) está compuesto por unas 80 personas de 10 nacionalidades. Su método es lo más abierto posible para buscar el talento, en parte forjado en su paso por EE UU en el Johns Hopkins, uno de los mejores centros de investigación del mundo. “Al ser de una familia humilde, tuve la suerte y la tozudez de conseguir buenas becas. El peligro hoy es que se pierda talento de gente joven que no podrá expandir su potencial por culpa del dinero. Muchas de esas becas ya no existen y la mayoría se va para no volver. La ciencia no se financia mejor por falta de interés real de los políticos”. El médico cura hoy, el investigador a los que vendrán mañana, repite. Hace 20 años nos mataban el 75% de los casos de cáncer. Hoy son el 40%. Si la cosa empeora, tiene las maletas hechas. “Mi hijo ya habla inglés perfectamente por si llega el momento”.
En la pared del despacho está Lluís Companys –el abuelo de Esteller fue un representante sindical de ERC–, varias fotos de las Diadas catalanas y abundantes referencias al Barça, su gran pasatiempo cuando no está con su hijo o trabajando: un fenómeno que sucede 12 horas diarias. “Algunos cuentan los días que faltan para el viernes. A mí me pasa lo contrario, el lunes me parece un gran día. Me motiva la gente que cree en nosotros. Personas sencillas y anónimas que encuentras por la calle y te lo dicen”. Hoy los observa. Mañana los curará.
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