Exóticos
Teodora me dijo: “No les importa que sean ladrones, siempre que usen traje”
Teodora, la señora a la que le compro la verdura, nació en Cochabamba, Bolivia. Allá jugaba al fútbol, como muchas mujeres de su país, y era delgada y goleadora: apenas 50 kilos y una flecha (dice) con un único objetivo: el arco. Habla mucho de fútbol —de lo que no sé nada— y de política —de lo que tampoco, pero miento mejor—. Le gusta el Gobierno del presidente Evo Morales. Cuando los diarios del mundo se mofaron de su chompa a rayas, Teodora me dijo: “No les importa que sean ladrones, siempre que usen traje”. Cuando los diarios volvieron a mofarse porque Evo había dado vuelta al sentido de las agujas del reloj del Congreso, Teodora me dijo que esa medida le parecía bien, porque para los aimaras el futuro está atrás, y no adelante. Hace poco se mudaron a nuestro barrio dos chicas francesas. Teodora está molesta, porque le compran un limón y se quedan preguntándole “cosas raras”: si en Cochabamba hay electricidad, si le hace ofrendas a la Pachamama, si mastica coca. “Un día les voy a contestar: ‘Mire que no soy guanaco”, dice Teodora. A veces me pregunto si todos vivimos en el mismo planeta. Si América Latina y Europa y Oceanía y América del Norte no serán tan distintos entre sí como Marte y Saturno. Tiempo atrás, en Perú, mientras un escritor de ese país contaba cómo lo habían secuestrado en un taxi limeño, un escritor español dijo: “Eso jamás te pasaría en Madrid. España es un sitio muy seguro”. Lo dijo con una certeza indubitable que, confieso, me dio envidia. Yo, por esos días, editaba un texto acerca de un pandillero centroamericano que le había arrancado el corazón a otro, después de torturarlo despacito. A veces me pregunto si, de verdad, vivimos en el mismo planeta. Porque, si es el mismo, Teodora no debería ser un ejemplar exótico para unas chicas francesas y, para mí, la señora con la que converso todas las semanas.
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