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MIRADOR
Columna
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Paraísos

Los hay fiscales e imaginarios y otros que consisten simplemente en alcanzar las costas de Europa

Julio Llamazares
'Llegando al paraíso', imagen ganadora del Ortega y Gasset.
'Llegando al paraíso', imagen ganadora del Ortega y Gasset.SAMUEL ARANDA

El título de la fotografía ganadora del Premio de Periodismo Ortega y Gasset en la que una mujer siria pide, caída en el mar, desesperadamente ayuda para su bebé es demoledor: Llegando al paraíso.Y es que paraísos hay muchos. Los hay fiscales e imaginarios para los que hemos tenido la suerte de haber nacido en el primer mundo y los hay que consisten simplemente en alcanzar las costas de Europa, para los que viven en el segundo y en el tercero.

El mito del paraíso, que viene de los albores de la humanidad, nos acompaña a lo largo de la historia reconvertido en múltiples fantasías y representaciones individuales y colectivas. Solo en España tenemos media docena, desde la Babia arcádica y ensimismada que se corresponde con una comarca real en el antiguo Reino de León a la Jauja cordobesa de los cuentos en la que se come y se bebe y no se trabaja, según el refrán, y que no es otra que lo que en Francia llaman Pays de Cocagne, en Italia el país de Cucagna, en Gran Bretaña el de Lubberland y en los Países Bajos el de Luilekkerland, ese lugar fabuloso al que, según los que han alcanzado a verlo, se accede excavando una montaña de papilla y por el que los cerdos se pasean con cuchillo y tenedor para que el que se los encuentre pueda trincharlos mientras que de los árboles cuelgan salchichones y todo tipo de dulces.

El mito del paraíso que Adán y Eva disfrutaron antes de ser expulsados de él pervive en nuestro subconsciente junto con el deseo de recuperarlo un día. Pero, mientras que para algunos su identificación coincide con esos lugares a los que la Hacienda de su país no puede llegar porque están fuera de su alcance, lo que les garantiza que no tendrán que pagar impuestos por sus fortunas, para otros se reduce simplemente a alcanzar las costas de un continente que les garantiza, o debería hacerlo por humanidad, vivir a salvo de la guerra, el hambre o la persecución política o religiosa.

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Que la palabra se use igualmente para denominar a unos y a otro, a los agujeros negros fiscales y financieros y al continente que para mucha gente es sinónimo de libertad o simple supervivencia, indica la inmoralidad de un mundo que se llama el primero a sí mismo cuando es el tercero o el cuarto. Si la medida de nuestras vidas la dan nuestras ilusiones, las de esas personas que arriesgan la suya para buscar un futuro mejor para sus familias son infinitamente superiores a las de quienes, viviendo en el paraíso, lo buscan también para su dinero sin importarles lo que a los demás les pase.

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