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Columna
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Ellos

Rosa Montero

EN la fachada del ayuntamiento de Madrid, en la plaza de la Cibeles, cuelga desde hace varios meses una tela blanca en la que se lee Refugees Welcome en grandes letras negras, cada día más desteñidas por el baqueteo del tiempo. Cuando paso por allí siempre lo miro y se me encoge el ánimo, porque el cartel se ha convertido en un sarcasmo. De los casi 18.000 refugiados sirios que España se comprometió a recibir en septiembre pasado, en el momento en que escribo estas letras (ya saben que el artículo tarda 15 días en imprimirse) sólo hemos acogido a 19, uno de ellos sirio y los demás de otras nacionalidades. Comprendo que Manuela Carmena insista en mantener su pancarta en lo alto del edificio: es una declaración de intenciones y un recordatorio. Pero, por otra parte, el mensaje empieza a parecer una burla cruel. Resoplo de incomodidad cada vez que lo veo.

Los acuerdos de acogida europeos se elaboraron a toda prisa tras la impactante foto de Aylan, el niño kurdo de tres años cuyo cuerpecito exangüe fue depositado por las olas en una playa turca a principios de septiembre. Cómo nos horrorizó esa instantánea; qué espanto saber que junto a él también se habían ahogado su hermano de cinco años y su joven madre, más otros 12 pobres sirios (entre ellos más niños) que intentaban llegar a Grecia huyendo de la guerra y del infierno del ISIS. El cadáver de Aylan y su infinita indefensión removió la conciencia europea y sonaron todas las alarmas. Pero se ve que su estridencia nos ensordeció: hoy mueren dos niños cada día en la ruta hacia Grecia y no consigo escuchar ningún timbre. Al contrario: acabo de leer que han vuelto a usar gas lacrimógeno contra los refugiados en la frontera greco-macedonia. Lo de gasear a esas muchedumbres desesperadas se está convirtiendo en una costumbre. Una malísima costumbre. También nos estamos habituando a las fotos tremendas, niños muy pequeños medio asfixiados por el gas, columnas de refugiados arrastrando los pies en mitad de la nada, personas angustiadas y desharrapadas gritando y huyendo de los palos de las diversas policías. Personas como usted y como yo. Podríamos estar allí. Podríamos ser ellos.

A lo mejor ya ha dejado de leer este artículo. Es un tema que nos resulta insoportable. De hecho, hemos desarrollado en poquísimo tiempo un callo increíble para ignorar esta monumental hecatombe y poder seguir viviendo como siempre. La verdad es que no creo que se trate sólo de egoísmo, sino de una mezcla fatal de horror y desesperanza, agravada con las noticias sobre la existencia de yihadistas infiltrados entre los desplazados. La situación nos sobrepasa y no sabemos qué hacer. Creo que muchos piensan que no hay solución, y prefieren cerrar los ojos ante esta lenta, cruel carnicería. Pero con ello estamos permitiendo que nuestros Gobiernos cierren también los ojos, y eso es una vergüenza, porque ellos están obligados a mirar y a actuar. Según un informe de Amnistía Internacional, hay más de 4,5 millones de refugiados de Siria en sólo cinco países: Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto, todos ellos en condiciones atroces, y solamente se han ofrecido en el mundo 162.151 plazas de reasentamiento (incluidas las risibles casi 18.000 nuestras). Y siguen llegando más y más cada día. Una cuarta parte de los refugiados son niños y muchos de ellos están solos. Ya han desaparecido 10.000 pequeños a manos de las mafias europeas, para la explotación sexual y el esclavismo. Eso es peor que la muerte de Aylan, aunque no tengamos fotos para estremecernos.

No podemos seguir consintiendo esto: simplemente no podemos. Debemos mantener los ojos abiertos aunque escuezan y exigir a nuestros Gobiernos que intervengan. Sin duda la solución definitiva pasa por acabar con el ISIS y pacificar Siria: más del 50% de la población del país está en situación de desplazamiento y hay que conseguir que toda esa gente pueda volver a casa. Pero mientras tanto es necesario protegerlos, reasentarlos, ayudarlos. Entre otras cosas, podemos reunir dinero para sostener a los desplazados. Esto es lo más fácil de hacer, y ni siquiera eso hacemos. A finales del año 2015, el llamamiento humanitario de la ONU en favor de los refugiados sirios sólo estaba financiado en un 61%. Con 50 euros, ACNUR puede llevar agua potable a 70 personas; con 75 euros, mantas a 12 personas (para donar, llama al 913 69 70 56). En cuanto a los niños, entre otros logros, Unicef consiguió en 2015 dar micronutrientes y vitaminas a 184.000 menores de cinco años, y dotar a otros 139.000 con suministros de invierno: mantas, ropa, calefacción, dinero en efectivo y cupones canjeables (donaciones llamando al 902 31 41 31 o en la cuenta del Santander ES67 0049 0001 5928 1010 0005). Intentemos estar un poco más a la altura de este reto terrible.

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