La honra
A nadie le honra mentir, haber mentido, irse para no seguir mintiendo
Vamos a contar la historia despacio. Entre las revelaciones asociadas a la filtración de los papeles de Panamá, se descubre un lunes que el ministro de Industria ha participado en una empresa opaca. El ministro lo niega con tal rotundidad que los creyentes comienzan a poner en duda la veracidad de los papeles. A medida que pasan los días, no solo se confirma que ha participado en una empresa de presunta elusión fiscal, sino en varias. Y el reguero de los negocios de su hermano comienza a proyectar una sombra tan grande que los creyentes comienzan a ver su fe resquebrajada. Queda, eso sí, la forzada solidaridad de sus compañeros de partido. En la víspera de tener que acudir a dar explicaciones al Parlamento, el ministro dimite de todos sus cargos y abandona la carrera política. Todo suena bastante razonable y por un momento España parece Suecia o Islandia. Pero entonces se reúne el Consejo de Ministros, como todos los viernes. Y al salir, en su comparecencia, la portavoz del Gobierno dice que la actitud del ministro le honra.
Unas horas después, la lideresa organizativa del partido repite en una incómoda comparecencia de prensa que al ministro le honra el modo en que se ha apartado de la primera línea política. ¿Le honra? En latín, honos venía a señalar al cargo público de carácter político que se premiaba con el reconocimiento por su rectitud y ejemplaridad. Por retorcer el dicho atribuido al almirante Méndez Núñez de más vale honra sin barcos que barcos sin honra, sería bueno precisar que entre los barcos y la honra nuestro ministro optó hace mucho por sus barcos. En los telediarios se notó el esfuerzo para glosar su andadura como ministro de Industria. Todos coincidían en que su mayor éxito fue alcanzar la cifra récord de turistas venidos a España. Medalla lograda gracias al desplome de nuestros precios y la violencia que sacude destinos como Túnez, Egipto o Siria.
Mejor no hablar de la gestión de los recursos energéticos en esta legislatura, en la que España ha pasado de ser un país líder en el desarrollo de energías renovables, a boicotear nuestro propio futuro por turbias presiones. Pero todo ese bagaje carece de relevancia frente a la gestión de la mentira. Mentir como escapatoria a un escándalo público es un mal atajo. Los niños deberían tomar nota, porque ellos también suelen mentir como primer recurso cuando son pillados en una travesura. A nadie le honra mentir, haber mentido, irse para no seguir mintiendo. Se trata tan solo de otra defunción política, triste, solitaria y deprimente para la ciudadanía.
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