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Los médicos robots

Por muchos avances que haya, la medicina narrativa siempre será necesaria.
Por muchos avances que haya, la medicina narrativa siempre será necesaria. Gregg Segal / Gallery Stock

LA tecnología lo está cambiando todo. Los coches van a conducir solos, los frigoríficos harán la compra sin preguntarnos y podremos recuperar un recuerdo perdido de nuestra niñez buscando en la tarjeta SD de nuestro cerebro. La biotecnología, por su parte, logrará no menos maravillas: imprimiremos en 3D órganos compatibles con nuestro cuerpo y, según algunos optimistas, seremos capaces de aprender idiomas tomando pastillas.

Este paisaje futurista a unos les parece deseable y a otros distópico, pero incluso los más apocalípticos buscan el provecho de los cambios. La vida será más fácil y larga, y eso a nadie disgusta.

De entre todas las revoluciones en marcha, una de las más importantes es la de la medicina. Desde el origen de la disciplina, con Hipócrates, el juicio médico ha estado fundamentado en la relación doctor-paciente. En el trato humano. En la observación, en el examen, en la confesión de síntomas y de dolores.

Y según Ignacio Riesgo, autor del libro ¿Médicos o robots? La medicina que viene (Rasche), hay una parte de esa relación que nunca cambiará, por muchos avances tecnológicos que se produzcan: “La labor de comunicación del médico con el paciente no es sustituible por ninguna máquina. Ni ahora ni nunca”.

Sin embargo, la medicina está cambiando mucho y seguirá haciéndolo, según Riesgo: “Vinod Khosla, cofundador de Sun Microsystems, dice que el 80% del trabajo puede ser sustituido por máquinas. Por ordenadores de apoyo o robots. Si representará el 80% o el 50%, no lo sé, pero es seguro que gran parte del trabajo que hacen hoy los médicos podrá ser sustituido por máquinas y por otros profesionales”.

Los descubrimientos genéticos que permiten anticipar el desarrollo de enfermedades y crear terapias farmacológicas para curarlas forman parte de ese paisaje tecnológico que revoluciona la medicina del siglo XXI: a partir del ADN del paciente, se personalizará su biografía clínica y prescribirán tratamientos a la carta que, al parecer, erradicarán enfermedades como la hemofilia, el párkinson, la fibrosis quística y la diabetes, entre otras muchas.

“Lo que nunca dejará de hacer el médico, sean cuales sean los avances, es la llamada medicina narrativa”, explica Riesgo. “Ayudar al paciente a elaborar un relato sobre su enfermedad: qué significa en su vida, qué limitaciones le impone, qué opciones le abre, qué medidas preventivas debe seguir, qué decisiones tiene que tomar, etcétera. En esto el médico nunca podrá ser sustituido”.

Tal vez también será tarea de los médicos liderar la solución a los problemas éticos que las nuevas tecnologías médicas traen de la mano. En primer lugar, los más clásicos, los que tienen que ver con la eugenesia y con el perfeccionamiento de la especie: ¿es legítimo moralmente alterar la espontaneidad genética para crear una raza de hombres sanos e inmortales? Y en segundo lugar, los que tienen que ver con la justicia social, pues los usos tecnológicos son en algunos casos extremadamente caros y abren la posibilidad de que la salud sea solo para quien pueda pagarla. “El gran reto de los sistemas sanitarios de acceso universal, como los que tenemos en Europa y en la mayor parte de los países industrializados, es que las innovaciones terapéuticas sean accesibles a toda la población y no se vuelva a crear lo que existía antes de su aparición: una medicina para ricos y otra para pobres”, advierte Riesgo. “La industrialización de la medicina va en esa línea: crear productos de más calidad, más baratos y accesibles a mayores capas de la población. El objetivo es lograr dar atención sanitaria a los más de 7.000 millones de habitantes del planeta”. Con muchos robots pero también con muchos seres de carne y hueso.

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