Triste patria
Hay quien no considera contradictorio con su pasión patriótica sacar sus ahorros de España
En los bares del barrio de Salamanca, en Madrid, a la hora del aperitivo a la gente se le llena la boca de patriotismo, pero cuando hay que ir a defender la patria, ya sea en el País Vasco en tiempos de ETA o en Afganistán o Irak, los que van son los hijos de los agricultores y parados andaluces y extremeños o los hispanoamericanos que encontraron en el Ejército español un trabajo tras perder el suyo en la construcción. Antes era solamente la Legión a la que se le decía extranjera, pero hoy ese apellido valdría para cualquier cuerpo del Ejército.
Entretanto, en muchos coches de madrileños (también de otras ciudades del país) la gente cuelga bien visible un lazo con la bandera española para demostrar lo patriotas que son. Los hay que llevan la bandera también en el cinturón, en el reloj, en la muñequera y hasta en la correa del perro, al que convierten así en otro patriota. Mucho más, en su opinión, que esos otros españoles a los que califican de antipatriotas por no pensar como ellos o a los que consideran indignos de serlo por su heterodoxia. Es lo que tiene ser patriota: que la patria coincide con tu idea de ella.
Enfebrecidos por ese amor a la patria (que no se reduce a España; también en Cataluña o en el País Vasco hay patriotas, cada vez más, por cierto), estos tampoco consideran contradictorio con su pasión, como se está viendo estos días, sacar sus ahorros de España para llevarlos a otros países del mundo en los que consideran que estarán más seguros que en el nuestro. Una demostración de falta de confianza en él que casa mal con lo que dicen públicamente, sobre todo en el caso de personas que viven de ser españolas, o que presumen continuamente de serlo, y sobre todo con su obligación de contribuir a su riqueza y su engrandecimiento. Solo con banderitas en el reloj o en el retrovisor del coche y dando voces en los estadios o en los bares a la hora del café no se defiende a la patria ni se demuestra su amor por ella.
Para consideración y amor a la patria los de aquel poeta rumano —Tristan Tzara se llamó— que abandonó la suya siendo muy joven y que se rebautizó a sí mismo con ese seudónimo para cortar toda relación con ella, lo que no le impidió escribir versos conmovedores y eternos sobre su apatría y sobre la melancolía de ser extranjero en todo lugar. Incluso su seudónimo fue un último gesto de patriotismo desengañado, si bien en su tierra nunca lo entendieron: Tristan Tzara significa Triste Patria.
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