55 años volando en el espacio exterior
El 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin se convertía en el primer hombre en salir al espacio
Hoy hace justo 55 años que un joven teniente de las fuerzas aéreas soviéticas llamado Yuri Alexeievich Gagarin se convirtió en el primer hombre en volar por el espacio exterior. Más de medio siglo después, su nombre sigue siendo el más recordado en la historia de la astronáutica.
Como todos los programas espaciales de la URSS, éste se llevó a cabo en el más absoluto secreto. Cohete, cápsula y selección del tripulante eran responsabilidad última de Sergei Korolev, el “von Braun” ruso cuyo nombre –por razones de seguridad- no se hizo público sino hasta después de su muerte. Korolev no sólo había diseñado el misil R-7, cuyos derivados siguen empleándose aún hoy en día sino también los primeros Sputnik, las primeras sondas lunares y las cápsulas tripuladas que no solo llevaron a Gagarin al espacio sino que deberían haber servido para poner a algún compañero suyo en la Luna.
Todas las cápsulas de los primeros astronautas rusos recibieron la denominación “Vostok” (“Oriente”) Eran artefactos muy sencillos, pensados para garantizar que su pasajero volviese a tierra sano y salvo. Comparadas con las Mercury su cuadro de mandos era simple y apenas daba opción a que el piloto ejecutase alguna sencilla maniobra. Por ejemplo, el disparo del cohete de frenado, caso de que el sistema automático fallase. Pero durante el vuelo, los mandos estaban bloqueados. Gagarin recibió un sobre con una clave de tres dígitos para desbloquearlos sólo en caso de auténtica necesidad.
El vuelo debería durar solamente hora y media, el tiempo necesario para completar una vuelta a la Tierra. Sin embargo, a bordo iba oxígeno y alimentos suficientes para diez días. Eso era lo que tardaría la cápsula en reentrar naturalmente en la atmósfera, caso de que fallase el retromotor.
El vuelo de Gagarin fue precedido por al menos media docena de misiones de prueba. Algunas llevaban perros, ratones y otros especímenes a bordo
El vuelo de Gagarin fue precedido por al menos media docena de misiones de prueba. Algunas llevaban perros, ratones y otros especímenes a bordo. Las dos últimas, además, incluían un maniquí Iván Ivanovich para simular peso y dimensiones del futuro astronauta. Además, llevaban un registrador con voces grabadas para comprobar el funcionamiento de las redes de comunicación. Probablemente esos fueron los sonidos que captaron un par de aficionados en Turin y que dieron origen a la leyenda de los astronautas rusos atrapados en órbita.
En abril de 1961, se habían lanzado dos docenas de cohetes R-7, de los cuales exactamente la mitad habían fallado. En cuanto a los seis prototipos de Vostok, no todos fueron bien. Más de un chucho dejó la vida en ellos. Pero los dos últimos, ambos en marzo de 1961 habían sido un éxito y eso decidió a Korolev a dar el paso siguiente. Además, los americanos también estaban a punto de lanzar al primer astronauta del proyecto Mercury.
La cabina del Vostok era mucho más amplia que la que estaban preparando los americanos pero tampoco resultaba un palacio (aunque con el tiempo, llegarían a embitirse en ella tres astronautas a la vez). De hecho, parece que una de las razones de elegir a Gagarin, aparte de su carácter optimista y excelente rendimiento en los entrenamientos, fue el hecho de ser bajito: No pasaba de 1,57 metros.
Una de las razones de elegir a Gagarin, aparte de su carácter optimista y excelente rendimiento en los entrenamientos, fue el hecho de ser bajito: No pasaba de 1,57 metros
Gagarin y su reserva, German Titov (que volaría en la siguiente ocasión) fueron despertados de madrugada el día del lanzamiento. El proceso de entrar en la cápsula y realizar las últimas comprobaciones llevó algo más de dos horas y, por fin, minutos después de las 6 de la mañana, su cohete despegaba desde la única plataforma de Baikonur. Todavía existe y está en uso, casi como una reliquia de la era espacial.
Durante su viaje, Gagarin habló con un Korolev más nervioso que el propio piloto y con el director de vuelo. Describió la vista fuera de su cápsula, informó sobre el funcionamiento de los equipos de a bordo y al cabo de una hora de vuelo, el sistema automático orientó la cápsula para el retrofenado. Volaba entonces sobre Angola, en dirección nordeste.
Aproximadamente sobre Egipto, la cápsula se separó del resto de la nave y empezó un descenso que acabaría en unos campos de cultivo en la región de Saratov. A unos 3.000 metros de altura, Gagarin utilizó su asiento eyectable y saltó fuera del Vostok.
La llegada de Gagarin tuvo un par de testigos: un granjero local y su hija, sorprendidos ante la visión de un personaje enfundado en un mono de vuelo de color naranja y un casco blanco en el que alguien había pintado en el último momento las siglas “CCCP”. Era una precaución para no confundir a Gagarin con un espía occidental. Todavía no hacía un un año de que el U-2 de Francis Gary Powers había sido derribado en su vuelo sobre la Rusia Central. Lo primero que pidió Gagarin después de identificarse fue “un teléfono para llamar a Moscú”.
Durante muchos años, la URSS mantuvo que Gagarin había permanecido a bordo hasta el momento del impacto con el suelo. Aparentemente eso era para poder reclamar una serie de marcas mundiales como velocidad y altura de un vuelo tripulado, marcas cuyas normas exigen que el piloto esté a bordo desde el despegue hasta el aterrizaje. Años después, cuando empezaron a filtrarse detalles sobre el programa espacial ruso, se admitió que no sólo Gagarin sino los cinco compañeros que le siguieron, saltaron de sus naves y terminaron el descenso con sus paracaídas individuales. Sencillamente, el impacto de la cápsula con el suelo era demasiado brusco.
Gagarin nunca más volvió a volar al espacio. Era un icono, una imagen demasiado valiosa como para arriesgarla en otra aventura. Desgraciadamente, no habían pasado siete años cuando el primer cosmonauta perdió la vida al estrellase el MiG-15 en el que realizaba un simple vuelo de entrenamiento.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa).
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